En una de sus intervenciones el presidente Iván Duque Márquez expresó que quienes se apropien indebidamente de los recursos destinados para atender la crisis generada por la irrupción del COVID-19 se los debe catalogar como verdaderas ratas de alcantarilla. Totalmente de acuerdo con él, sus palabras son el claro testimonio de que en nuestro país los corruptos no se detienen ni siquiera ante el dolor y la tragedia de los más humildes y desprotegidos. Así lo entendimos los colombianos y de esta manera lo reseñaron los distintos columnistas en los diarios de nuestro país: “Frente a las denuncias hechas por el contralor Carlos Felipe Córdoba y el procurador Fernando Carrillo relacionadas con sobrecostos en la adquisición de bienes y servicios para mitigar la crisis generada por el COVID-19, el presidente Iván Duque se refirió a los corruptos como ratas de alcantarilla y bandidos. Pidió también a los órganos de control acelerar los procesos en contra de quienes se dedicaron a robar. La Contraloría ha denunciado casos realmente escandalosos. Sobrecostos de hasta el 1.000 % en bienes de primera necesidad como alcohol y gel antibacterial. Y así en muchos otros artículos necesarios en esta crisis. Por ejemplo, una lata de atún a $19.000 pesos. En un municipio en Cundinamarca compraron paquetes de cuatro rollos de papel higiénico a $78.000 cuando cuestan en el mercado $19.000”. En Nariño, el transporte de cada kit de ayuda humanitaria nos costó la friolera de $ 47.500 pesos, $ 870 millones de pesos.
Las ratas de alcantarilla, de acuerdo a conceptos de especialistas en el mundo animal, “Tiene hábitos nocturnos y es muy hábil en el agua, aunque, a diferencia de la rata negra no es buena trepadora. Excava redes de túneles y cuevas. Es omnívora, aunque prefiere los cereales, huevos, carnes y animales pequeños. Su oído y olfato son excelentes. Las hembras, tras una gestación de veintiún a veintitrés días, paren de seis a catorce crías ciegas y sin pelo. Tienen de dos a ocho camadas por año. Viven hasta tres años. Es una especie gregaria, siendo cada individuo parte de un grupo jerárquico y disciplinado. Frecuentemente hay conflictos y a veces verdaderas guerras entre dos grupos”. Toda coincidencia, es pura casualidad.
Y lo digo por la sencilla razón que muchos de nuestros gobernantes entrarían a engrosar y clasificar en esta definición. Y sí, son ratas de alcantarilla. Tienen hábitos nocturnos y les gusta entrar en el palacio presidencial en horas nocturnas y sin dejar constancia. Son muy hábiles en el agua y, es justamente ahí donde se muestran más sagaces y perturbadores, que lo digan los habitantes de Tumaco o de Chocó, regiones donde se han encontrado grandes evidencias de corrupción en el manejo de los recursos COVID-19. No nos olvidemos de La Guajira o de la Costa Atlántica, donde sin importar el tamaño del roedor o la roedora muerden y de la forma más contumaz y cruel. Van directo a la yugular y al presupuesto.
Pero estas ratas de alcantarilla criollas sí son buenas trepadoras, reptadoras diría yo. Aparecen de pronto en el panorama político nacional y en un dos por tres ya son concejales, diputados, congresistas, alcaldes y gobernadores. Trepan infatigablemente hasta que sus uñas y sus colmillos se sacian del presupuesto de turno. Lo dejan exhausto y en franca postración. También son omnívoras, se nutren de los recursos estatales in importar su origen o su destino, desfalcan las cajas de compensación, los institutos descentralizados, las clínicas y hospitales. Muerden y muerden hasta que el ultimo centavo ingresa a su sistema digestivo. No les importa si los recursos provienen de regalías, del IVA o de impuestos directos, su apetito voraz no tiene reparos en devorar todo centavo que caiga en su círculo de poder.
Nuestras ratas de alcantarilla parece que no tienen un paladar tan exquisito, pues a diferencia de las de cuatro patas que prefieren “los cereales, huevos, carnes y animales pequeños”, estos se ceban con lo que les caiga. De los kits de ayuda humanitaria hacen desaparecer los huevos, los cereales, las carnes y los animales pequeños como los pollos, pero también esfuman el aceite, el arroz, las harinas, los fideos y hasta las verduras. Sus papilas se extasían ante todo producto alimenticio pues saben que en río revuelto, ganancia de roedores.
Comparten su agudeza olfativa y su perspicacia auditiva. Huelen al instante los presupuestos y los recursos de todo orden. Los sienten, los palpan, los siguen, los acechan y no descansan hasta tenerlos entre sus bolsillos burocráticos y clientelistas. Oyen prontamente el tintineo de las monedas y vibran ante su sola presencia, sin importar de dónde provengan o cual sea su destino. Poco importa que sea para población vulnerable, para la paz, para el adulto mayor o para la niñez desnutrida de Colombia. Ratas de alcantarilla cuya agudeza olfativa y auditiva lo desarrollan a medida que se adentran en los vericuetos de la política tradicional.
“Las hembras, tras una gestación de veintiún a veintitrés días, paren de seis a catorce crías ciegas y sin pelo”. Mire usted a nuestros políticos, parecen ciegos ante el clamor nacional, parecen no ver el hambre de los pueblos, las necesidades de sus regiones, la pobreza del campo y el hacinamiento en las ciudades. Ciegos y torpes ratas de alcantarilla que recitan un fofo discurso cada vez que se acercan las elecciones. Algunos tienen pelo, por lo general son hembras que califican a sus congéneres de vagos o que descienden de terratenientes que expropiaron tierras como ratas.
“Tienen de dos a ocho camadas por año. Viven hasta tres años”. Sí, cada año rotan su lista clientelista, enderezan los contratos y ceban a sus contratistas. Y viven, por lo general, cuatro años, de acuerdo a los preceptos y mandatos constitucionales. Algunas veces chillan para que el periodo se extienda por cuatro años más, pero la biología también es una ciencia exacta y con sabiduría ha determinado que cuatro años es un tiempo suficiente para afilar sus garras y limar sus bigotes de roedor.
Nada más certero que también nuestros roedores criollos son “una especie gregaria, siendo cada individuo parte de un grupo jerárquico y disciplinado. Frecuentemente hay conflictos y a veces verdaderas guerras entre dos grupos”. Son gregarios, se unen en partidos, movimientos o coaliciones, que poco duran pero que les permite olisquear y disfrutar de los presupuestos locales o regionales. Hoy son de avanzada, mañana de centro y mañana de renovación. Lo importante es cumplir el precepto de la gregariedad. En su jerarquía particular tienen a un líder que siguen ciegamente, con fervor, con disciplina y con algarabía. Lo aplauden, lo defienden. Lo rodean incondicionalmente sin que nada importe su pasado de rata despiadada y asesina. Son gregarios, hacen coaliciones y son disciplinados, hasta que el presupuesto se acaba y se hace necesario olisquear otra entidad o instituto para cebarse en él. Y ciertamente que “frecuentemente hay conflictos y a veces verdaderas guerras entre grupos”. Se pelean con donaire entre roedores que ayer fueron aliados y hoy son enemigos. Su mayor disputa se presenta a la hora de repartirse las entidades y los presupuestos. Unas verdaderas ratas de alcantarilla que terminan convirtiendo en cloacas las clínicas, hospitales, empresas de energía, cajas de compensación y todo cuanto tocan.
Tenía razón el presidente Iván Duque, son ratas de alcantarilla. Que hoy se aprovechan de los millonarios recursos destinados a atender la pandemia COVID-19. Se los roban, sustraen aceites y arroz, hacen desaparecer como por encanto cientos de productos facturando sumas exorbitantes en su trasporte o adquiriéndolos en mercados ilícitos de proveedores fantasmas que comparten su botín. Esta es, quizá, la única verdad que le puedo creer a nuestro presidente por la sencilla razón que él también clasifica en sus propias palabras. Lo rodean seres oscuros, ratas de alcantarilla que medran en el presupuesto nacional. Linneo se quedó corto en su clasificación de las especies, le faltó agregar a las ratas de alcantarilla criollas que pululan por doquier y se manifiestan cada vez que una tragedia o una desgracia se manifiesta en el territorio nacional. Nada más que oler de una inundación o de oír una avalancha y aparecen estos roedores listos para cebarse en los cuantiosos recursos destinados para atender la tragedia. Son buenos roedores, cumplen a cabalidad con todos y cada uno de los enunciados taxonómicos: “Esta especie es un roedor parásito que vive generalmente en el suelo, en madrigueras o en las redes de alcantarillado, y se desplaza al interior de los edificios en busca de alimentos. Su radio de acción en cuanto a movimientos es bastante amplio”.
Totalmente de acuerdo con usted, presidente Duque