Enervada relativización, de eso sufrimos. Lo que es bueno y malo —que no es para todo el mundo— nos lleva a un discurso inconcluso, perdido y que muchas veces se contradice entre sí. La polarización ideológica que está permeando el país nos está sumiendo en una contradicción narrativa constante, donde incluso el propio narrador se contradice. Y no es para menos, esta división que aparenta ser “inintencionada” producto de un azar incomprensible, no es más sino la planeación de un gobierno que busca dividir a las personas para, nuevamente, hacerles creer un “falso dilema”; si no están con nosotros, están con ellos; “ellos”, en la cosmovisión de poder que se ha enquistado en los próximos 4 años, son todos los que creemos en la Constitución, su protección y garantía, empero, para la verborrea del conservador promedio, somos no menos que “mamertos” o “guerrilleros”. Esta falta de análisis, esta superflua connotación de la realidad, es producto de un control ontológico de la nación, es decir, permean nuestra cosmovisión política para así controlar nuestra lógica y así generar una “sensación” de “criterio”, legitimada por la “masa”. Precisamente esta “masa” se respalda en ella misma, no en nadie más, pero como es “masa”, “cantidad”, por alguna razón el delirio se masifica y ocurre el milagro: la mentira contando la verdad.
Siguiendo un poco a Foucalt, está claro que hoy día el enfoque de la guerra se ha resignificado, lo cual nos lleva a creer que tiene múltiples y variopintas formas de darse —dado su carácter holístico—. Por ello, hoy en día la guerra se ha vuelto discursiva, etérea, donde la división no es material sino inmaterial, teleológica, es una cuestión de medios y no de posturas. Para la muestra un botón, basta hacer un análisis a grandes rasgos del discurso Duque-Uribe para darnos cuenta como, un discurso afilado y al margen de la Constitución, genera una violencia ideológica tal, que los sufragantes se ven abocados a votar no “por” y a “favor” de alguien, sino en “contra” de X o Y, lo cual implícitamente nos lleva a gestar una sociedad que piensa a través del odio y la diferencia, no de la armonía y la convivencia.
Bastaría menos para expresarme de otro modo, pero no hallo otra expresión más confiable que “armonía” o “convivencia” para expresar ese gran propósito político. Los politólogos más puristas fruncirán el ceño al intentar entablar una relación de poder político con estos conceptos, pues el tiempo y la historia han demostrado que la moralización de la estructura del poder público no solo es frustrante sino inútil, pues no explica ni analiza el porqué, en profundidad, de la gravedad de mundo en el que vivimos. Empero, analizar con criterio axiológico las aristas que implica el funcionamiento y administración del Estado nos dará enfoque, voluntad política y un discurso innegablemente progresista —bajo la acepción de progreso, de avance; no como corriente política, aclaro—.
Es una lectura personal, pero no veo argumento, ni razón, ni mucho menos un propósito colectivo en el actual gobierno. Mal o bien de Uribe pueden decir que duró todo su mandato reforzando la idea de “seguridad democrática”, lo cual es cierto. Sus opositores y simpatizantes al menos sabían que discurso defender o atacar. Lo mismo con Santos, mal o bien se dedicó 8 años al proceso de paz y generó posturas políticas claras en los administrados, lo cual estrechó el lazo entre la administración y la ciudadanía, muy a pesar del análisis que se hagan de los plebiscitos y la implementación de los acuerdos.
Y ahora ¿Duque, qué? Entrar a la OCDE fue parte de un proceso de paz y la inversión extranjera que trajo la calma en las fronteras del país por el diálogo con las Farc fue la más alta en la historia del país; ello trajo empleo y una renovación internacional de la imagen de Colombia ante el mundo. Sin embargo, aquel sector ultraconservador y ultraderechista del uribismo le está reclamando acérrimamente al presidente que cumpla con aquel sector del “no". Aquel sector guerrerista y belicoso, propio de las generaciones anquilosadas del país —que como toda agua estancada genera reptiles—, aún no se da cuenta de los beneficios de la paz, beneficios económicos que terminan afectando las necesidades básicas insatisfechas del país, asunto que, en el ciclo presupuestario, es de primer orden: salud, educación, recreación, etc.
En conclusión no hay gobernabilidad, pero tampoco podemos hacer un escueto análisis y decir que es culpa expresa del presidente y su bancada. Es culpa de un proceso de paz que fue superior a la política de Estado, a la institucionalidad misma. Verbigracia, mal o bien el actual gobierno no ha podido torpedear el proceso y ello significa que su discurso no supera, ni mediatiza lo suficiente los componentes que hoy por hoy tienen el proceso de paz en pie. Es esa falta de fuerza ideológica, esa falta de carácter político por parte del actual Ejecutivo lo que quiero denotar en este artículo. El actual gobierno, aún con mayorías parlamentarias y con toda la “maquinaria” política a su favor, no ha podido, en mínima forma, acabar con un proceso que lo ha superado a nivel discursivo en cuanto a lo económico y lo político.
Santos sigue siendo presidente, pero ellos no lo saben…