Similar al maestro Alejo Durán que pedía que "por si acaso yo me muero, les quiero pedir un favor me llevan al cementerio este pedazo de acordeón", la ministra Karen Abudinen también pidió en abril que la llevaran al cementerio en caso de incumplir su compromiso de tener conectados 9.000 colegios para el mes octubre. Luego vino el escándalo de la pérdida de la bicoca de 70.000 millones de pesos, ya ampliamente conocido por la opinión pública...
Ayer la ministra Karen Abudinen murió (la metáfora es suya). Y falleció calculada y discretamente en medio del partido de Colombia-Chile; pero como en este país no hay muertos políticos, muy seguramente ocurra el milagro de que resucite al tercer día (metafóricamente), como ocurrió con la extraordinaria resurrección de Alberto Carrasquilla, quien permaneció cuatro largos meses sufriendo en ese purgatorio llamado Miami.
En sus emotivas palabras, consignadas en cuatro hojas, la ministra Abudinen, o la prima de la esposa de Jerónimo Uribe, para más señas, habla de sus escasos logros en 16 meses y omite, quizá por modestia, referirse al gran aporte a la posteridad que su pobre gestión legó al país: la entronización a partir de su nombre de un nuevo verbo en el habla popular.
En la misiva renunciatoria dice: "Procedí con disciplina y transparencia". Valga decir que la suya fue una transparencia rayana en la inexistencia y que, si no hubiera sido por el escándalo que le estalló en su pupitre, su nombre hubiera pasado sin pena ni gloria, como suele suceder con otros funcionarios de acentuada vocación de servicio público.
La renunciada se refiere al entramado de corrupción como un simple "episodio" cuyos autores tienen que ser sancionados ejemplarmente, y asegura que su misión era desenmascarar la serie de abusos y actos de corrupción que ella misma denunció, desconociendo que fue gracias a los medios de comunicación que se supo de la trapisonda.
La ahora cesante hace un llamado para que "en los próximos días la administración de justicia tome las decisiones pertinentes contra quienes defraudaron a la sociedad", pasando por alto que por mandato del artículo 6º de la Constitución, ella misma puede estar en la colada de quienes defraudaron los intereses de la sociedad, por acción, omisión o extralimitación.
Y como parafraseando al tratadista Miguel Nule ("la corrupción es inherente a la naturaleza humana"), sentenció la obviedad de que "la corrupción no tiene ideología política".
Pero, sobre todo, lo más llamativo del mensaje de renuncia de la ex-TIC es que al referirse al presidente Duque, parece que estuviera hablando de otra persona, cuando dice que rinde un tributo "a sus calidades como estadista y gobernante. Reconozco en usted [¡del presidente!] profundos valores democráticos, admirable inteligencia". No cabe duda de que la desconexión de la ministra es total.
Fueron las barbas del lobo de la moción de censura las que obligaron a la ministra a pronunciar el verbo más detestado de cualquier funcionario torticero: "renuncio".
Sin embargo, como en este país no hay prestigio que dure un año ni desprestigio que dure seis meses, no sería increíble que una poderosa familia costeña rescate de los sótanos del infierno a la señora Abudinen y que, por encanto, reaparezca su nombre en un nuevo alto cargo de nómina oficial. Para mayor gloria de Alex Char. Al fin y al cabo, Abudinen también posee, según ella "una irrenunciable vocación de servicio» a sus connacionales", lo que parece que, en su lógica, la exime de cualquier responsabilidad y la habilita para ejercer cualquier cargo público.