El desfile militar del 20 de julio pasado fue sublime y electrizante. Se nos erizaba la piel como a Amparo Grisales. Quedamos más galvanizados que los alemanes cuando las gallardas hordas nazis desfilaban frente al führer Hitler en Nuremberg y todos babeaban.
La reina Isabel II ya destituyó al Gran Chambelán de Palacio y a todos los Kinghorses y todos los Kingsmen, porque su jubileo de platino no fue más que una corraleja, comparado con tanta magnificencia.
¡Qué apostura la de mi general Zapateiro! A su lado el general de cinco estrellas Douglas MacArthur sería un vil zarrapastroso. Pudimos comprobar que frente a la Avenida Boyacá sitios publicitados como Picadilly Circus, Regent Street o Shaftesbury Avenue; la 9 de Julio, los Campos Elíseos, la Quinta Avenida y Times Square son lo que el gran Trump llamaría “shit holes”, meros cagaderos.
El subpresidente Duque parecía un emperador romano. Julio César, Napoleón, Churchill y demás quedaron como enanos al lado del titán. Putin quiere asesoría inmediata para sus próximos desfiles. Martuchis eclipsó a Cleopatra. A lo Gran Hermano, la sombra del Eterno se cernía sobre todas las cabezas coronadas del palco.
Un payaso disfrazado de oficial de fuerzas especiales se subió a la tarima y tiznó con un abrazo al subpresidente. Luego el rubicundo Zapateiro se ofreció a dejarse fotografiar y esto contagió a toda la alegre comparsa, que se revolvió en abrazos, fotos y bendiciones, mientras le mostraban la retaguardia a los pobres uniformados que querían marchar marcialmente.
Para rematar, como patota que abandona el boliche para irse a otra rumba, los áulicos, arribistas y colados arrancaron y dejaron el palco vacío. El país entero ahora tendrá que disculparse ante los batallones de la policía que recibieron la afrenta. No era el momento apropiado para tamaña baladronada, son momentos en que todos los estamentos del país deberían actuar con respeto y discreción.