En los tiempos de algunas de las marchas de siempre, por la paz, la democracia, los derechos o la justicia social, varios amigos, voluntarios, desde temprano, chapoleaban en las calles. Por la tarde, apareció, con su familia y su perro, el dirigente de turno, cuando ya todos llegaban a una Plaza de Bolívar a reventar. Los compañeros se le acercaron a saludar, cansados de la caminata. Parco cruzó par palabras, les preguntó algo y los despachó. Antes de irse, le increparon que no habían comido nada, él les contestó: “Todo sea por la causa”. Callados, siguieron su camino. Más adelante, alguno escuchó cuando el hijo del político le exigió que tenían que comprarle un helado a su mascota. Él, sonriente, le entregó un par de billetes a su escolta, ordenándole que le trajera al perro un cono. Al rato, con el postre volvió el tipo, que todos pagamos con nuestros impuestos, mientras mi amigo agachaba la cabeza, mandando a la M la causa y botaba a la basura los pocos volantes que tenía.
A la gente no le importa que tú te equivoques en política, lo que le importa es si eres consecuente o inconsecuente, dijo Jaime Bateman. Le atañe, la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Que el dirigente, con la mano en el corazón, piense como un hombre de acción y actúe como un hombre de pensamiento. Líderes que prediquen y practiquen. Sean creíbles. Con decencia, disciplina y principios den ejemplo en cumplir la palabra empeñada para que, con sus debates y acciones, generen bienestar, desarrollo y vida digna. No solo que sean consecuentes en la vida de las luces o en coyunturas políticas, sino que sean íntegros en sus alianzas, en sus comportamientos sociales, en su servicio público, hasta en su intimidad. No hay nada oculto bajo el sol.
La coherencia, poderosa palabra que permite evitar la vanidad, el narcisismo, el sectarismo o el culto a la personalidad. Que les pone límites, a los que creen siempre tener la razón, hasta impedir la iniciativa, el control social o la participación ciudadana, bajo la premisa de que quien no está conmigo es mi enemigo, porque piense diferente o decida votar por otra opción; o, en últimas, para que no termine por calzarles la frase de que no hay peor perverso que el converso, cuando en su vida, se vuelvan una caricatura de sí mismos, o sean cooptados por el régimen, para convertirse en lo que antes combatían, o lleguen a negar sus orígenes, en frente de sus simpatizantes, militantes, y del charco de aduladores que los inflan y los alejan de la realidad. Gente que los apoya o están en un proyecto político, óiganlo bien, pero, de quienes, no son sus dueños, ni mucho menos de las instituciones o dignidades que regentan, por un mandato ciudadano, al que le rendirán cuentas.
Si pregonan que los recursos públicos son sagrados, el erario no se toca. Si luchan contra la corrupción, no pueden aprovecharse de sus posiciones de liderazgo, para su beneficio o para saciar sus placeres y ambiciones personales. Si creen en la paz, no pueden ser violentos o incitar al odio. Si van por la justicia social, deben cooperar, ser solidarios, y redistribuir el conocimiento y la riqueza. Si el poder llena de privilegios, no pueden convertirse en una nueva élite, ni embriagarse con sus mieles, para atentar contra la dignidad de quienes lo acompañan, maltratar a los más débiles o violar sus derechos. Que no se les olvide la coherencia en este año electoral a quienes depositamos nuestra confianza, compromiso y esperanza.