¿Y si matan a Petro?

¿Y si matan a Petro?

Petro puede ser silenciado como fueron silenciados Galán, Pizarro, Bernardo Jaramillo, Manuel Cepeda y cinco mil integrantes de la UP. Con toda impunidad

Por:  Juan Guillermo Gómez García
mayo 10, 2022
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¿Y si matan a Petro?
Foto: Archivo

Desde hace unos meses rueda de boca en boca la idea (no lejana ni improbable) que maten al candidato presidencial Gustavo Petro. Hoy mismo salió un artículo de prensa hablando de un posible segundo Bogotazo si matan a Petro.

A Jorge Eliécer Gaitán lo mató un hombre humilde que fue linchado casi enseguida por una multitud enardecida deseosa de venganza. Le había dado tres tiros de revólver, al salir de su oficina en la carrera Séptima con la Jiménez, y todos los esfuerzos por conservarle la vida fueron en vano.

Murió a pocas cuadras, en el Hospital Central hacia la una de tarde, mientras la muchedumbre de la ciudad que lo había visto nacer, crecer y convertirse en un gigante, incendiaba el centro capitalino.

“Mataron a Gaitán” fue la consigna que de boca en boca se fue expandiendo como una hoguera incontenible, llevando consigo una ira popular desatada, una sed de venganza que al parecer no se ha saciado, justo ahora cuando se asocia el muy probable asesinato de Petro con el magnicidio del último gran caudillo de la vida pública colombiana.

Acaso ese medio día fue el más dramático de nuestra vida política y nunca antes ni después (contada la huida cobarde de Laureano Gómez de su potestad como presidente de la República), el país se sintió al filo de un abismo sin fondo.

La conmoción pública fue indescriptible y los cimientos del Palacio presidencial (Ospina Pérez temblaba, mientras su mujer, la matrona paisa Berta Hernández, se disfrazaba de hombre para salir por alguna ventana trasera) solo lograron mantenerse a medias por la pusilánime transacción de media docena de jerarcas liberales, más acorbardados que el primer mandatario.

Hasta se tomaron los gaitanistas la Emisora Nacional que fue lo que más le preocupó.

La ciudad ardía y en los campos la chispa de la discordia liberal-conservadora se elevaba a los cielos. Al amanecer del día siguiente, en la fría Bogotá, la familia sacó el cadáver del caudillo, por el cual se destrozaban tantos contra tantos, por la puerta de atrás del Hospital, en una zorra, custodiada por sus más allegados familiares y más íntimos amigos, para sepultarlo en su casa de Teusaquillo (casa cuyo apoyo presupuestal fue negado por Uribe Vélez).

La muerte de Gaitán sigue presente en el imaginario nacional y las consecuencias de su asesinato están vivas en cada tiro que se dispara para acabar la vida de un opositor político.

Del 9 de abril de 1948 a hoy ha corrido mucha sangre por los ríos de Colombia. Son miles y miles, quizá millones mal contados, los que han perdido su vida, sus familias, sus propiedades (por pequeñas que sean), sus trabajos, hasta su dignidad por la vorágine de los odios políticos, de las disputas partidistas, de las ciegas confrontaciones desde hace tantas décadas que parece una historia inventada por nuestros enemigos.

La hipótesis, la conjetura y el temor del asesinato de Petro por sus seguidores; el deseo, la necesidad y el plan del asesinato de Petro por sus enemigos políticos está en el tapete de la escena pública a semanas de la elección presidencial. Debe haber casa de apuestas no solo por su muerte sino por el modo de ejecutarlo.

Están ya feriado su cabeza, y deben pagar más que por la del extraditado Otoniel. La sensación de muerte, de asesinato, de exterminio ronda al candidato Petro. Le pisan sus talones. No a Fico ni Fajardo ni Íngrid, etc., porque dicho la verdad ellos no están ni amenazados ni nadie están haciendo vaca por esas cabezas sin nervio político.

“En Alemania lo que está de moda es la guerra y no la paz”, decía el gran Max Weber, tras culminar la Primera Guerra mundial, que dejó exhausta a Europa. Con mayor razón podemos decir que en Colombia está de moda la muerte y no la vida, al menos del 9 de abril de 1948 a hoy.

El asesinato de Petro, con que tantas gentes sueñan y tantos otros desean y planean, está de moda. ¿Será otro 9 de abril? No. No va a ver otro 9 de abril de 1948, por la sencilla razón que la historia no se repite (los que se repiten son los historiadores).

No va a haber otro 9 de abril, en caso del inimaginable asesinato de Petro, pero sí consecuencias desastrosas para el país. Para el Pacto Histórico y sus más de diez millones que van a depositar el voto este próximo 29 de mayo.

En primer lugar. Una magna frustración masiva. Pero también para los matones y sus planes que son desmentidos desde Palacio Presidencial. Por razones que se irán generando desde su tumba, si la hipótesis se da.

En este hipotético y macabro caso, no saldrán las muchedumbres a destruir el centro de Bogotá, pues estas no tienen las armas. Las armas letales las tienen los otros y no habrá un segundo Bogotazo, como hay en estos días el Otonielazo que prende el país a su manera y con sus intereses mafiosos.

Petro puede ser silenciado como fueron silenciados Galán, Pizarro, Bernardo Jaramillo, Manuel Cepeda y cinco mil integrantes de la UP. Con toda impunidad. La hora de la paz no ha sonado en nuestra vida nacional y el coro de la concordia está lejos de escucharse en una Colombia incendiada por los odios partidistas, por los más oscuros intereses de los más poderosos que no quieren perder su poder. Que temen que esto cambie a mejor.

Petro no es Gaitán. El candidato presidencial Petro no es el candidato presidencial Gaitán. El funesto año 1948 no es el funesto año 2022. Petro aprendió mucho de Gaitán y en él late, más de lo imaginado, mucho del ideario y sobre todo del carácter y temple público del caudillo de multitudes que decía de sí: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”.

El pueblo de Gaitán no es, y no es posible que sea, el de Petro. Duque no es Ospina Pérez ni tiene una mujer con pantalones, como quedó en el imaginario conservador del país. Setenta y cuatro años no pasan en vano en una comunidad nacional. Las transformaciones han sido profundas, aunque el hilo de la violencia partidista parezca la cabuya del ahorcado, dura, gris, espeluznante.

Y si matan a Petro… vivirá.

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