Una esquirla de granada se le incrustó en la pierna pocas horas antes de que el ejército lo capturara el 22 de abril del 2014 en Támesis, Antioquia. Los guardias que lo trasladaron a la Cárcel Bellavista en Bello, en donde pagaría una pena de 72 meses por el delito de rebelión, ni se inmutaron ante las quejas de dolor por la herida sangrante. Sus compañeros de patio se asustaron al ver como la pierna se le ponía, con el paso de los días, cada vez más hinchada y roja. La infección era más que evidente. La fiebre lo consumía en las noches y cuando, dos meses después de estar encerrado, un médico lo valoró, le dijo que si no se operaba inmediatamente podía perder no sólo la pierna sino su vida: la gangrena se lo comería.
Lo operaron y el reposo en la incomodidad de su celda impidió que la recuperación fuera total. Wilson Antonio López quedaría con una cojera permanente. En diciembre del 2015, considerando su estado de salud, fue trasladado a la cárcel La Picota de Bogotá. El dolor incesante que no lo dejaba dormir se mitigó un poco cuando fue escogido entre los 18 guerrilleros que salieron indultados el pasado 22 de enero al tener en su prontuario delitos políticos menores. Wilson nunca mató, extorsionó, secuestró o robo a nadie. Repartía propaganda de las Farc en su pueblo.
Un día después haber logrado la libertad como resultado del acuerdo en La Habana se reunió con sus dos hijos y su esposa en la parcela que tienen en la vereda El Salado del municipio de Envigado. El nuevo panorama era desolador: Susana, la hija mayor de 20 años no puede trabajar ni estudiar por una severa arritmia cardiaca. Su esposa, una señora de 67 años, permanece postrada en una cama por múltiples problemas de salud. Su hijo William, un muchacho de 17 años, tiene la responsabilidad de sostener a la familia con los 400 mil pesos que gana trabajando en una finca vecina. Wilson tuvo que resignarse a sentarse en una mecedora y a aplicarse paños de agua fría en la frente buscando contener una fiebre que amenaza con devorarlo irremediablemente.
El panorama se agravaría aún más el 1 de febrero cuando, mientras se balanceaba en su mecedora, cuatro hombres que se identificaron como gente de La Oficina, una de las Bandas Criminales con presencia en la región, se aparecieron en la puerta de su casa. Por las noticias se habían enterado quien era y de donde venía. Se lo decían para que “mirara que iba a hacer porque en la zona ellos no iban a permitir guerrilleros”.
El 3 de febrero Wilson recibiría una llamada en donde la amenaza se haría aún más explícita: “Casi que no nos damos cuenta de quién es usted, lo vimos en televisión, se lo tenía muy bien guardado. Sabemos dónde vive y dónde está usted y sepan de una vez que se van a morir”
Wilson llamó a su abogado defensor y por medio de este logró obtener medidas de protección de la Agencia Colombiana para la Reintegración ACR y de la Unidad Nacional de Protección UNP, además de 1.700.000 pesos en efectivo y un celular para que reporte cualquier emergencia que se le presente.
Las dificultades para Wilson López apenas comienzan. Aunque tiene cuatro escoltas de la Direccion nacional de protección, su familia permanece encerrada en la casa en El Salado, esperando que en cualquier momento La Oficina regrese a cumplir con su amenaza. Wilson Dormía mejor en la cárcel.