Con su anterior poemario, Aniquirona, Winston Morales abrió un universo tan personal como sugerente. En él ya aparecía Schuaima. Ahora, en este De regreso a Schuaima, Winston Morales continúa la exploración de su peculiar mundo poético. Si Aniquirona era la mujer, Schuaima es el lugar, la terra..., o como muchos podríamos decir: la utopía. Pero Schuaima existe.
Existe en una dimensión en la que el tiempo tiene como una más de sus calidades el sueño (Que el pasado, futuro, presente y sueño/ Son las campanadas invariables de lo perpetuo). Porque la realidad es algo más que lo que vemos (Y el hombre entenderá/ Que el mundo consta de otras realidades (...) Y que será capaz de implicarse con las estrellas/ Sin olvidar su esencia de cíclope celeste). De regreso a Schuaima parece beber de Los pergaminos místicos del cosmos y escuchar voces (De algunas fuerzas extranjeras/ Que vienen de otros planos/ Paralelos a los nuestros).
No es, pues, una voz racionalista la que nos invita a sumergirnos en el universo de Schuaima; pero, en un tiempo en que la ciencia más actual y la astrofísica más racionalista nos habla de materia oscura, antimateria, agujeros negros de gravedad infinita que absorben hasta la luz e incluso de universos paralelos, ¿podemos hablar de irracionalismo? En puridad, tampoco. De hecho, los versos de Winston tienen poco que ver con irracionalismos al uso: no son hiperrealistas, no son surrealistas...
Winston nos habla de un lugar en el que (las palabras huelen a viento/ Y el silencio tiene forma de roca), en el que (Los pájaros (...) conocen (...) Mundos posibles en el crepitar de sus alas lluviosas), en el que hay ríos que se llaman Calixto, un lugar a donde (van los hombres moribundos/ a dejar sus recuerdos y sus rostros./ Este es el arca del olvido/ el río en donde la memoria desciende/ por entre colinas de sueños/ y el hombre se va quedando dormido/ mientras el agua le baja los párpados).
Porque en Schuaima la vida es fértil y exuberante, en ella (el agua canta un blues sobre las piedras) los perros son sagrarios con fauces dionisíacas que parecen cuevas misteriosas; son a la vez místicos, ciclónicos y orgiásticos, los árboles son hombres petrificados que han adoptado el lenguaje de las viejas torres de trigo y la lluvia ( Siempre llueve en Schuaima/ Y uno puede aprender a querer esta lluvia estrepitosa) tiene (pezones grises,/ De donde mana un agua inescrutable/ Que moja y contagia de pureza/ Hasta los precipicios de la muerte).
Pero también hay muerte. Las mujeres de Schuaima dan la bienvenida a este ancho río de la muerte que es la Isla de Aniquirona. (Sé que la muerte es un océano de fuego/ En el mutable piélago del cosmos./ (...) La muerte no es otra cosa/ Que exceso de luz). Por eso: (¿Por qué temer a la muerte?/ (...) A su viaje infinito por sombras delgadas?/ La muerte es el bautizo de las otras orillas). Y es que ya se nos abre el poemario con una invitación al misterio, a lo ominoso, pero a la vez mayestáticamente oscuro, pues nos dice (Cuando el viento de esta Terra canta/ Se levantan sombras/ (...) y también, en otro lugar: (¿Qué es lo que gravita en las otras orillas?)
Para explorar un mundo tan sugerente como terrible, nos propone el sueño (Shakespeare lo dijo/ Y también Calderón, Holberg y Zhuangzi; / La vida es sueño). El sueño como vida y la vida como sueño (Mi vida está sujeta/ Al hilo claro-oscuro de las mágicas visiones) (La visión es una sombra/ De lo que somos y seremos en el viaje.) (Espejo que cobra su esplendor/ En la dimensión de las noches portentosas; (...) Eso es la visión,/ Quien no ve, duerme todavía!)
En (Schuaima:/ No busco en este laberinto/ Los espejos que ya poseo./ Busco tu mundo,/ El impenetrable, inteligible e innombrable) y para ello le valen las palabras antiguas (Hombres sabios que me contemplan por el espejo/ Que asoman sus manos fantasmales/ Por boca de los cuadros). Palabras viejas y renovadas que (tomaron conciencia de no-ser/ Ante la presencia invisible/ De tantos espectros).
En De regreso a Schuaima podemos aprender el arte de embriagarnos con el cosmos, (avizorar/ En su crepúsculo de lunas ciegas/ Las monedas de las visiones y el oscurantismo) (Arrojarse sobre las colinas de la noche (...) Avizorar en los principios de la nada/ Los instantes en que la realidad se multiplica).