A la usanza de los coros de las tragedias griegas se disfrazaron de guerrilleros en un caserío de Tierralta, Córdoba, pretendiendo sembrar pánico, ahora y por lo visto no son los únicos actores ya que el histrionismo es la constante entre cientos de nacionales para quienes el teatro es su pasión.
Aquellos se vistieron de decentes y lograron hacerse elegir en las urnas: hoy desfalcan el erario; esos otros usaron trajes de competentes y obtuvieron el billonario contrato con el que construyen puentes podridos que se caen con un suspiro.
Los de allá se enmascararon como pulcros banqueros y a la fecha son millonarios a punta de usura; aquel se emperifolló como salvador de la patria y consensuó con el asesinatos de inocentes civiles; ellas se trajearon cual ganaderas y con su grandioso maquillaje despojaron a miles de campesinos de sus tierras; esos otros caracterizan a periodistas objetivos, tras su actuación se descubre lo contrario: incendiarios y difamadores.
Varios se enmascararon como prósperos empresarios del campo: simulando la voz pudieron ganarse millones de Agro Ingreso Seguro; la señora con acento costeño convenció al público con su papel de ministra y pudo adueñarse de millones con los computadores que se destinarían a los niños; el traje y maquillaje de un tal Molano fue perfecto para caracterizar a un defensor de la niñez, pero al cambiar de obra y vestuario señaló a su otrora público como “máquinas de guerra”.
Todos son actores de primer orden capaces de encarnar con lujo de detalles al personaje de turno, todas merecían la estatuilla de la Academia que exhibirían con honor en la presidencia pero, enhoramala, el Óscar resultó un corrupto más actuando como honesto.
