El 19 de junio pasado ya es fecha histórica en Colombia: el país eligió por primera vez a un presidente de izquierda.
El hecho que se veía posible no era todavía una certeza porque había vaticinios de que el ganador sería Rodolfo Hernández y no Gustavo Petro, como a la postre sucedió. La sorpresa y perplejidad por el triunfo de Petro fue visible en los principales medios y cadenas de Colombia. Una observación atenta, sin ser rigurosa, mostraba ese sentimiento en los semblantes y en el tono de voz de los propios presentadores y analistas de las tertulias de televisión y radio que se montaron esa tarde y noche.
La sorpresa con el electo presidente de Petro no paró el domingo 19 de junio, porque su discurso de triunfo electoral y los anuncios y encuentros que siguieron los días siguientes, entre esos su asistencia a la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y su entrevista con Álvaro Uribe, han mostrado un talante inesperado del que será dentro de poco el nuevo mandatario de los colombianos.
La pregunta que surge, en el escenario inédito de cambios anunciados al que ha dado lugar la conformación del nuevo gobierno y las relaciones que se han perfilado con otras ramas del poder público, es: ¿Y en los medios, para cuándo vienen los cambios? Y hacemos la pregunta sin ánimos retóricos, porque es evidente que la perplejidad, y a ratos el asombro que dibujaron en sus rostros el 19 de junio muchos líderes de opinión, era el de quienes no daban crédito a que habían sido derrotados y a que no creían que los colombianos les hubieran dicho ¡ya no más, ya está bueno de infundir miedo y de mentir!
Es una pregunta que espera respuesta y que los medios deben ofrecerla. Es claro, además, que la apuesta política que los medios han hecho desde hace varios lustros, es la de defender sus intereses económicos y políticos, por sobre la tarea de prensa que tienen como misión y de la que deben generar su credibilidad.
En ese camino se habituaron a sostenerse, en buena medida, con la chequera que papá Gobierno y papá Estado les provee de la jugosa pauta publicitaria que generan para vender la gestión que hacen. Otra parte proviene de la publicidad de la grande empresa privada que, también, vive de la contratación del Estado y del Gobierno, de las consejas que allí protagonizan para que les quiten impuestos, para que les elijan en exclusivas juntas directivas de empresas o entidades públicas que les reportan excelentes beneficios, pues hacen más rentables sus negocios, mientras despotrican de la ineficiencia del Estado y elogian desmedidamente las virtudes de la iniciativa privada.
En el caso de la prensa escrita, una de sus fuentes clásicas fue la venta de sus periódicos y revistas que hoy está en franca desaparición. A cambio, esa fuente ha mutado a cobrar por el acceso a sus contenidos en la modalidad virtual a la que han debido emigrar. Para esto han exigido que quienes quieran hacerlo paguen la suscripción de sus principales medios de prensa. Pero aquí las cosas son agridulces, porque el periodismo digital tiene otras reglas a las que todavía el público que accede a él, no le convencen de que debe pagar por el acceso a la información y, menos, si éste tiene serias reservas o desconfianza abierta con dichos medios.
Desde luego, esta trasformación de los medios los ha desafiado porque en el ecosistema digital la oferta de información, es reacia al clasismo y el elitismo con el que conciben muchos hombres de medios, empresarios y periodistas, la tarea de informar. Aquí la emergencia de información por Internet y por los canales de las redes sociales resulta incontrolable y, lo peor, les compiten a sus medios habituados a monopolizar la información que tiene como fuente el Gobierno y las instituciones del Estado. Y, por supuesto, porque también les nació otra competencia que desdeñaron, pero que hoy tiene ya una trayectoria de reconocimiento que se expresa en varios portales periodísticos que hacen presencia en la agenda de medios con un rigor igual, o mejor, del que aquellos creen exhibir. En todo caso, un cuadro que ya veían en otras latitudes Eco (2020) y otros autores.
Asunto aparte en la crisis de los medios es la visión centralista que predomina en ellos, por más que el país reconozca la existencia significativa de varios canales de televisión regionales y otros tantos periódicos regionales con una presencia ganada desde hace varias décadas. Esos medios, sin embargo, por lo regular, juegan con la agenda de medios nacionales como Caracol y RCN, o de El Tiempo y El Espectador. La televisión y la radio pública nacional, por otra parte, a duras penas sobrevive como cuota burocrática de poder, porque su diseño y misión está lejos de imitar a una BBC, la Televisión o Radio Francesa Internacional, o incluso la Voz de América.
En este panorama, sin embargo, lo que a nuestro parecer más afecta los medios colombianos, es la lógica de poder y de empresa que cada vez la engulle más. Solo hay que ver el ejemplo de la revista Semana, la hasta hace poco semanario que le generaba agenda al país, es hoy un medio desdibujado que no se sabe con certeza si es un antiejemplo de negocio de medios, o de periodismo.
¿Quiere decir lo aquí expuesto que estamos en presencia de unos medios arteros de poder, manipulación y desinformación? La verdad es que algunos medios han demostrado ser más gobiernistas que un ejemplo de prensa libre. En otros casos, se aprecia un esfuerzo por hacer periodismo, pero no se dejan de ver las orejas gobiernistas que intentan ocultar, amén de la retórica sofista de contrapoder que algunos han querido presentar como credencial de credibilidad.
Por último, es evidente que muchos periodistas con destacados puestos de poder en los medios deberían dar un paso al costado. También lo es, que por más que tímidamente intentan otros temas, la agenda de los medios debe ser mucho más amplia y vital, con inclusión de país. Harían bien en terminar el carrusel de opinadores en que se han convertido algunos programas reconocidos, incluso con analistas éticamente impresentables.
En una nueva ruta deberían darle espacio a analistas regionales, que los hay de calidad, y no solo en Bogotá, como siguen creyendo muchos. Algunos más también darían muestras de profesionalismo si declararan los vínculos familiares que los atan a empresarios poderosos, o las empresas de medios con las que gestionan asesorías en comunicaciones e imagen. No les caería nada mal, por último, que muchos dejaran la soberbia y autosuficiencia con la que creen deben cumplir sus tareas periodísticas.
En fin, ¿para cuándo el cambio en los medios? ¿El país podrá seguir tolerando a muchos de esos prohombres de medios? Quien lo creyera, tiempo hace que conocimos el cine mudo. Pero ahora parece que buena parte de la sociedad ya realiza algo que era impensable: la televisión muda, la radio muda, la prensa invisible, y se lo debemos, en buena parte, a esos rostros de asombro y perplejidad que el 19 de junio no creían que Petro fuera el nuevo presidente de Colombia.