Cuando íbamos acostumbrándonos a la imagen diaria del presidente Duque y su equipo informando sobre el coronavirus mientras subía en las encuestas, la resurrección de las chuzadas -que continuaron, a pesar de propósitos de enmienda anunciados cuando en su primera oleada se destaparon hace un año-, rompió la uniformidad informativa de los principales medios de comunicación del país y el exterior.
Y no es para menos, pues a pesar del descabezamiento de once oficiales de inteligencia de las Fuerzas Armadas, entre ellos dos generales, la persistencia en el espionaje a periodistas: nacionales y extranjeros, magistrados, congresistas de oposición y hasta al secretario General de la Presidencia, de nuevo encendió las alarmas, en momentos en que en el Cauca diversos grupos armados masacran a líderes sociales y el presidente, gracias a la declaratoria del Estado de Emergencia, gobierna sin controles del Congreso y, algunos furibundos representantes y senadores del Centro Democrático proponen que no sólo hay que achicar el Congreso sino acabarlo.
El espionaje a cargo de miembros de la inteligencia del Ejército nos recuerda al que hizo el tristemente célebre y extinto DAS, durante los dos gobiernos de Uribe, no sólo vigilando ilegalmente a opositores del gobierno, periodistas, magistrados, etc. También espiando a dirigentes de comunidades campesinas e indígenas, sindicatos, defensores de los derechos humanos, profesores universitarios, entre otros, cuyas listas eran compartidas con grupos paramilitares que asesinaron a varios, según declararon algunos de sus desmovilizados ante tribunales de Justicia y Paz.
Algunos analistas más osados han expresado que, la vigilancia al presidente Duque ejercida al chuzar al secretario General de la Presidencia, Jorge Mario Eastman, pudo ser ordenada por dirigentes más radicales del Centro Democrático, que acordándose de la ‘traición’ de Santos, durante su segundo mandato, quieren tener absolutamente controlado al presidente Duque para que no se le descarrile al omnipresente expresidente Uribe y sus cancerberos más radicales.
De nuevo afloran contradicciones al interior de las Fuerzas Armadas entre sectores partidarios de reformas adecuadas a la transformación socioeconómica y política del país y aquellos aferrados a la Doctrina de la Seguridad Nacional, que en épocas de la Guerra Fría, implantaron los asesores norteamericanos, cuando la “lucha contra el comunismo”, acudiendo a todas las formas de lucha (apoyo a paramilitares), era prioritaria en la agenda y todo el que se opusiera al gobierno de la mano dura era considerado enemigo.
Lo preocupante es que un grupo importante de oficiales activos y retirados no han ocultado su militancia con el Centro Democrático y que algunos congresistas de ese partido se han atrevido a proponer el derecho al voto para los militares activos. También causa estupor que varios de los oficiales comprometidos en chuzadas ilegales también están relacionados con manejo irregular e impune de fondos ‘secretos’ destinados por el Ejército para comprar equipos, armas, suministros, pagar supuestos informantes y cobrar viáticos irregularmente. Parece que las cabezas que les ordenan el espionaje ilegal les alcahuetean los desfalcos a los fondos del ejército con tal de que les suministren la información requerida, tal como se evidenció hace un año, al caer por escándalos similares, la cúpula militar que recomendada por el expresidente Uribe promovió el presidente Duque recién posesionado, a pesar de las advertencias de Amnistía Internacional sobre su participación en ‘falsos positivos’ y estar involucrados en manejo irregular de fondos del ejército.
Con bombos y platillos hasta de la Fiscalía -más preocupada por investigar a Claudia López por violar la cuarentena en Bogotá-, de nuevo anuncian ‘exhaustivas investigaciones’ y propósitos de enmienda. En medio del coronavirus y cuarentena seguiremos bailando el mismo tango rayado con la misma orquesta y bailarines.