A los 13 años Luis Villa vivía en el barrio Calatrava de Medellín. Todos los días aparecía un muerto entre sus calles. Algunas esquinas, incluso, les decían carcho e’ sangre. Era normal, en su niñez, ver cómo la policía hacía levantamientos de personas asesinadas. Mucho de ellos fueron sus amigos. A Luis Villa lo crio su mamá. Su papá, según él, está pagando cadena perpetua. En Colombia no existe esa pena, pero debe ser que le metieron la máxima. A Luis no le gusta hablar mucho de él, ni de el alcoholismo de su mamá. A él le gusta recordar al Fresa. Con el Fresa hizo maldades. Una vez, antes de cumplir 15, su mejor amigo, siete años mayor que él, lo convenció para robarle a doña Rubiela, una vecina, una nevera. Así lo recordó en este streaming, además de la anécdota de cuando robó dos gallinas y vendió a cada una en 31 mil pesos. “Es duro vender gallinas”.
Sacaron el aparato por el patio y nadie se dio cuenta. Al Fresca, como a sus ocho amigos más cercanos, lo mataron. El Fresa se quiso pasar de vivo. Tenía 23 años y estaba en una pandilla. Le dio por ir, casa por casa del barrio, a cobrarle a la gente 50 mil pesos por protegerla. Si no pagaban él mismo los atracaba. Los verdaderos duros de Calatrava le dijeron que, si no se comportaba, lo iban a matar. Luis se enteró que lo habían matado cuando la mamá del Fresa gritó al ver a su hijo picado en bolsas de poliotileno. Con crueldad se las dejaron frente a su casa. Todo era duro en Calatrava. Todo.
Westcol y Aida en los breves momentos de felicidad
A Luis nunca le revisaron un cuaderno y, sin embargo, cuando entró a 11, se preocupó. Él quería torcer el destino. Sacó un muy buen ICFES. No estudió demasiado. Él, quien años después se transformaría en el gamer más famoso del país, se ufana de tener buena comprensión lectora. Por eso se impuso y por eso fue el mejor. Sin embargo no pudo entrar a ninguna universidad. Le tocó trabajar en la plaza de mercado de Medellín. Se ganaba, de bultero, 35 mil pesos al día. Eran turnos extenuantes de 10 horas. Luego fue mesero y le estaba yendo bien pero vino la pandemia, y le tocó, con la liquidación, comprar un computador, pegarse a internet y empezar a jugar.
Westcol y su pasión por los carros estrafalarios.
Tenía 21 años y jugaba FIFA y mientras jugaba este pelado iba hablando de su vida, de sus cosas. La gente, más que conectarse para verlo jugar, lo que hacía era aplaudirle las cosas que decía. Cuando una vez tuvo 1.000 personas en línea supo que podía monetizar en la red social Twich. Entonces, en muy poco tiempo, Luis Villa pasó a ser conocido con su apodo en redes, Westcol y hoy, cuatro años después, ya dejó de tener problemas de plata: se gana 500 millones de pesos al mes. Bastante basura tuvo que comer Westcol como para ser modesto y esconder sus lujos. Por eso se ha sobrepasado con algunos comentarios en redes.
Amante de los autos de alta gama, a los 19 años se compró su primer lujazo: un Mustang descapotable que le gustó 40 mil dólares. Eso sí, ha dicho que a él, esos carros, no los tiene para subir gordas “ para eso están las grúas”. Un comentario que le costó el desprecio de buena parte de las redes sociales y hasta de su ex novia, la despampanante Aida Victoria Merlano, la influencer que se hizo famosa después dele scándalo que puso en la cárcel a su mamá, la ex senadora. Hizo chistes sobre ciudades como Ibagué que le valieron el desprecio de buena parte de los tolimenses pero que, por esas cosas de la post-modernidad, terminaron representándole más fans y, por supuesto, más billete. La única vez que tuvo que salir a retractarse arrepentido fue cuando afirmó que si a él un gay se le acercaba lo agarraba a tiros. Las chispas que despertó ese comentario casi lo dejan ciego.
Hace unos meses, por consejo de su manager dejó la red social Twich quien le quitaba el 70% de lo que monetizaba en impuestos y se pasó a Kick, quien apenas le quita el 5%. Se gana 4 mil dólares diarios y él afirma que invierte más de lo que gana. Ahora ha sacado una línea de ropa que incluye pantalones y hasta gorras. Sigue viviendo en Medellín pero ahora no para de viajar. Lo invitan a todas partes de Latinoamérica donde lo tratan como lo que es, una estrella. Es agradecido, no se olvida cuando su hermano mayor le daba para los tenis y para los útiles que le pedían en el colegio. No para de decir “gonorrea” y en el fondo sigue siendo la misma Nea que creció en Calatrava. Su manera de hablar, y de vestir es una reafirmación de que la plata no debe cambiar a nadie. Que se debe ser firme, sobre todo cuando se está en la cima. Todo para no caerse.