Si por algo debe haber una permanente preocupación en la ciudadanía es por evaluar las decisiones presidenciales para verificar hasta dónde coinciden con sus promesas de campaña o se aproximan a ellas.
Una de las propuestas electorales de Gustavo Petro estuvo relacionada con la transformación de nuestro régimen tributario en un verdadero instrumento de redistribución del ingreso. Personalmente estoy convencido de que no puede haber redistribución del ingreso mientras los impuestos recaigan sobre las utilidades de las empresas, ya que lo que estas pagan por tal concepto lo trasladan a los consumidores a través de los precios.
La única solución a tal injusticia es que el gravamen recaiga sobre los dividendos, como lo entendió Petro al elevar y hacer permanente la tarifa por este concepto, así haya pasado por alto el aplicarle el principio de la progresividad.
Ahora debe evaluarse la decisión relacionada con el incremento del salario mínimo, del cual se ha dicho que es el más alto del presente siglo, en lo cual hay plena coincidencia entre el gobierno, los gremios económicos y las centrales obreras.
Efectivamente, nunca antes en este siglo habíamos tenido un incremento del 16 por ciento. Sin embargo, en honor a la verdad, nada nos ganamos con que sea el más alto si simultáneamente hemos tenido también la más alta inflación. Por eso lo que importa no es ese incremento formal. El que importa es el incremento real, es decir, el mismo incremento formal, pero depurado de la inflación, pues este es el que refleja lo que finalmente importa: la mejora en el poder adquisitivo de los trabajadores.
Para el caso presente, como tuvimos una inflación del 12,53 por ciento, el incremento real solo fue del 3,47 por ciento; y este porcentaje es el que debemos comparar con los datos históricos a fin de establecer realmente en qué año fue mayor.
Lastimosamente para Petro, esa comparación no lo deja bien librado: el incremento real más elevado del presente siglo no es el suyo, sino el que decretó Iván Duque el año pasado y están recibiendo actualmente los trabajadores. Recordemos que por ese entonces el salario subió un 10,07 por ciento y la inflación fue del 5,3, lo que dejó el incremento real en un 4,77 por ciento; es decir, un punto y 23 centésimas por encima del de Petro.
Cuando se redactó esta nota, el gobierno no había oficializado aún este incremento. Seguramente ya es tarde para cualquier modificación. Esto, sin embargo, no frustra de ninguna manera la aspiración de los colombianos a tener un salario a la altura de sus muchos méritos. La esperanza sigue viva.