A pesar de no lograr el umbral necesario para que los puntos abordados en el referendo se convirtieran en proyecto de ley, esos 11 millones y medio de votos muestran una creciente generación de votantes conscientes que anhelan un cambio en las estructuras del país y en la manera tradicional en que se ha hecho (o deshecho) política en el país.
A pesar de los diversos bombardeos que sufrió el referendo por parte de la oposición, principalmente por parte del Centro Democrático y del senador Uribe, se demostró que hay más gente a favor la creación de políticas eficaces contra la corrupción que a favor del gobierno actual de Iván Duque, que llegó al poder con 1’300.000 votos menos de lo que sacó ayer, en cantidad de votos, la consulta.
Lo realmente sorprendente es que, a pesar de haber sido una votación atípica, en una fecha atípica, y de no haber contado con la tradicional maquinaria política que moviliza millones de votos, esta consulta fue secundada por una gran cantidad de ciudadanos quienes dieron dijeron SÍ a la mayoría de los puntos tratados. Si nos ponemos a comparar, por ejemplo, con el plebiscito de 2016 cabría la pena resaltar un par de cosas: La primera, que dicho plebiscito contó aproximadamente con los mismos votos de la consulta, eso teniendo el cuenta el carácter politizado de dicha votación, la cual estuvo durante largos meses en boca de la opinión pública, del gobierno y de la oposición. Segundo, que aquel plebiscito contó con una mayoría de votos a favor del no, votos en su mayoría puestos por Uribe y sus seguidores y por las iglesias católica y cristiana. Esto abre en efecto una gran interrogante que debe ser analizada con precaución: Si hubo casi el mismo umbral electoral y en esta consulta (presumimos) no votaron los devotos uribistas quienes son generalmente aquellos que ocupan la mayor parte de los votos en las elecciones de los últimos años ¿de donde salieron y quienes son las personas que votaron sí el día de ayer?
Como se dijo antes, hay que tener en cuenta de que esta consulta anticorrupción sufrió un boicot de último momento por parte de diferentes figuras públicas, en especial de la derecha y de la derecha extrema, y se intentó, al parecer sin éxito, darle un tinte político con el fin de quitarle legitimidad. La consulta de ayer no logró solo abanderar el desesperado anhelo anticorrupción que existe en el pueblo colombiano sino logró demostrar que dicho anhelo es apolítico y no tiene bandera ni ideología.
Los resultados fueron mucho mejor de lo que se esperaba, y sorprendió sin duda a muchos analistas políticos que esperaban que la consulta se perdiera apabullantemente debido al alto abstencionismo. También sorprendió, y dejó claro, que una alta gama de personas que votaron por Iván Duque no ven en él a un dignatario al que haya que secundar en sus decisiones políticas, pues el verdadero líder es (y seguirá siendo) Álvaro Uribe, quien contrariando al hoy presidente, decidió quitar su apoyo a la consulta en el último momento, llevándose con él una gran cantidad de votos. De alguna manera, el “divide y reinarás” que a aplicado el expresidente Uribe desde que salió del poder se empieza a quedar sin éxito. Para Alvaro Uribe, cualquier elección es más una manera de mostrar poderío electoral y de calcular los votos endosables, que cualquier otra cosa y, en el caso de ayer, se demostró que falta muy poco para poder hacer reformas sin tener que contar con lo votos del uribismo que, lentamente, dejan de ser la mayoría autoritaria que elige sin ningún tipo de consideración del oponente el futuro político del país.
Ahora, para nadie es un secreto que un negocio que mueve más dinero que el mismo narcotráfico es un negocio difícil de acabar, sobre todo cuando está protegido por élites poderosas y ancladas en el aparato estatal. El simple hecho de haber demostrado que somos tantos en ir en contra de lo intereses privados de aquellos quienes están hoy en día enriqueciéndose a través de las arcas del Estado muestra en el fondo que estas personas empezaron finalmente a tener una debilidad táctica, que se agranda en la medida de que el pueblo colombiano se concientiza y en la medida que otros males dejan de tener importancia para la opinión pública. En otras palabras, queda claro que el tema principal en el cual habrá de girar la política dejará, por fin, de ser la guerra y empezará a ser la lucha contra la corrupción desde la institucionalidad.
Hoy en día los políticos del país tendrán un ojo ciudadano puesto encima, el cual hará veeduría e impulsará la legislación de leyes eficaces que aniquilen de una vez por todas este cancer que corroe al país. La pregunta aquí es ¿ganarán nuevamente las maquinarias o ganará ese pueblo que salió a votar por un cambio en el escenario político? Lo importante hoy es saber que van a hacer esas 11 millones y media de personas ahora que saben que no están solos, y tienen un punto de legitimidad a favor de la causa anticorrupción que deberá ser tomado en cuenta dentro del órgano legislativo, así como en todas las esferas de la política nacional. De no ser tratados estos puntos dentro de las próximas legislaturas se podría asumir que los políticos están haciendo conejo al electorado. Los líderes políticos y sociales que abanderaron la consulta son aquellos quienes hoy en día deberán tomar las riendas y empezar a pensar cómo construir un movimiento unido que combata en todos los niveles primero, la corrupción y segundo, la negligencia de los políticos para crear mecanismos que la acaben.