Acabando de leer un artículo sobre la errónea idea de masculinidad que posiblemente estimuló la ira de Eric Harris, —uno de los adolescentes que acabó con la vida de 13 personas en Columbine (Denver) hace 17 años— empecé a leer sobre la muerte de Prince. Un artista que se impuso entre otras, rompiendo con los estereotipos sobre género.
Cuando Eric nació, Prince ya era un ídolo para muchos adolescentes y adultos que admiraban la expresión de la individualidad y la independencia de las normas convencionales sobre lo masculino y lo femenino. Para 1981, el cantante ya había lanzado tres álbumes con canciones cuyas letras evocaban la ruptura de lo más tradicional con tal desfachatez que hechizó a cientos de miles de fans en Estados Unidos y luego en el mundo.
Su propia figura y el efecto que causaba era de por si una rareza para la época.
Era un hombre de no más de 1 metro con 54 cm de estatura, delgado, y con facciones delineadas, casi perfectas. Ojos grandes que aumentaban de tamaño con el efecto del delineador y la pestañina que el artista aprovechaba para lanzar sensuales miradas adornadas de encajes y terciopelos.
Mientras eso sucedía, Eric Harris, uno de los monstruos de Columbine, luchaba contra su identidad. Acomplejado por su alta figura, un defecto de nacimiento en una pierna y un pecho particularmente hundido, Harris se creía impotente y débil frente a una sociedad que, al parecer y en su lugar de origen, catalogaba duramente a quienes se salían del concepto tradicional de hombre o de lo masculino.
Por lo menos así lo creen varios de los psicólogos que analizaron escritos de este perturbado joven que vio en las armas y la violencia el remedio perfecto para sus debilidades. Los escritos revelan que Harris se sentía seguro, tranquilo y casi un Dios cuando estaba armado. Sin ellas, según cuenta, no era más que “el raro Eric”.
En su locura logró convencer a Dylan Klebold, el otro joven autor de la masacre que según las más recientes revelaciones, sufría de una depresión causada por rechazos en el colegio y problemas con su identidad. Depresión que finalmente causaría intensos deseos de suicidio.
Lo que Harris y Klebold encontraron en la violencia,
Prince lo consiguió en la guitarra y la música.
Esas fueron sus armas.
Pero lo que Harris y Klebold encontraron en la violencia, Prince lo consiguió en la guitarra y la música. Esas fueron sus armas. Con ellas le dio voz a su reaccionaria definición de identidad. En el proceso logró convencer a miles que hoy agradecen sus arriesgadas maneras y su controversial estilo.
Eric y Prince nunca se encontraron. Hoy tras su muerte, se cruzan sus historias. El punto de encuentro: La masculinidad. En uno errada y limitante. En otro intensa e indefinida. En los dos, la razón de su fama.
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