Contaba uno a uno los cabellos que se caían hasta perder la cuenta... las ganas de llorar no me dejaban terminar. Llegué a enumerar más de doscientos cincuenta, pero quién sabe cuántos más habrán sido. Peinarme e incluso pasarme la mano por la cabeza era un drama o, más bien, una experiencia traumática. La que alguna vez fue una abundante cabellera, en cuestión de meses se transformó, más bien, desapareció.
Al principio, intentaba persuadirme de que no pasaba nada, que estaba siendo paranoica y que solo estaba exagerando, como suelo hacer con algunas cosas. Luego, traté de convencerme de que era temporal, que pronto pasaría y que en cuestión de meses ni siquiera recordaría ese episodio. Pero no, no fue así. Ni estaba paranoica, ni era temporal, de verdad me estaba quedando calva.
Nunca podré olvidar cuando mi mamá notó el problema, incluso, fue la primera en hacerlo. Ahí sí que me pareció real. Con cara de espanto se acercó, miró mi cabeza, hizo una mueca y con voz apenada y compasiva me dijo: "Te estás quedando sin pelo, tienes un hueco en la cabeza, sí tenías razón". Normalmente, estar en lo cierto genera satisfacción, pero por obvias razones esa vez no fue así.
Tenía dieciocho años recién cumplidos, cursaba mi primer año de comunicación social —una carrera donde abundan las niñas bonitas—, poseía problemas de autoestima y para colmo de males yo, una mujer, me estaba quedando calva, luego de creer siempre que ese era un problema netamente masculino.
Literalmente, sentía que era el fin del mundo, aunque después me di cuenta de que no era para tanto, eso sí, no puedo negar que el asunto aún me afecta un poco. En ese entonces era una persona diferente, un poco más vanidosa y superficial, y definitivamente muy inmadura... Pensaba que nadie nunca me iba a querer, que me quedaría sola por siempre, que iba a fracasar, que no estaría al nivel de las demás y que estaría condenada a estar siempre inconforme con la forma en que me veo.
En este punto, muchos dirán "qué tonta", "solo es pelo", "hay personas con problemas peores" y un largo etcétera. Y puede que sí, que sea cierto, pero era mi cabello y era importante para mí; más porque crecí con un imaginario en el que la feminidad estaba ligada a la apariencia, especialmente al pelo: una melena larga y bien cuidada era sinónimo de que me veía como toda una mujer. Antes de que se exalten, ya sé que no es así y que ambas cosas no tienen absolutamente nada que ver.
Continuando con la historia, intenté, ingenuamente, durante algunos meses todos los tratamientos que me recomendaban por ahí. La gente tiene ideas muy locas y creencias muy extrañas. De verdad, me unté toda suerte de menjurges e hice cosas realmente ridículas con la esperanza de que alguna funcionara. Evidentemente, nada pasó. Eso aumentó mi frustración. Incluso, en un ataque de desesperación, opté por cortarme muy muy corto el cabello.
Por suerte, posteriormente encontré una persona sensata que me recomendó lo que debí hacer desde un principio: ir al médico. Tras todo el enredo que implica conseguir una cita en la EPS, al fin me remitieron al dermatólogo. Después de una revisión física, de antecedentes y un par de exámenes, me diagnosticaron alopecia androgénica.
Para los que no saben, este es el tipo de calvicie más común, de hecho, es la que sufren la mayoría de los hombres. Sin embargo, como ven, también ocurre en mujeres, aunque en menor proporción. Esta se debe a un aumento de la acción de las hormonas masculinas o andrógenos sobre ciertas áreas del cuero cabelludo y, si bien existen varios tratamientos que ayudan a mitigarla, no tiene cura.
Ya sabiendo a lo que nos enfrentábamos, el doctor recomendó un tratamiento adecuado para mi caso. Empecé a usarlo y de a pocos comencé a ver la mejoría. A pesar de que mi cabello nunca se verá como antes y de que debo hacer ciertas cosas de por vida para que mi problema no se note tanto, me alegra haber crecido en este proceso y haber cambiado mi perspectiva sobre ciertos temas.
Para cerrar, a pesar de que el tema era un tabú para mí y no me atrevía a discutirlo con personas fuera de mi círculo cercano, ahora no es así. Hoy en día asumo mi alopecia de manera abierta y hasta bromeo sobre mis tres pelos. Por eso este artículo es especial para mí, es una suerte de catarsis y un modo decirle adiós a la obsesión malsana que tuve durante tanto tiempo con el cabello.
Por cierto, en un futuro no muy lejano tengo la firme intención de raparme, no porque no tenga suficiente pelo para cubrir mi cabeza, lo tengo, sino para probar y reafirmar algunas cosas con eso. Ah, y como alguien alguna vez escribió: “I think it’s good for society to see people going against what we’ve all been taught is the way we’re supposed to dress for our sex and our orientation".