Y si Jean-Jacques Rousseau se levantara de la eternidad, ¿qué diría de los chalecos amarillos?

Y si Jean-Jacques Rousseau se levantara de la eternidad, ¿qué diría de los chalecos amarillos?

En la crisis francesa, estos revolotean la idea, entre seductora y peligrosa, de que el pueblo recupera la soberanía frente a unas instituciones esclerotizadas e inoperantes

Por: Francisco Henao
febrero 01, 2019
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Y si Jean-Jacques Rousseau se levantara de la  eternidad, ¿qué diría de los chalecos amarillos?
Foto: Thomas Bresson - CC BY 4.0

La revuelta, protesta, insurrección, sublevación o, más exactamente, manifestación de inconformidad de los llamados chalecos amarillos (Ch. A.) en Francia es síntoma de una crisis social y política de importantes dimensiones, además del signo del momento en Europa, donde la democracia atraviesa por serios problemas de identidad, ya que es incapaz de reconocerse a sí misma y más bien se desdibuja.

En Francia es recurrente hablar de que la V República ya está obsoleta. Que los partidos políticos están moribundos. De ahí que Emmanuel Macron, con mucho olfato político, optara por crear en 2016 su propio movimiento, En Marcha, y con enorme sagacidad propagó la idea de que no era ni de izquierda, ni de derecha.

Francia votó sin saber qué era eso de En Marcha. Sí sabía que ya no soportaba el narcisismo y egocentrismo de los políticos tradicionales, de los cuales Macron renegaba. Él era la nueva esperanza. Llegó al poder. Ese monstruo de mil cabezas de apetito voraz. Cuyo primer espejismo es mostrar al recién llegado, que es un dios. El segundo es, asumido el primero, ofrecerle un aire de soberbia y arrogancia. En efecto, el presidente Macron se dio a ningunear al pueblo francés, que no tardó en tildarlo de caprichoso, frívolo y, algo que fastidia bastante: despreciativo.

Dicen que era un hombre de ideas. Después de iniciar con fanfarrias su quinquenio, su política exterior decepciona. La escena internacional le dio la espalda, quizás porque en paralelo al ímpetu europeísta que lo mostraba como el nuevo adalid de la Europa comunitaria, su par, la canciller Angela Merkel, inició su ocaso político en su propio país.

El castizo dicho de al perro flaco todo se le vuelven pulgas no falla con el presidente Macron. Si sus índices de aceptación caían ante la opinión pública francesa y lo presentaban como uno de los presidentes más desprestigiados de los últimos decenios. Le acaecieron, en mala hora, los llamados chalecos amarillos. A los que Macron, supongo, debe ver como esas pestes que diezmaban la población hace cientos de años.

Con los Ch. A., muy detrás de ellos, apareció como si se levantara de su morada, la sombra amenazante de Jean-Jacques Rousseau, quien, con sus ideas fue uno de los arquitectos de la Revolución francesa de 1789.

Desde que Ch. A. aparecieron, hace ya varias semanas, uno de sus leitmotiv es que son expresión directa de la voluntad popular. No representan ningún partido. Ni hacen parte de sindicatos. Ni siquiera son algo así como los Occupy Wall Street. Ni los indignados españoles. Sí es un hecho tangible que algo anómalo sucede en Francia. Que la bomba social incubada con Chirac, Sarkozy, Hollande le estalló a Macron.

En la crisis francesa de Ch. A. revolotea la idea, entre seductora y peligrosa, de que el pueblo recupera la soberanía frente a unas instituciones esclerotizadas e inoperantes.

Rousseau en su Contrato Social, escrito 1762, afirma la soberanía del pueblo como fundamento de todo Estado legítimo. Socava otra idea, la del derecho divino de los monarcas. Como sabemos, desencadenó un cambio de régimen, a punta de guillotina.

Ch. A. encarnan en las calles —siguiendo a Guilluy— la ruptura histórica entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. La crisis de democracia de hoy, es porque los Estados se han deslegitimado. Los de arriba se han dedicado a vivir la dolce vita felliniana. Los de abajo han sido invisibilizados en su precariedad por la globalización.

Las ideas de Rousseau están recogidas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Francia dio al mundo tres ideas bellas: libertad, igualdad y fraternidad. Por ello el mundo ve con estupor la respuesta del gobierno francés a los Ch. A.: decenas de jóvenes franceses mutilados por los disparos de la policía francesa. ¿Qué diferencia hay con las represiones de Maduro o de Ortega? Rousseau sentía animadversión por lo irracional, pensaría que la ley antidisturbios, del ministro del interior Christophe Castañer, contra los Ch. A. no se ajusta a la soberanía popular, porque criminaliza a los manifestantes.

Es la política del avestruz.

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