Por si no lo sabían, al igual que la inmensa mayoría (yo incluido), el pasado domingo 25 de abril se llevó a cabo la entrega número 93 de los premios Óscar, con una de las sintonías más bajas de su historia. Atrás ha quedado la era en donde millones de personas ansiaban observar a superestrellas como Katherine Hepburn recibir tan preciado galardón. Olvidado ha quedado el ritual de millones de hogares que centraban alrededor de la caja televisiva para cotillear el interior de Hollywood. Sin duda alguna, la mayoría de nosotros nos preguntamos: ¿por qué la entrega de estos famosos premios ha quedado en la penumbra?, ¿por qué su sintonía es cada vez más baja?
Desde el 2018 el rating de este tipo de premios es cada vez peor. En estos últimos años se ha perdido más de la mitad de la acostumbrada audiencia de esos galardones. Esto se le puede atribuir a tres principales causas: el fortalecimiento de plataformas digitales de streaming por encima de medios más tradicionales como el cine y la televisión; la postura claramente política que ha asumido la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas; y la desvelada hipocresía de los miembros de Hollywood con diferentes problemáticas de la actualidad.
El alza de plataformas como Netflix, Amazon, Hulu o Disney Plus, combinada con todos los procesos de aislamiento vividos el año pasado, ha afectado directamente cómo se concebía el negocio cinematográfico en el mundo entero. La mayoría de personas se alejaron de los medios tradicionales; pero lo cierto es que hoy en día hay más personas viendo películas y series. De ahí que la respuesta del olvido de los premios es más compleja que el invento de nuevas plataformas. Bien podría ser la sobrecarga de información o la falta de un estándar de calidad como el del Hollywood de antaño. El interés no es el mismo.
Por otro lado, la posición política claramente asumida por los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas puede haber contribuido al desinterés general. Esto se hizo más que evidente cuando el año pasado se dieron a conocer las pautas para poder participar en las diferentes categorías de los Óscar. A partir del 2020, para poder ser siquiera considerado para ser elegido en un premio de la Academia, es necesario que tanto la producción como la temática de esta se adapte a unos estándares de inclusividad que dejan espacio a muy poca maniobrabilidad. Para que una película fuera considera, la productora de esta tendría necesariamente que formar su equipo de trabajo con algún porcentaje de una “población no representada”, un estándar que también se aplica para las temáticas de las obras que ahora no pueden ser solo reflexiones e historias sobre la condición humana, sino que se deben encajar en la narrativa de discutir solo sobre temáticas muy específicas: el género y la raza.
Por último, se ha hecho más que evidente que durante el momento de aceptación de discursos algunos de estos actores y creativos usan este espacio como una plataforma activista y/o política. No hay discurso en estos actos televisivos en que no se mencione el cambio climático, las elecciones gringas, la disparidad laboral o la violencia sexual; discursos casi risibles considerando que la mayoría de estos pelafustanes no se bajan de jets privados (gastando miles de litros de combustible), ganan decenas de millones de dólares por meses de trabajo y han sido cómplices silenciosos de depredadores sexuales como Harvey Weisntein o Bill Cosby. Hipocresía denunciada por el comediante británico Ricky Gervais cuando en la edición del 2020 de los Globos de Oro se mofó en repetidas ocasiones de la insensatez de personas con conocimiento nulo sobre los problemas y la realidad del mundo, o con una clara complicidad criminal crean estar suspendidos en un atrio moral para aconsejar al mundo entero.