La mayoría de los colombianos, más espectadores que actores, necesitan vislumbrar salidas a esta situación en donde cada día aparecen más escándalos de corrupción. Requieren tener cierto grado de certeza sobre la capacidad de sus líderes –los que queden–, para que estas acusaciones que van y vienen no se limiten a denuncias sino que, con la justicia necesaria, se garantice la no repetición.
Gracias a la globalización, ya no se puede lavar la ropa sucia en casa, como quisieran muchos de estos personajes enredados. A estas alturas, el InterBolsa-Gate, el Pretelt-Gate y todos los demás, son ya de conocimiento mundial. Hace días en El País de España, aparece publicado un artículo titulado "Pretlelandia" escrito por Diana Calderón, en cuya introducción afirma: "El presidente de la Corte Constitucional está separado de su cargo por pedir supuestamente un soborno de 210.000 dólares". Por fortuna, la esperanza de que lleguen a buen puerto las conversaciones de La Habana, sirve para mantener en un nivel aceptable la moral nacional.
Son muchas las aristas de la situación actual y para tomar una de las más graves es necesario recordar unas palabras del abogado defensor de Pretelt quien, sin sonrojarse, afirmó que la ética no tenía que ver con el derecho. Desconcierto total se generó, no solo entre los respetables abogados colombianos que existen, sino en ese sector de ciudadanos que todavía cree que sin valores definidos que se ajusten precisamente a la ética no hay sociedad que sobreviva. La pregunta elemental para el común de la población es si se acabaron los límites, y cuándo y por qué. La razón de estas preocupaciones es evidente. Con la misma rara justificación, los economistas, los médicos –en fin, todo el mundo–, pueden argumentar lo mismo. ¿Dónde queda entonces la ética? Pero lo más grave son los políticos que manejan, nada menos, que las redes del mayor poder de la sociedad. ¿Con qué argumentos se les pide responsabilidad, transparencia, y pensar en el bien común y no solo en su bolsillo?
Se cae en el tema de la ética profesional sin dejar de reconocer que es en el hogar donde se inculcan esos valores que los individuos asimilan para orientar su diario vivir. Al consultar su verdadero significado, se encuentra, entre muchas alternativas, que se trata "(D) el estudio de la moral y del accionar humano para promover los comportamientos deseables". Pero como para reaccionarle al abogado de Pretelt, "(…) una sentencia ética supone la elaboración de un juicio moral y una norma que señala cómo deberían actuar los integrantes de una sociedad."
Como profesionales distinguidos se están pasando por la faja la ética para justificar la defensa de sus clientes que bien pagan, es hora de abrir el debate sobre la ética profesional. Y si esto se logra en esta sociedad tan superficial y alegrona, son las universidades las que serán el foco de nuevas controversias. Precisamente por el tipo de sociedad que es la colombiana –estratificada, donde hasta las relaciones de ricos y pobres son de poder–, se identifican claramente cuáles son los centros educativos donde se forman esos profesionales 'exitosos'.
Algo se empezó a discutir en el campo de la economía pero ese debate murió por sustracción de materia. Una verdadera lástima porque, sin duda, se revivirá la discusión ahora que es tan evidente que son los egresados de muy pocas universidades y carreras los que llegan a las más alta posiciones públicas y privadas en el país, muchos de los cuales pareciera que desconocen la existencia y la importancia de principios básicos para ejercer sus actividades.
En ese estudio que debemos hacer sobre los poderosos, su actitud hacia esos valores universales que deben regir el mundo debería ser un tema prioritario. Porque si no, ¿dónde queda la ética en esta sociedad?
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