El comandante no manda más. Murió de viejo. Por décadas el famoso café Versalles ubicado en la calle ocho de Miami fue escenario de múltiples conspiraciones y estrategias para acabar con la vida y gobierno de Fidel Castro. Nunca suficientes, nunca precisas. El líder de la revolución cubana, a quien debo la mitad de mi nombre, vivió noventa agitados y contradictorios años. La muerte como remedio de la vida. La calle ocho celebraba. Comprensible. No fueron pocos los cubanos -todavía lo son- que pasaron por tanto por la conocida revolución. Bailaban. Aún así, sentí cierta tristeza. Caminando entre la festiva multitud, la oculté.
Legítima tristeza. Esa misma noche traté de justificarme. Tuve éxito. Era simple. Por años se ha confundido la imagen de Fidel (la que conmueve) y el líder que fue Fidel (la irreductible verdad). El barbudo que llegaba a La Habana en 1959 acompañado de un argentino (Ernesto) y un habanero (Camilo) y se rodeaba de trova, júbilo y optimismo -que se expandió en toda la región- dista mucho del perseguidor, el terco, el opresor, al que el tiempo, el poder y los soviéticos mancillaron. La imagen de Fidel sobrevivió solo por corto tiempo, el líder duraría 90 años.
La imagen de Fidel sobrevivió solo por corto tiempo,
el líder duraría 90 años
No obstante negar la importancia histórica del líder cubano sería un grave error. Su visión y proyecto revolucionario hirió de muerte la terrible idea de un hemisferio americano alineado, conforme y homogéneo. Se podía disentir, apartarse y tomar otro camino. Incluso a 95 millas de los Estados Unidos. Sus poderosas denuncias y significativos reclamos aún siguen vigentes, es más, hoy en día, cobran nuevos sentidos. La enfermedad sigue, acomodada.
Gracias Fidel, pero el precio fue muy alto. Demasiado alto. Millones de cubanos lo pagaron. Por años esa deuda los angustiará. Basta caminar por La Habana para darse cuenta del daño causado: la miseria inquebrantable; el tiempo detenido que se hizo veneno; la rabia y el desasosiego que trajo el hambre y la necesidad. Las cuantiosas heridas que dejó sobrevivir resumidas en fotografías de turistas asombrados. Cuba es otro mundo. Belleza y hastío en un equilibrio sin precedentes.
He ahí la probable lección histórica: llegó la hora de desterrar para siempre la idea de que un líder, por convincente que suene, o un proyecto político, por prometedor que se vea, puede estar, por encima de las personas, de su integridad y derechos. Sin embargo, aún abundan los ejemplos, aún siguen cercan los mismos errores.
Y en eso falló Fidel, esa fue su derrota, pensar que la revolución del pueblo es más importante que el pueblo mismo. El ser humano es lo imprescindible, lo intocable, lo básico. Por mucho tiempo el icónico líder lo olvidó, y así, sin más, se olvidó de Cuba y de los cubanos. Abandonó a su propia gente. Alta traición.
La calle ocho sigue de fiesta. La Habana de luto a medias. Fidel ya no manda más. Descanse en paz.
@camilofidel