Entre esos de verdad verdad amigos, que en alma y tuétanos lo eran del entonces desconocido e indocumentado Gabriel Eligio, el hijo del boticario y telegrafista del mismo nombre, de Sincé, Sucre, y de Luisa Santiaga, la hija guajira del coronel Nicolás Márquez, hay tres para honrar: Ramiro y Óscar de la Espriella y Carlos Alemán Zabaleta, de Cartagena y Mompox, respectivamente.
Y por ser huésped permanente en aquellos tiempos de trashumantes afugias de la casa de don Juan Antonio y Tomasita, los padres de Ramiro y Oscar de la Espriella, fueron estos quienes primero oyeron y compartieron hasta que sus borracheras juveniles los dormían, los proteicos capítulos de La casa, la génesis de toda la portentosa obra narrativa de aquel perdulario de la imaginación al que los vientos providenciales de su talento, sus compañeros y un Caribe cenagoso a veces, otras desértico y salino, y de sabanas las más, arrojaron en Cartagena, entonces el ombligo del mundo conocido e imaginado más acá del mar.
Me contaba Ramiro, cuya correspondencia y encuentros en Europa con GGM, cuando este comenzaba a recorrer aquellas lejanías fue proverbial, que el primero que embocó en Cartagena a Gabito por Faulkner y Virginia Wolf, fue Óscar, cuando Barranquilla aún no asomaba entre los destinos imaginados del pintoresco muchacho de Sincé, Aracataca y Sucre, Sucre, que quería ser escritor y había desertado de los dominios y encantadas ciénagas de La Mojana, el reino de la Marquesita de la Sierpe.
Entonces Gabriel, era Gabito y no Gabo,
como ahora sus sedicentes amigos de toda la vida,
después de muerto por supuesto, llaman con desbordada y melosa confianza a García Márquez.
Entonces Gabriel, era Gabito y no Gabo, como ahora sus sedicentes amigos de toda la vida, después de muerto por supuesto, llaman con desbordada y melosa confianza a García Márquez.
En esa relación indulgente y de preceptor que me deparó Ramiro de la Espriella, y espero que Claudia su hija las conserve, tuve en mis manos y hasta fotocopié las cartas y los papelitos que su compinche de travesuras y audacias literarias e intelectuales de Cartagena, iba enviándole del lugar en el que se lo cogieran sus noches europeas de novel cronista y reportero, las cuales cuanto dejan sentir en toda su latitud, altitud y confianza es la entrañable, fraterna, camajana amistad que, allende el corralito de piedra, los unía.
Igual que con Carlos Alemán Zabaleta, el único de aquella insurgencia de la inteligencia, la mundanidad y la modernidad que, en uso y goce de sus facultades mentales y físicas, sobrevive a la devastación y arrasamiento de la peste del olvido, la ingratitud y el lucro, que ha traído consigo la fiebre de las amistades portátiles sobre las cuales hoy navega por todos los mares, llanuras, cordilleras y desiertos del orbe, la génesis literaria amañada de Gabito.
A él, al centenario Alemán Zabaleta, es a quien hay que preguntarle por Gabriel García Márquez, porque, dicho por otro que sabía mucho, “ese es uno de los tipos que más saben de Gabito en Colombia, quizá más que misiá Luisa Santiaga”.
Poeta
@CristoGarciaTap