Bajo una capa de cheveridad el ex padre Linero esconde lo que realmente es: un viejo godo y machista al que le parecen abominables los cambios. En la mañana del 18 de noviembre en su espacio en Blu asumió, sin que nadie se lo pidiera, la vocería de las millones de mujeres que esperan por fin la despenalización total del aborto para evitar seguir muriendo impunemente en clínicas clandestinas. Todavía con la sotana puesta Linero afirmó estar capacitado para hablar del tema porque mientras fue sacerdote atendió desde el confesionario a cientos de mujeres que cargaban con el peso de haber “interrumpido vidas en su vientre”. Desde su altura moral señaló de criminal a toda mujer que decidiera abortar teniendo más de dos meses de gestación. No es la primera vez que Linero se mete en linderos a los que nadie lo ha llamado. En el 2019 se enfureció con su compañera de mesa Paola Ochoa quien criticó la medieval postura del presidente de la Comisión Episcopal de Vida, monseñor Juan Vicente Cordoba de condenar la despenalización incluso en los tres casos que hoy permite la ley, violación, malformación genética o cuando el embarazo pone en riesgo la vida de la mujer. El tono de voz del padrecito era el del fanático al que le pisaban su cola de diablo.
Linero debería callarse primero porque es hombre. ¿Será que el señor no sabe que las mujeres están hartas de que los hombres todavía opinen sobre las decisiones que tomen con sus cuerpos? No debe saber ni le importa. Él también cree que este es un tema de honor masculino. Por ahí los he escuchado en cada rincón decir cada barbaridad. La más infame de todas es afirmar que las mujeres usarían la despenalización total para abortar por deporte. Deben creer que ellas alcanzarán el ansiado orgasmo femenino cada vez que se metan en un quirófano a sacarse de encima un feto. ¿Qué clase de enfermo mental puede pensar que es placentero abortar? No, y detrás de cada imbécil que afirma en twitter que con la despenalización las mujeres les quitarán el derecho de ser papás está uno de esos irresponsables que, a la hora de asumir la carga, le entrega todo el peso a sus esposas. En los casos más extremos se esfuman, en la normalidad se convierten en un papá promedio, de esos que creen que cambiar pañales, dormir al bebé y criar es el rol de la mujer mientras ellos siguen orondos, sin cambios sustanciales en su cuerpo, saliendo a beber cada jueves con el combo de amigos o, si es el caso, con una pelada veinte años menor que su pareja.
Si, están los radicales y los confundidos, esos que creen que una mujer no puede salir a tomarse unos tragos a un bar, enfiestarse con un desconocido, follárselo sin protección y quedar embarazada. Entonces ellas deben asumir la culpa. Por ahí escuché el argumento de las mujeres incubadoras, que aguanten nueve meses al niño en su cuerpo, protejan su vida y después lo dan en adopción. Señores ¿no saben que estar embarazado es, en muchos casos, una experiencia traumática? El cuerpo de la mujer, a no ser que tengan el método de Luisa Fernanda W o Jennifer López, queda destruido y la tortura que se vive en esos nueve meses es indecible. Ah, pero como los machistas creen que ellas están diseñadas para soportar diesciseis veces más el dolor que los hombres pueden esgrimir el falaz argumento de que fueron enviadas por Dios en la tierra sólo para sufrir.
El padre Linero debe ser esos de los que lloran en las películas cuando el esposo le ordena al médico, en caso de grave urgencia, salvar la vida de su bebé y condenar a la muerte a la esposa porque lo más importante es que su descendencia esté asegurada. Además, no olviden que son millones los que todavía piensan que embarazar a la pareja es muy importante es un seguro contra la infidelidad.
Linero debe callarse y no alimentar las hordas que están que sueltan el twitter para pasar a la acción y salir a la calle a lapidar mujeres. Miren no más lo que le pasó a la abogada Mónica Roa. Ella fue quien en el 2005 presentó ante la Corte Constitucional la demanda de inconstitucionalidad contra la penalización total del aborto, que consiguió, en una votación efectuada el 10 de mayo del 2006, el reconocimiento de este derecho para las mujeres y niñas de Colombia en tres casos. Desde ese momento se convirtió en el objetivo de los machitos colombianos. En el 2019 vivió una pesadilla cuando afirmó haber sido víctima de secuestro, tortura y abuso sexual virtual en parte por su postura indeclinable a favor de las mujeres.
Alberto Linero, el autoproclamado gozador de la vida, debería seguir en su negocio de autoayuda con sus frasecitas de cajón baratas que alimentan las pobres inteligencias de los millones que lo siguen y que les parece un bacán, un cheverón porque se inventó eso de que “el man está vivo”. Que le hable a la godarria inculta de este país sobre lo que él quiera, pero promover el odio contra las mujeres que luchan para tener la autonomía absoluta sobre su cuerpo es realmente condenable. Además, qué hartera de país éste en donde la opinión de un sacerdote tiene tanto peso. El lobby de la iglesia católica contra la despenalización del aborto ha sido infame. Con el golpe que le dará este viernes 19 de noviembre la valiente Corte Constitucional a los sectores más retardatarios del país, la iglesia católica recibirá una paletada de tierra más en su entierro inminente.
Que Linero y el resto de machitos se tengan. La revolución llegó y el que no se adapte que se pudra.