Múltiples estudios han determinado que más del 80 % de los colombianos se ha visto (o se está viendo) afectado por la pandemia. No es para menos.
Incertidumbre por el futuro. Emprendimientos truncados. Pérdida de empleo. Cuarentenas interminables. Cifras de muertes y contagios rimbombantes. Situación política. Y un etcétera que preciso no describirlo porque aportaría aún más a esa desesperanza aprendida.
Es momento de pensar en una verdadera atención a la salud mental de los colombianos; pareciera que las autoridades la tuvieran solo como un efecto coyuntural normal y predecible sin entender que mucho del bienestar pasa por su cerebro.
Como un ciudadano más, pero sin la pretensión de tener la última palabra en esta reflexión propongo:
- Generar una política de atención a todos (sí, todos) los estratos en términos de salud mental.
- Abordar a través de una muestra considerable las principales preocupaciones de los ciudadanos.
- Generar “verdaderos” espacios de interacción adoptando las medidas de bioseguridad; desmontando progresivamente la virtualidad.
- Incluir en los Planes Básicos de Atención en Salud (PBAS) acompañamiento psicológico al menos una vez cada semestre.
- Acompañar procesos de actualización y aprendizaje continuo de los profesionales en psicología.
No nos digamos mentiras; los avances en términos de economía y mejoramiento de la calidad de vida se fueron al traste con el COVID-19. Es responsabilidad, ahora sí, del Estado, abordarlo desde los territorios y menos desde la academia.
Que por nuestra salud mental no llegue la próxima pandemia. Sería aún más devastadora.