Mi gran amigo y profesor de Humanidades en la Universidad del Valle, el fallecido Iván Velasco, contaba esta anécdota: Un domingo muy temprano en Santander de Quilichao, un cura abre las puertas de la iglesia y ve que contra un muro, está un indígena borracho orinando. De inmediato reacciona: “¡Indio cochino!, ¿no ves que esta es la casa de Dios? ¡Aquí no se puede orinar! El indígena sin inmutarse contesta: “Y cómo yo estoy podiendo?”.
Esta anécdota siempre me ha servido para ilustrar y resignificar el poder. Me llena de consuelo, sobre todo porque pertenezco a una generación desempoderada.
Soy de una generación que le llegó tarde a todo: cuando fuimos adolescentes, ya los hippies habían cortado sus cabellos y consumido casi todos sus porros; cuando decidimos entregarnos a la revolución sexual, ya estaba de moda otra vez la monogamia pues el sida aterrorizaba nuestros intentos libertarios; cuando llegamos al mundo laboral construido por los yuppies, ya no había contratos fijos, remuneración estable ni jubilaciones; cuando llegamos a la lucha armada ya los fines y los medios estaban tan distantes que muchas y muchos iban de salida. Llegamos al feminismo cuando no era glamuroso, novedoso y rebelde, sino desacreditado y lleno de cargas y contradicciones.
Por eso, mucha gente de mi generación es desesperanzada, o pesimista y cínica. Y por eso no creemos en nuestro propio poder, porque nos ha tocado tragarnos muchos sapos, sin ser protagonistas de grandes transformaciones.
Pero aún en medio de ese reconocimiento, confieso que me encanta el momento político que vivimos. Es retador intelectual y emocionalmente. La actual contienda electoral tiene mucho de novedoso. Tiene mucho de incertidumbre y mucho de esperanza. Tiene tantas posibilidades de tener un desenlace triste y repetitivo, como un final inédito.
Aunque la polarización y otros males estructurales en el país no son nuevos, en esta coyuntura hay elementos que sí la hacen un momento de aprendizajes y atrevimientos:
- Se da en medio de un proceso de paz, que obliga a pensar en el tipo de personas que desde el legislativo y ejecutivo pueden hacer del posconflicto un camino de transformaciones y reconciliación,
- Se da en medio de grandes debates sobre el sentido y el contenido de la democracia, de los límites a los poderes, de los contrapesos, del poder ciudadano.
- Por primera vez hay un mínimo de candidatas en las listas. Aunque en muchos casos las mujeres aparecen más en el carácter de “relleno” o de representar a familiares, también van apareciendo mujeres que hablan por sí mismas y representan intereses colectivos de sectores sociales y no microempresas familiares. Además, ver mujeres en las listas va preparando el terreno para el cambio cultural que requerimos, en el que el país entero se convenza de que la política también es cosa de mujeres, etnias, juventud, diversidades sexuales, etc.
En este momento en el que se aceitan las maquinarias para repetir el triste ritual de compraventas, intimidaciones y coacciones por los votos, millones de personas, ajenas a esas maquinarias, que muchas veces hemos dejado en manos de los mismos y las mismas las decisiones del país, tenemos la potencia para cambiar las cosas. Tenemos grandes diferencias vitales y existenciales, pero sospecho que también grandes parecidos.
Venimos de todas partes: de causas perdidas, de amores y desamores, de encuentros y desencuentros, de militancias y sectarismos, de rabias y de injusticias, de renacer después de estar hechas cenizas, hoy vemos con esperanza y optimismo una coyuntura en la que el final no está tan claro como en los novelones pasados. Una oportunidad para construir propuestas, para salirnos de los fundamentalismos y purismos, para no votar por el menos peor, ni quedarnos mirando los toros desde la barrera. Vemos una oportunidad para despertar creatividades e inspiraciones.
Las mujeres, que hemos padecido la antidemocracia de los demócratas y el autoritarismo de los libertarios, que sabemos de revoluciones silenciosas, incruentas y acumulativas, como modernas Sherezadas, buscamos con las palabras salvar cada noche nuestra vida del sinsentido escribiendo, cantando, y sobre todo practicando el arte de la alquimia.
Demostremos, entonces que no estamos domesticadas ni intimidadas por el unanimismo político y social, no nos emocionan ni nos convencen las inequidades, ni siquiera presentadas en diminutivo, no estamos dispuestas a ceder ante las pasiones tristes despertadas por los estilos tradicionales de hacer politiquería.
Hay hoy cantidad de alternativas, que van desde listas de candidatos de la izquierda, hasta mujeres y líderes populares, étnicos, o activistas de derechos humanos y de la diversidad sexual inscritos en listas de otros partidos, hasta la opción del Voto en Blanco, que aunque es muy reciente y poco comprendida, podría dar la sorpresa.
Lo importante es continuar ejerciendo el poder, “allí donde se puede”: en el voto a conciencia, en el análisis cuidadoso de los programas políticos, de las trayectorias de los y las candidatas, en recuperar la dignidad y negarse a sostener por más tiempo el estado de cosas, la captura de la política por esa élite perversa que la postró.
Una política que huya de los determinismos y se atreva a imaginar futuros que no están contenidos en este presente, futuros inéditos y prometedores.