Y ahora, ¿quién podrá defendernos?
Opinión

Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

La incertidumbre de la pandemia tiene que ver con todo: el estudio, el trabajo, la vacunación, que nadie sabe cómo transcurrirá. Las cifras colombianas, son brutales

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enero 18, 2021
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En una época de cambios asombrosos en las tecnologías, las de la información y las comunicaciones, de la biotecnología, la era de la inteligencia artificial y el internet de las cosas, entre otros, parece inverosímil cómo surgen hechos que nos sorprenden con la guardia abajo, nos cambian la vida y nos llenan de incertidumbre y zozobra en el presente y frente al futuro. No sabemos cómo reaccionar, cómo hacer equipo para superar tremendos desafíos y, menos, cómo mirar el largo plazo. Pueden ser los de la naturaleza, en el empaque de incendios, deshielos o huracanes, en alza. O, lo que nos corresponde desde hace casi un año, la pandemia, ahora endemia, del coronavirus, que se ha desenvuelto en forma diferente a la predicha por políticos y científicos quienes, lejos de cualquier unanimidad, parecen estar inmersos en el juego de la gallina ciega.

Nadie imaginaba, hace unos pocos meses, que estaríamos, comenzando el 2021, cuesta arriba en el número de contagios y de fallecidos, coincidiendo con la buena nueva de las vacunas. Podríamos quedarnos en achacarles a las autoridades nacionales y locales una lista de responsabilidades. Sin embargo, es un lío global.  ¿Quién creyera que, por número de muertos por cada millón de habitantes, países del primer mundo como Bélgica, el Reino Unido, Estados Unidos, España, Francia, Italia, Suecia y Suiza, nos llevan la delantera? Por supuesto, no es ningún consuelo: los dolores están aquí, los de la pandemia y los de la economía. La incertidumbre y el desaliento son inmensos, aquí y ahora. Negocios que iban despegando de nuevo, abocados a los cierres de las ciudades. Y más muertos, a diario más de 350 en estas semanas, con los correspondientes dolores de la soledad de los agonizantes, la zozobra de las familias, anónimos en las estadísticas.

La incertidumbre tiene que ver con todo. Con el estudio, el trabajo, con la vacunación, que nadie sabe cómo transcurrirá. Las cifras colombianas, más allá de que el lío sea global, son brutales. El alza en el número de contagios activos, los casi 50.000 muertos, las UCI al tope en algunas partes, la paranoia, están empanicando a la gente. La probabilidad de conocer a alguien atrapado en el intubamiento ha crecido y las noticias de los muertos ya no tienen la características de lo ajeno, de la idea de que el drama es de otros, de que los muertos son los viejitos, etcétera.

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El asunto de la vida y la muerte adquiere connotaciones especiales particularmente en la vida de los niños y de los adultos a cargo de ellos

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En ese contexto, el asunto de la vida y la muerte, obviamente tan antiguo como la humanidad, adquiere connotaciones especiales, particularmente en la vida de los niños y de los adultos a cargo de ellos. Las cabezas de hogar, mujer sola o parejas, se preguntan qué pasaría con sus hijos si ellos, los padres, llegaran a formar parte de las estadísticas de los fallecidos. Muchos tienen en la virtualidad la posibilidad de tener ingresos y contar con algún margen de seguridad sanitaria; muchos, también, tienen que salir a la calle, a sus lugares de trabajo… o al rebusque, al escenario donde mayores son los riesgos.

Para los niños, que a fuerza de noticieros y de las prevenciones y el miedo de los adultos en casa, son conscientes del peligro, el tema de la muerte les ha llegado de forma prematura. Saturados de virtualidad, escuchan e interpretan.

Oí preguntar a un niño de cuatro años a su madre: “Si te da el coronavirus y te vas para el cielo ¿quién me protegerá?” Pregunta sin respuesta.

 

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