Como el grueso de los niños de escasos recursos de los barrios populares de Cali en la década de los 60, Wilson Manyoma Gil soñaba ser un crack del fútbol de los kilates de Pelé o Garrincha; o un figurón de la música como el Benny Moré, o Daniel Santos.
Negro y pobre era un asunto muy jodido en aquella época en que la calle, la esquina, la barriada, eran los referentes del mundo, y la única escuela, en la medida de las premuras y las necesidades, para graduarse como un hombre de bien o como el más temible de los rufianes.
Y, al negrito Wilson, un pelado de mediana estatura, pelo afro y hechuras de boxeador, le jalaba más la calle que la escuela, y en las noches los griles donde se percataba entre visillos y a hurtadillas de las andanzas de los malevos que dejaban los restos de la tumbada del día en botellas de ron, y en el amacice lujurioso de la pista de baile con pomposas mujerucas de turno.
Eran los tiempos de la bonanza marimbera que seducía a los muchachos a meterse de cabeza en el negocio sucio para comprarse la moto o el automóvil último modelo, y la casa lote para la viejita, si antes no se interponía la parca disfrazada de gatillero de parilla, o la redada de la policía que enviaba a los malandros directamente a la guandoca.
No fue esa la suerte de Manyoma, que pese a las dificultades y a la fractura matrimonial de sus padres que sufrió junto con sus dos hermanos a temprana edad, se enderezó con el coraje de una madre ejemplar, doña Esneda Gil, una mujer que se echó al hombro la casa y la crianza con sus labores de cocinera (de las mejores de la gastronomía valluna), y fregando en el lavadero bultos de ropa de dotación de la empresa Propal. La casa propia, años más tarde, correría por cuenta de la música y del talento de Wilson, el popular Saoko de la salsa, su vástago mayor.
¿Vive doña Esneda Gil?, le preguntó al crooner caleño que hoy frisa 69 años (cumplidos el pasado 30 de agosto), y al otro lado de la línea, desde Barranquilla, responde la voz intacta y lustrosa, como recién estrenada; una voz similar a la del recordado narrador de béisbol Mike Schmulson en la cabina de transmisión del legendario estadio Tomás Arrieta, de Barranquilla; o la del argentino Gonzalo Amor, El rey de la fusta, que llegó limpio a Colombia con visa de cantor de tangos, y se convirtió en el mandacallar de los narradores hípicos del viejo Hipódromo de Techo.
Sí señor, está vivita mi santa madre, con 91 años, por la gracia de Dios. Mi padre, José Rufino Manyoma sí falleció hace siete meses en Tumaco y dejó dieciocho hijos. De mi vieja, tres: Henry, melómano y contador público; Hermes, compositor y cantante; y Wilson, su servidor, el mayor.
Wilson Manyoma Gil, o Saoko, para la fanaticada salsera, celebrará en mayo próximo 50 años de carrera artística, con más de 300 canciones grabadas, desde la primera Tú sufrirás, de su autoría, que grabó en Medellín, en 1973, con Julio Estrada Fruko para el álbum Fruko ayunando, donde comparte voces con Álvaro José Arroyo, y tres años más tarde, en 1976, cuando la sacó del diamante con El preso, de Álvaro Velásquez (fallecido a los 69 años, en Medellín, en 2014), incluida en el álbum Fruko El Grande, de ese mismo año, declarada como la canción más sonada en la historia de la música tropical en Colombia, con múltiples versiones, himno de los presidiarios del mundo que inspiró a su autor a escribir un libro con el título La canción de mi vida, y que registra un récord de treinta veces interpretada en una misma noche, en 1976, en la voz de Saoko, en una presentación en Lima, Perú.
En esa época la gente creía que Saoko era su apellido y Manyoma su nombre artístico.
“No, al revés. Fui registrado en la parroquia del barrio obrero como Wilson Manyoma Gil. El Saoko, que en lengua africana significa ritmo, sabor, alegría, también es una bebida cubana que hizo famoso al Benny Moré, que se prepara con ron, limón y guarapo de caña. Y así me rebautizó mi hermano Henry”.
¿Cómo es que conserva intacta esa voz que con sobrados méritos le dio la oportunidad para grabar y ponerse en tarima con los grandes de la salsa?
“Eso de tanto trajín se forma una callosidad que es la que protege las cuerdas vocales. Pero hablando en serio, he procurado cuidarme con ejercicios de técnica vocal, que es lo esencial del cantante. En los 70 hubo mucha rumba y desgaste, pero suficiente para aprender la lección y entender que, si uno quería llegar lejos en una carrera tan bonita como la música, había que aplicar juicio y disciplina”.
En qué barrio de Cali nació Wilson.
“En el barrio Alameda, al sur de la Sultana”.
¿Cómo fue su vida de niño?
“Fui un peladito muy inquieto, me jaló más la aventura que el estudio. A la edad de 13 años, cuando me le escapé a mi mamá, fui a parar a Buenaventura en un tren. Llegué al barrio La Pilota, a la zona de tolerancia, refugio de marineros, malandrines y rebuscadores. Allí les hacía mandados a las prostitutas y me encargaba de hacer el aseo de los griles por la comida y la dormida. Ahí se me fue pegando la salsa en el cuerpo y en el corazón, gracias a un coleccionista llamado Próspero, que traía salsa de Nueva York, empezando por Fania, que estaba en su furor en ese momento”.
¿Y quién le enseñó a bailar salsa?
“No creo en los profesores ni en las academias de salsa. Este ritmo endemoniado te posee y no te suelta nunca. Yo aprendí viendo en esos bailaderos de marineros y fufurufas de Buenaventura, y más tarde perfilé los pasos y la elegancia en los griles de Juanchito”.
¿Cuánto tiempo duró en ese plan de aventurero?
“No más de siete meses, hasta que la familia de mi mamá, que residía en Buenaventura, se dio cuenta de que yo estaba en esos pasos, y me rescató. Me regresaron a mi casa, mi mamá me recibió con tremenda pela, y no me quedaron más ganas de salir a otra parte”.
¿En qué momento descubre el tesoro de su voz?
“En la escuela República de Paraguay, en el barrio El Jardín, de Cali, todavía existe. El que me descubrió fue el profesor Rincón. Había una hora cultural en la que los alumnos demostraban su talento. Yo cantaba boleros a capela de Roberto Ledesma y de Rolando Laserie, y el guaguancó de Ismael Rivera. Maelo, para los muchachos de aquellos años, era el santo patrono de la calle”.
¿Alcanzó a terminar bachillerato?
“He dado más vueltas que un trompo. Hice hasta tercero de bachillerato en Popayán, en el Instituto Industrial. Pero años más tarde reanudé en un proyecto para exfutbolistas, en el barrio La Campiña, de Cali. Allí fue que recibí el cartón”.
¿Soñó ser crack?
“Claro, esa era la ilusión, como todos los niños de esa época, pero no alcancé a lograr el objetivo. Enfilé en la primera escuela del América de Cali, que entrenaba en las canchas Horizonte, del barrio Meléndez. Mi hermano Henry hizo una conexión con Bogotá para aspirar a Millonarios. Pero cuando empecé a ganar dinero con la Sonora Juventud, el balón quedó debajo de la cama”.
¿La Sonora Juventud fue su primer enlace como vocalista profesional?
“Yo llegué a la Sonora Juventud (especialista en la Sonora Matancera), de Leonardo Osorio, a los 17 años, como utilero, en la comuna 8 de Cali. Un barrio de mucha cultura y grupos musicales Y ahí me enganché, porque el cantante oficial se enfermó, y esa semana estaban buscando el reemplazo. Ahí funcionaba el gril Nuevo Mundo y el Teatro El Troncal (calle 34 con Octava, esquina), y ahí aterrizaba mi mamá con un bulto de ropa, los uniformes de la empresa Propal. Era el punto de encuentro para irnos a la casa”.
¿Qué tal la experiencia en los griles?
“En ese gril, el Nuevo mundo, los fines de semana tocaban Peregoyo y su Combo Vacana, con su cantante estrella el gran Marquitos Nicolta (todavía vive). Pura salsa melao. Grabaron para el sello Fuentes. Y, así, escuchando, fue que aprendí. Yo le dije al maestro Osorio que me sabía de memoria varios de los temas de repertorio. Así que me vieron las ganas y me dieron la oportunidad. También sonaba la orquesta de los Hermanos Ospino, músicos de Barranquilla radicados en el barrio Saavedra Galindo. Los Ospino exigían saco leva, camisa blanca de cuello almidonado y corbatín, porque tocaban en clubes y tocaban de todo. Ahí hice un reemplazo y me quedé poco tiempo, porque gracias a don Dagoberto Gil, un amigo melómano del barrio que seguía atento mi talento, le pidió permiso a mi mamá para que me dejara ir a Medellín a probar con Fruko y sus Tesos, en 1973”.
¿Ya era mayor de edad?
“Estaba en los 19 años, pero todavía era el ‘hijito de mamá’”.
¿Joe era el vocalista de planta de Fruko?
“No. El primer vocalista que tuvo Fruko se llamó Juango, con el que el maestro grabó el álbum Tesura, disco experimental. Luego vino Edulfamid Molina Díaz, Piper Pimienta. Después Joe Arroyo, a finales de 1972, con Cara de payaso, la primera canción que grabó para Fruko. Y ahí es cuando ingresa Wilson Saoko a terciar en esa legendaria orquesta”.
¿Qué es lo primero que graba con Fruko?
“Un tema de mi autoría que se llama Tú sufrirás, del álbum Fruko ayunando. Ahí participo también con Mosaico Santero y Lamento del Campesino”.
Pero el rompe fue con El Preso, en 1976, ¿verdad?
“Fue la graduación de Saoko. Dios me tenía reservada esa canción del maestro Álvaro Velásquez, que está registrado como el éxito más sonado en la historia de la música tropical en Colombia, y del que se derivaron otros como Los charcos y El patillero, de Roberto Solano; El son del tren, de Rita Fernández; Distancia, de Mike Char, quien nos nutría de mucha música y nosotros les grabábamos los jingles de la emisora en Barranquilla,.y El preso II y Mi libertad, del gran sonero Saulo Sánchez, respuestas al original de El preso, entre otros”.
¿Cuéntenos Wilson de ese infierno que le tocó vivir con los excesos que suelen derivar por no saber administrar el éxito y la fama? Cuando Saoko se rompía el coco…
“Fue una época dura, dolorosa para mí y para mi familia, porque del licor y de las drogas no se puede esperar nada bueno”.
¿Cuánto tiempo duró en esas?
“Fue mucho tiempo, porque iba a la par de la fama, del reconocimiento, de ese tren desbocado que enloquece a los artistas”.
¿Quién lo rescató de ese abismo?
“Un espejo, en un hotel, en Barranquilla, donde una noche me miré y lo que vi fue un monstruo. Era la voz del subconsciente: ‘mírate, Wilson, tú eres un grande y fíjate en lo que estás quedando’. Entonces cogí todo el vicio que tenía y lo arrojé al sanitario, en medio de lágrimas. Lloré mucho. Y desde ese momento, por Dios te lo juro, hace más de 40 años que dejé de probar esa porquería”.
¿Quién era el monstruo del teclado en esa época dorada de Fruko y sus Tesos?
“Hernán Gutiérrez, conocido como el Niño de las monjas, ibaguereño, ya fallecido, que grabó El Preso, Los charcos y Si yo encontrara un amor. Fue reemplazado por Jorge Guarín, huilense, que recién partió”.
Fruko le da el pasaporte al mundo…
“Primero fue Colombia, que la recorrimos a lo largo y ancho con la Caseta Matecaña, de don Gregorio Hernández, y el mejor animador de la rumba, Sady Rojas. Era el furor de la salsa y teníamos hasta tres y cuatro salidas en la noche”.
¿Y por dónde iniciaron giras internacionales?
“Por Ecuador, Perú y Estados Unidos. Después fue una gira por Europa en 1994, con más de treinta presentaciones que terminó en París. Entonces el sello Fuentes propone otro musical, ya no como Fruko y sus Tesos sino como Fruko y su Orquesta, en formato big band. Ahí fue que grabamos Son de la loma, de Miguel Matamoros, acompañado de un video filmado en las afueras de Medellín. Después de un tiempo tomo la decisión de retirarme para irme en solitario. Y así es como he podido seguir mi liderazgo, ahora como productor, compositor, director y cantante de mi propia marca WMG Producciones. He tenido la oportunidad de grabar más de 300 temas con distintas orquestas y agrupaciones”.
¿Qué es lo más reciente de Saoko?
“¡Una bomba! Un homenaje a mi tierra, al Pacífico: Soy Pacífico, se llama, con músicos de alto nivel, La eminencia perfecta, peritos en instrumentos autóctonos como cununos y marimba de chonta, y a la vez clarinetes, trombones y saxofones. Cinco temas de mi autoría en tiempo de currulao, con arreglos, producción y dirección musical del maestro Jorge Herrera. Pacífico canta es la canción bandera. Muy pronto en plataformas. Te lo recomiendo”.
¿Cómo lo ha tratado la pandemia, maestro?
“Ha sido todo un aprendizaje, más para bien que para mal. No se puede ocultar que la industria artística y musical ha sido una de las más damnificadas. Se perdieron contactos. Se extraña profundamente la tarima, el público, el aplauso de la gente, que es primordial. Pero seguimos trabajando, sin bajar la guardia, con la vibra y la disciplina de siempre”.
¿Por qué decidió radicarse en Barranquilla?
“Yo he vivido entre Cali y Barranquilla, pero tras el fallecimiento de Álvaro José (el Joe), cumplí la promesa de quedarme en La Arenosa. Él, antes de morir, me pidió que no abandonara Curramba, que continuáramos el legado. Y así se está cumpliendo”.
Cómo se encuentra a sus 69 años.
“Me encuentro estupendo. Disfruto al máximo de la profesión que elegí y que ha contado con la bendición de Dios. Me quiero mucho, me valoro, hago ejercicio y cuido mi voz, que es el instrumento con el que he agradado al público y me da para vivir”.
Por no alborotar el avispero, uno guarda prudencias al no indagar por las mujeres que llevan en secreto los músicos de época. Pero permítame preguntarle cuántos hijos tiene…
“Ocho, la menor, mi niña Salomé, de 8 años, que es mi adoración. Y, Christian Manyoma, de 32, ambos nacidos en Barranquilla”.
¡¿Ocho?!
“Hombre, no te asombres, que mi papá dejó dieciocho”.