Hoy 10 de abril se inaugura en el Museo de Arte del Banco de la República la exposición Fortuna de William Kentridge. No la he visitado así que puede ser una exposición magistral como una pequeña retórica de retratos. Me comprometo en contar que es un prominente artista sudafricano que ha tenido una carrera meteórica en el mundo del arte internacional. Ha expuesto varias veces en la Documenta de Kassel, las bienales de Venecia, Sao Pablo o La Habana y en museos como el Louvre en Paris o el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
William Kentridge construyó su mundo expresivo y particular a partir del dibujo con carbón y pasteles. La figuración es importante porque la escenografía es el paisaje que relata las mil formas cómo se observa e interpreta la realidad de la segregación: el apartheid.
Hijo de abogados que defendieron los principios de los oprimidos, nació en Johannesburgo en 1955. Así desde siempre ha sido el testigo de la desigualdad, de los abusos, de los crímenes en su país. Estudió artes, política, historia de la cultura africana, teatro y encontró en dibujo la expresión que con el tiempo registró paso a paso en forma de animación hasta llegar a hacer los videos que denuncian ese clima inaceptable de la discriminación racial, y también realiza grabados donde deja la pauta de un sistemático observador que piensa en la filosofía de la vida desde la esquina de una minoría.
Su trabajo se nutre de un Paolo Veronese (1528-1588), de las elaboradas narrativas bíblicas que realizó en monasterios e iglesias en Venecia y Verona. Kentridge fue construyendo una línea que nunca se acaba. Es la protagonista de su trabajo porque se convirtió en el maestro de la construcción de imágenes que se trasforman en la medida en que el dibujo se convierte en video o, los cartones negros de figuras recortadas en escenarios circulares para sus recuentos donde su autorretrato — hombre gordo, desnudo y con sombrero— es siempre el testigo de los infiernos que suceden en esos paisajes casi inhóspitos y árboles escuetos derribados por el viento. La vida que le corresponde a una escenografía llena de horror, crímenes, opresión y castigo.