El 13 de agosto de 1999 no solo fue asesinado un periodista, fue atacada por cinco disparos la libertad de expresión que aún hoy en día circula los pasillos de la vida y la mismísima muerte. ¿Cómo podría esta libertad estar en esa situación si es defendida por la Constitución Nacional? ¿Dónde queda el artículo 20? No lo sabemos, y no lo sabremos porque como asevera El Espectador, la muerte de Jaime Garzón fue un “crimen que hace 15 años borró la sonrisa a los colombianos”, no lo sabremos porque Luis Eduardo Gómez, el viejo periodista que enseñó a hacer buen periodismo en Urabá, se lo llevaron con su hijo y los otros 140 periodistas asesinados en los últimos años las dinámicas de un país sumido en la violencia militar, paramilitar y guerrillera; pero no por eso se dejará de decir la verdad.
Pues sí, finalmente nuestro objetivo como periodistas siempre será, primeramente, exponer la verdad, no la realidad porque no existe, pero sí la verdad de los hechos; esa es nuestra responsabilidad social. Como afirmó hace poco Juan Gossaín la consigna de esta profesión es: “Ni uribistas, ni santistas, somos periodistas. Nuestro deber es mucho más sagrado que el de los políticos. El deber sublime, el supremo es informar correctamente (…) obedeciendo únicamente a los principios éticos del oficio, por encima de todo la verdad, aunque no le guste a los más grandes poderes”. Dudando de todo, comprobando cada dato, siendo escépticos por excelencia, como dijo Gabriel García Márquez, no dejando que nuestra fuente “sea la vida misma”, cuidando cada palabra que se plasma en un papel; podríamos desatar una guerra o una masacre.
No podemos sonreír del todo hoy, no solo porque no está Garzón haciéndonos reír de nuestras propias acciones, de un país que vive diariamente una tragi-comedia, como lo podíamos interpretar con él; sino porque esta muerte no solo nos hace dudar de decir las verdades, sino que incluso se nos oculta después de 15 años la verdad de su muerte. Sí, la muerte de los periodistas queda impune y muchas veces en el olvido. La víctima sin reparación es la libertad de expresión. ¿Hay garantías en el país? No, no hay garantías ni para pensar diferente, ni para expresar lo que es necesario decir para cambiar la ruta de un país que pide a gritos el cambio.
La cuestión es que actualmente estamos partidos en dos ramas, en los periodistas humanos de los que habla Kapuściński: buenos seres humanos que pueden “intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino”. Y en aquellos de los que habla Ska-P en la canción Radio Falacia de su último álbum 99%: “frustrados realistas que se saben someter a quien les echa de comer”.
Es incoherente pedir libertad de expresión cuando somos nosotros aquellos que aceptamos depender de ideales, de monopolios, de dinámicas y demás. Incluso ya no hay que pedirla, supuestamente ya toda Colombia tiene el derecho a expresarse. La cuestión ahora es ¿quiénes somos, qué hacemos y para quién lo hacemos? Si de verdad consideramos que tenemos una responsabilidad social, entonces es el pueblo colombiano nuestra prioridad. Juan Gossaín preguntaba: ¿acaso es un periodista el que hace depender su información de los intereses de sus candidatos y del perjuicio que se debe hacer al adversario? No, Héctor Abad Gómez exponía que el buen periodista es el que pone “por encima de los éxitos individuales –o de las consideraciones económicas, políticas, nacionalistas o religiosas– los altos postulados de la justicia y del bienestar universal. Todo periodista debería ser un humanista universal en el más amplio sentido de la palabra”. Y si eso no lo hacemos cada uno, ni lo somos cada día, nadie lo hará por nosotros.
Al periodismo humano y ético, es al que hay que llegar, al que busca la verdad y encuentra cómo decirla, luchándola, porque evidentemente el periodista nunca debe dejar de ser excesivamamente curioso como lo recomienda Alberto Salcedo Ramos, pero para superar las barreras que se le oponen a su libertad, como lo expuso Albert Camus en 1939, el mismo debe buscar cómo ser libre.
El desafío principal es atreverse a ser un buen periodista, uno libre, uno lúcido capaz de no incitar al odio, uno resistente ante la deshonestidad, uno recursivo que pueda incluso decir la verdad sin decirla directamente sino usando la ironía, uno que deje atrás el miedo y sea obstinado, uno imparable, que no lo detenga nadie ni siquiera “la constancia en la babosada, la apatía organizada, la falta de inteligencia agresiva”; uno convencido que sea capaz de demostrarle a todos que por la verdad vale la pena cualquier esfuerzo y que aunque hayan amenazas y cada vez más desafíos, incluso muertes, la impunidad solo es una realidad cuando el olvido se apodera de nosotros, y aunque afirmemos estar en un país sin memoria, algunos recordamos que siempre está pendiente decir unas cuantas verdades, y desde entonces se nos hace imposible sonreír, pero aún se nos hace posible llegar a las verdades y con ellas, al cambio.