William Kentridge es un prominente artista sudafricano que ha tenido una carrera meteórica en el mundo del arte internacional. Ha expuesto varias veces en la Documenta de Kassel, las bienales de Venecia, Sao Pablo o La Habana y en los museos como el Louvre en París o el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Es un hombre universal más no comercial.
William Kentridge construyó su mundo expresivo y muy particular a partir del dibujo con carbón y pasteles. De esos dibujos consecutivos realizó videos e imprimió libros que al rodar las páginas se vuelven animados. La figuración es importante porque la escenografía es el paisaje que relata las mil formas cómo se observa e interpreta la realidad de la segregación: el apartheid.
Hijo de abogados que defendieron los principios de los oprimidos, nació en Johannesburgo en 1955. Así, desde siempre, ha sido el testigo de la desigualdad y de los abusos, de los crímenes en su país.
Estudió artes, política, historia de la cultura africana, teatro y encontró en dibujo la expresión que conjuga todos sus mundos. Con el tiempo registró, paso a paso, en forma de animación la lógica colonialista hasta llegar a hacer los videos que denuncian ese clima inaceptable de la discriminación racial. También realizó grabados donde dejó la pauta de un sistemático observador que piensa en la filosofía de la vida desde la esquina de una minoría. Como muchos artistas es un testigo de su tiempo. Un relator de verdades.
Su trabajo se nutrió –sin precedentes- de Paolo Veronese (1528-1588) de sus elaboradas narrativas bíblicas que realizó en monasterios e iglesias en Venecia y Verona.
Kentridge fue construyendo una línea narrativa que, como la realidad, no acaba. Es la protagonista de su trabajo porque se convirtió en el maestro de la construcción de imágenes que se trasforman en la medida en que el dibujo se convierte en video o, los cartones negros de figuras recortadas en escenarios circulares para sus recuentos donde su autorretrato –hombre gordo, desnudo y con sombrero- es siempre el testigo de los infiernos que suceden en esos paisajes inhóspitos de árboles escuetos derribados por el viento de la violencia. Se trata de una narrativa que tiene como trasfondo una escenografía llena de horror, crímenes, opresión y castigo.
Desde finales de los ochenta, Kentridge comenzó a filmar cada dibujo para activar una nueva dimensión de lo contemporáneo: al dibujo que se trasforma en video, que se compone, se complementa en que la historia que toma una dinámica de estrategias dramáticas en continuo cambio. Crea imágenes contundentes. Su protagonista es A Bubu, su comunicación es un viejo instrumento que duplica las voces pero que no calla.