En la historia quedó como una epifanía. De la revelación se pasó a la leyenda, y de ahí al negocio en tan sólo un paso. Se cumplen 50 años de aquel mítico barrizal llamado Woodstock, 400.000 hippies, muchos de ellos semidesnudos, con amapolas colganderas, panderetas y demás vainas se entregaron a una algarabía musicada por figuras de la talla de Janis Joplin, Jefferson Airplane, Joan Baez, Santana, The Band, The Who o Jimi Hendrix. Un elenco de vacas sagradas y bellos cadáveres que ríete del FIB.
Unas jornadas históricas (el festival estaba programado del 15 al 17, pero se extendió improvisadamente hasta el 18 de agosto del 69) difícilmente repetibles.
Muestra de ello es la reciente cancelación del aniversario previsto para estas fechas que, tras meses de rumorología se anunció a principios de agosto que no tendrá lugar, lo que por otra parte tiene sentido; la magia no se puede provocar, hay sortilegios que expiran. Y lo que ocurrió en aquella granja de Bethel parece, por momentos, una ilusión.
Este jueves es el aniversario de aquel happening al sur del estado de Nueva York, una semilla que ha quedado para la posteridad y de la que ha brotado, como era de esperar, toda una mitología de lo más rentable. La nostalgia vende, ya saben.
Y sí, aquello además de un desmadre épico, simbolizó los anhelos contraculturales de toda una generación. No en vano, con Woodstock ocurre algo muy parecido a La Movida; son millones los que dicen haber estado allí, lo que evidencia que el grado de identificación generacional con lo allí ocurrido todavía reverbera.
Junto al póster, encontramos también otra cara menos conocida. En ese viaje multitudinario provisto de dopaje, hubo quien se apeó de forma trágica. Es el caso del joven de 17 años Raymond R. Mizzak, que se echó un infausto pestañeo entre la maleza y fue sorprendido por uno de los tractores que operaba por la zona acondicionando el recinto. No fue el único finado, otro joven falleció víctima de una sobredosis; el peor parado una ristra de casi 800 casos de intoxicación severa por drogas.
Paz y amor (y también negocio)
Una cosa es la espiritualidad hippie y otra, bien diferente pero no incompatible, la pasta. El caché de algunos cabezas de cartel se encareció prodigiosamente al ver la deriva que estaban tomando los acontecimientos. Janis Joplin y The Grateful Dead, sin ir más lejos, reconsideraron el acuerdo inicial y reclamaron cobrar en mano y por adelantado. Una exigencia que los promotores a duras penas pudieron satisfacer, inmersos como estaban en el caos organizativo, sin apenas liquidez tuvieron que mendigar a un banco local un adelanto para saciar a las estrellas.
Woodstock pasó a la historia por el despiporre cívico y, también, por un plantel de estrellas que, pasado el tiempo, forman parte de la historia de la música contemporánea. No sabemos qué habría sido de aquella multitudinaria cita si los promotores hubieran podido poner en nómina sus sueños más húmedos. Los nombres que se barajaban en un principio van del siempre huraño Dylan (que se decantó por el festival de la Isla de Wight), a los Beatles (Lennon tenía complicada la entrada en el país tras haber sido detenido por posesión de drogas), pasando por los Rolling Stones (que rechazaron alegando la reciente paternidad de Keith Richards).
Ambiguo legado
Un apolillado editorial de The New York Times se preguntaba en el fragor de aquella algarada juvenil: "¿Qué tipo de cultura es la nuestra que puede producir un desastre tan colosal?".
Y lo cierto es que, si bien el evento hizo aguas por todos lados (casi nada funcionó como debería), los asistentes se mostraron relajados en todo momento (la dieta lisérgica seguramente tuvo algo que ver), se generó un ambiente de concordia entre los presentes, un rollo tribal que apuntaba a un idealismo un tanto ingenuo.
Pasados 50 años no queda otra que hacer balance de los sueños rotos y también de los pequeños triunfos. Muchos de aquellos jovenzuelos greñudos de clase media son ahora señores pelones en edad de jubilación. Aquel antimaterialismo y aquella desconfianza con los poderes establecidos (verdaderas enseñas del movimiento) quedaron prácticamente en nada. La generación contestataria por antonomasia se cayó del guindo y terminó abrazando (o transigiendo) con la versión más desaforada del mismo capitalismo que en su día encararon.
*Artículo originalmente publicado en Público.es