Mi abuela, una matrona de Sabanalarga (Antioquia), me crio hasta los 7 años. A ella la quise como a nadie, por eso en honor a ese querer me hice mi primer tatuaje; aunque si viviera jamás lo hubiera apoyado y me colgaría de las “jiqueras” porque esas cosas, según ella, no le gustan a Dios. La abuela me hubiera mandado a rezar toda la Semana Santa, me diría que me condene y me metería pánico con el aguacero del Jueves Santo, diciéndome que esa es la furia de Dios contra mí por dañar su perfecta creación… y este año le hubiera creído a la abuela, solo que la borrasca bíblica no fue el Jueves Santo, cayó el lunes de pascua.
El día en general estuvo nublado, pero el aguacero no caía. Era de esos cielos engañosos que te ponen a andar con apuros porque queremos salir de nuestras cosas del día sin mojar nuestras prendas, sin ensuciarnos el calzado y sobre todo sin que los trancones nos hagan por horas su presa. De mi parte me sentía victorioso porque logré terminar todo a tiempo, estar en mi casa en el inicio del toque de queda y sentir las gotas caer en el techo y no en mi ropa.
Unas horas pasaron y, aunque fuerte se escuchaba la tempestad, nunca imaginé los estragos que está generó, hasta que internet se llenó de vídeos del río Medellín desbordándose, de árboles caídos, de deslizamientos de tierra y de carros atrapados en las ahora navegables calles del Valle de Aburrá. Pero mi mundo continuaba igual, solo que ahora más cobijado por el frío y sonriente por los memes sobre la inundación, pero como no hacerlo con tanta creatividad en internet. Veía a Jack y Rose flotando en el soterrado de Parques del Río, a Michael Jackson recibiendo el diluvio en una estación del metro y mil tontadas más que alegraban mi noche; hasta que ahí, entre toda esta jocosidad sucedió, un hashtag me llamó la atención. Y este, de una sola lectura, me arrebató la sonrisa del rostro. Un numeral directo, conciso, respetuoso, frío y realista. Un numeral con un reclamo social por parte de un colectivo que no reía como yo con la tormenta que aún caía… un colectivo que gritaba con sus publicaciones #YLosDeLaCalleQué.
Perdí ahí toda alegría que me despertaba mi clima favorito, supe desde ese instante que el ruido de las gotas de lluvia en el techo no me arrullaría esta noche, sino que sería mi versión del corazón delator. No había yo matado a nadie, bajo mi piso no había ningún cuerpo, pero mis risas de minutos antes se habían convertido en ese cadáver cuyo corazón escuchaba en el techo palpitar; no podía sacar ahora de mi cabeza el pensar en los habitantes de calle que la creciente pudo tomar por sorpresa. Me agobiaba pensar en que lo poco que tenían se lo había llevado la corriente. Recordé lo mucho que corrí en la tarde para que el agua no me alcanzara, pero ellos a dónde correrían, la noche apenas empezaba. El clima inclemente no daba tregua, sus ropas mojadas se secarían sobre sus cuerpos famélicos y sus ya de por sí resquebrajados espíritus odiarían más este injusto mundo que por A o por B los llevó a estar en esta situación de calle, en habitancia de calle.
Le recé a la abuela, y a Dios, aunque lo cuestioné por esto, también le oré. Volví a las redes, al perfil que hacia esa silenciosa protesta social, pero ya con detenimiento vi que no era nada silenciosa. Se trataba de jóvenes que desde varias disciplinas y sin apoyo estatal ni buscando algún tipo de lucro intervenían esta población no solo con ayudas, sino también recogiendo sus quejas, documentaban los abusos de los que eran víctimas y luchaban por hacerlos visibles y a sus derechos, en un mundo donde los habíamos invisibilizado a ellos, los habitantes de todo y de nada.
Vi durante horas sus videos, escuchando sus historias, asombrándome de lo diverso de sus rostros y edades; conociendo desde una pantalla realidades que siempre estuvieron ahí, pero que simplemente no sé en qué momento nuestro cerebro conscientemente empezó a omitir en el día a día, los volvió parte del paisaje, folclor como diría Garzón. Es triste lo indolentes que nos volvemos y como cosas como un hashtag te devuelven a la realidad, que aunque no es tu realidad sigue siendo realidad y entiendes que es tu obligación contribuir a cambiarla.
Aquí voy amigos de @Everydayhomeless.