Tengo que dar el paso al trencito de juguete que circula en el centro comercial, pero no puedo olvidar la vía férrea, los vagones, las locomotoras y el sonido del tren al acercarse a la estación. El símbolo de la modernidad, el proyecto que, en el Siglo XIX, abrió paso por los bosques y montañas de los Andes para unir las regiones, transportar productos y la aventura de viajar, fue destruido. “El recorrido entre Cali y Popayán era tedioso e interminable. El hollín entraba a los vagones de pasajeros”. Entonces, en lugar de ampliar el espacio entre los rieles, de cambiar las locomotoras, se procedió a levantar los rieles de las vías, chatarrizar las locomotoras, dinamitar la estación del tren, para hacer posible una cinta de pavimento de ciento veinte kilómetros que une la capital del Valle con Popayán. Supuestamente el tiempo del viaje disminuiría, además podrían circular los autos particulares, los camiones y las enormes tractomulas. Pero el viaje de la capital del Valle a la meseta de Popayán es despacioso, tedioso y demorado. Y la promesa de la construcción de la doble vía, “ese si va a ser la solución”, olvida que la construcción de la ruta sólo llevará al aumento desproporcionado de los automotores. Hay que añadir los nubarrones de retraso en el proyecto, el cual va a ser más demorado que el Túnel de la Línea, ¡en una sola dirección!
Y sigo caminando por el centro comercial en el sonido de la fuente que salta y murmura. Miro a lado y lado las vitrinas seductoras que ofrecen los zapatos como talares (alas), harán posible que a duras pise el mundo, las chaquetas que prometen el calor en invierno, los bluejeans para cabalgar el lomo de Pegaso. Y guiado por el aroma de la panadería me voy acercando al lugar donde una chica abre el horno y extrae el pan calientito, tostado, delicioso, crujiente. No sé por qué entonces me imagino los cultivos de trigo en la meseta de Popayán. Me parece ver a los cosechadores con la hoz luciente o bien a la trilladora, que siega, trilla y limpia la cosecha. Y los cultivadores llegaban con la carga a los molinos (hoy en el olvido) con el grano para convertirlo en bultos de harina rumbo a las panaderías. Mas hoy el trigo no se cultiva en la planicie de Popayán, tampoco en la Sabana de Bogotá, en Nariño o las tierras boyacenses. El “progreso” ha hecho posible que por estos lares no haya cultivadores, ni segadores o máquinas. Los molinos van pasando a la decrepitud y, los cultivadores pierden la memoria de la siembra, el crecimiento, la cosecha y la recolección. Y el trigo debe hacer un viaje muy largo para poder llegar a manos de los panaderos, pues hay que importar el cereal desde Norteamérica.