En tiempos pasados un Caballero era aquel que montaba a caballo. Así de simple.
Luego, su clase o estirpe se empezó a enmarcar en el tipo de caballo que montara y en el uso que le diera al animal.
Dependiendo de sus calidades en estas áreas, el Caballero se convertía en un importante miembro de la sociedad adquiriendo roles y funciones de acuerdo al momento histórico, la transformación social y los vaivenes de la economía.
Con el pasar del tiempo fue quedando la idea de que el Caballero era un hombre importante, valiente. Digno de las labores de defensa y cuidado de los más débiles o más necesitados. La connotación principal de la palabra llevaba implícito en si la hombría, la fuerza, el carácter fuerte y la valentía. Y por sobre todo, la cortesía y a sana picardía viril hacia las mujeres
Tal vez por eso la palabra derivó en varias de las características que sostenían el concepto. La gentileza, el servicio, el respeto, la humildad, la conquista y la templanza.
Por ser casi exclusivamente los hombres los que montaban a caballo en aquellos tiempos, estas características se volvieron inherentes a ellos. Hoy ser “Caballero” o “Caballeroso” describe a aquel hombre que es atento, gentil y algo más respetuoso con las mujeres que con sus propios congéneres.
Abrirle la puerta a una mujer para que pase primero, ofrecer el brazo o la mano como apoyo para entrar o salir, o sentarse solo después de correr el asiento para invitar a la mujer a que descanse son comportamientos que demuestran que tan caballero o no es un hombre.
Algunos han interpretado estos comportamientos como demostraciones machistas. El que abre la puerta, corre el asiento o espera su turno se siente o se quiere sentir más fuerte y por eso tiene la capacidad de dejar que la mujer sea atendida con algo más de cuidado de lo normal. Muchas feministas consideran que son este tipo de actitudes las que ejemplifican al macho que quiere controlar y dejar claro quien es el más poderoso en la relación.
Hay mucho de cierto. Es evidente que muchas de estas conductas reflejan algo de control, de superioridad.
Pero si pudiéramos realizarlas pensando en el servicio y no en el ego, se podrían convertir en regla para con quienes creemos tienen algún tipo de necesidad o son en realidad más débiles: Un niño, una persona mayor, alguien con discapacidades o que sufre de algún problema físico.
Y en esto, definitivamente, no hay distinción de género.
@Silviadan