Cualquier cosa que escriba puede ser utilizada en su contra. Escribir es casi un acto masoquista en un país plagado de censores y “analistas” de todos los pelambres. Los hechos, esos en los que pocos creen, quedaron en un segundo plano. Por increíble que parezca, la pandemia es considerada por muchos como un plan para dominarnos. Así estamos. No creemos en los hechos.
Colombia, lo sigo sosteniendo, es una montaña rusa de emociones, manipulación y tragedia. En estos momentos, la muerte se pasea de nuevo por un país que antes de la pandemia venía de un paro nacional. La crisis no es nueva. Los números son claros, en Colombia la informalidad es alarmante. La tasa de desempleo no cede. Las masacres se mantienen, mientras, Mancuso quiere hablar y las Farc piden perdón por el secuestro. Un país con tantos frentes noticiosos y con tantos problemas ligados a lo social, es una bomba de tiempo.
A esto hay que sumarle el poco control político de un Congreso que desde casa legisla y al mismo tiempo, recibe viáticos. Así estamos. En medio de una incertidumbre generada por una pandemia de la cual no se tenía registro hace unos 100 años. Para colmo, la vacuna de Oxford y AstraZeneca ha generado una extraña reacción adversa. Parece que se cumple el dicho popular: por donde sacamos la cabeza nos dan.
Concomitante al dolor se realizan todo tipo de cálculos políticos por aquellos que anhelan con todas sus fuerzas que las elecciones fueran mañana. En medio de toda esta situación hay quienes presos de la nuda política, “analizan” constantemente el desarrollo de la mecánica electoral. A estos habrá que recordarles que falta bastante para elecciones y que, en política lo único cierto es lo que ya pasó. Nada está escrito. En consecuencia, se responsabilizan unos con otros, apelando incluso a juicios históricos y demás. Parece que lo único que desean es ganar y, para ello, necesitan que la emotividad no cese.
En estas horas difíciles cuando el país parece sumergido en una espiral de violencia que se recicla, es importante comprender el reclamo social. Actos como el llevado a cabo por la Alcaldía de Bogotá, que, dicho sea de paso, se politizó como casi todo en este país, permitió a las víctimas un reconocimiento y de paso, intentó calmar los ánimos. El aspecto emocional es fundamental en un país donde se trata de llevar al límite. Aquí habrá que llamar la atención acerca de algunos que simplemente explotan la emoción tan solo para manipular, por tanto, el razonamiento crítico no es funcional en tan peligrosa empresa. Con esto, no estamos diciendo que la razón sea todo cuanto hay, sin embargo, habrá que tomar en cuenta que muchos prejuicios suelen descansar en razonamientos débiles, incluso, arbitrarios.
Convendría en lugar de jugar a manipular las emociones en busca de votos, apelar a estás para repensarnos como sociedad. Los intangibles severamente afectados como la empatía y la compasión podrían ayudar a una sociedad que justifica la muerte dependiendo de quién muera. Podríamos iniciar por reconocer que tenemos un grave problema como país, que algo anda muy mal. El divorcio entre las instituciones y los ciudadanos es latente, es imposible de ocultar la percepción que existe del Congreso, de la fuerza pública, entre otras instituciones. El cambio no es fácil ni es inmediato, pero podríamos comenzar preguntando: ¿cómo viven las personas?, ¿qué pueden hacer realmente?
Ojalá algún día valoremos de igual manera la propiedad privada y la vida. Si los daños materiales son graves para muchos, ¿cómo calificar lo ocurrido con Javier Ordóñez, quien les pedía a los agentes de la policía detenerse y estos continuaron, ante la mirada atónita de los vecinos del sector?, ¿qué decir del mismo Ordóñez con 9 lesiones en su cráneo? Según se dio a conocer, el reporte de la necropsia advierte múltiples golpes con arma contundente a la altura de la cabeza y los hombros.
El uso de la violencia es tal vez uno de los temas más complejos de abordar, en principio, es el camino para reciclar más desazón. Como sociedad civil debemos reclamar justicia y profundos cambios al interior de una institución como la policía que, debería entender que los ciudadanos no somos sus enemigos. Para finalizar, deseo compartir un trino de Alejandro Gaviria: “El cambio podría empezar con compasión, con un acompañamiento a familiares de víctimas y con el reconocimiento del problema”.