¡Welcome to the great future again!

¡Welcome to the great future again!

La historia es una serpiente que se muerde la cola: con el arribo de Trump se recuerdan periodos oscuros de occidente

Por: Danilo Palacios
enero 24, 2017
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¡Welcome to the great future again!

La Historia se escribe sobre la transformación de las cosas. Es la conciencia que la naturaleza conserva de sí misma. Todo lo que habita está enmarcado en un ciclo de creación cuya lógica es atravesar distintos estados. La distinción, consciente, de éstos es opinión. Y en suma, narrativa. Hoy entonces tendríamos que repensar el mundo. Situarnos. Descifrar nuestro tiempo, nuestras posibilidades, el sentido de nuestra acción y pensamiento.

Los acontecimientos del año pasado sembraron incertidumbre en ambos hemisferios. Occidente vio la desestabilización de la Unión Europea, el ascenso de Trump, la derrota del plebiscito, las democracias latinoamericanas que tambalean. Medio Oriente padeció la Cruzada occidental moderna. Y un discurso poderosísimo que hila todos los acontecimientos, el del Terrorismo.

Esto viene de años atrás: el 11 de septiembre calcó una imagen grabada en los arcanos. El arcano mayor XVI, la Torre. Un rayo que supone es la justicia divina cae sobre la cabeza de una torre, como Babel. Hombres desesperados se arrojan pues el fuego empieza a consumir los cimientos. Del 2001, en World Trade Center, tenemos esta evocación. La interpretación del arcano supone algo así como una muerte que antecede a un renacimiento espiritual, algo así como un despertar de la conciencia por algo cercano a una tragedia. Un nuevo tiempo. Los esfuerzos que mediados los años setentas hicieron los Estados Unidos por desestructurar desde las bases religiosas y políticas al Medio Oriente hallaban ahora la perfecta justificación ideológica. Desde entonces la lucha contra el terrorismo se asumió como la nueva Cruzada: paz, libertad, democracia, derechos humanos. Esa fue la bandera.

El siglo pasado las sociedades occidentales consolidaron muchas de sus industrias y abrieron vetas de exploración para nuevas. La técnica, la ciencia, las armas,  la industria farmacéutica y la mecanización de las economías, consolidaron potencias pero más allá de eso consolidaron un estilo de vida. Para soportar todo esto que es  del plano de lo concreto fue necesario educar al mundo para ello, grabar en la mente humana su necesidad ideológica y espiritual: vanidad, consumo, dinero, sentido de progreso y éxito. Nuevas generaciones recibimos la prédica de un sentido banal y mecánico de la existencia. El arte y la filosofía europea, hijos de la posguerra, reaccionaron: leyeron la crisis del hombre encerrado en la cárcel del consumo, atado a su trabajo mecánico, parte de una estructura económica y social que redujo su vida a la experiencia de la supervivencia. Another brick en The Wall de Pink Floyd, Modern Times de Chaplin, la hermosa Construcao de Chico Buarque o la filosofía existencial de Ernesto Sábato en su Hombres y engranajes,  para la forma latinoamericana, advirtieron a través de la metáfora del hombre-máquina la angustia de la vida moderna. Y su vacío.

Para rebasar el capitalismo y satisfacer las exigencias de los liberalismos económicos Estados Unidos fecundó el sentido de la vida plástica. Hollywood, de esto, fue la mejor representación. Ese ideal de vida, ese orden, se proyectó hacia el mundo a través de la industria del entretenimiento, de su intervención económica y política en América Latina (en tiempos de revoluciones latentes) y lo que siguió después en Oriente. De su arquitectura, tipos como Kennedy, Nixon, Reagan, Clinton, Bush, Obama… fueron artífices. Y de su espíritu, un tipo como Trump encarnación. Ni militar ni económico, el efecto más profundo mediatizó y naturalizó a otros pueblos como amenazas latentes: la reducción del pueblo y la cultura Islam al terrorismo trascendió la acción militar y se hizo xenofobia y racismo. La expansión –ya natural- de esta lógica devuelve ese efecto sobre sus propias fronteras, sobre México y lo latino. La economía fluctúa, es especulativa, quiebra y se recupera: los valores culturales, en cambio, se graban por generaciones y son las bases del entendimiento entre pueblos o de su desprecio.

Para un mundo globalizado, electrónico, mediado por las redes sociales, educado por la televisión, de capital transnacional, y cuyo dogma declama fervor y adoración al falo-Torre primigenio de electricidad, petróleo y concreto, pues lo de Trump en el poder corresponde con la causa-efecto. Y es que el mar de la historia solo nos está arrojando a un nuevo puerto.

El sentido de estos acontecimientos no puede ser tomado de la tragedia, del pesimismo, del miedo. Tampoco de una esperanza que si no se aferra a la construcción de nuevas perspectivas que entiendan la mentalidad colectiva, que entiendan el poder hoy de la comunicación, que entiendan que las alternativas económicas y discursivas no pueden ser heredadas de días que no habitamos sino que deben emerger del poder creador y comunicador, sino nacen de esto la esperanza es vana. No es tiempo de denunciar crisis pues la naturaleza nos regala estas etapas para nuestra evolución, para nuestra transformación. No es momento de decir que se vienen días complicados pues son consecuencia de un proceso ante el cual por muchos años callamos. Hoy se desnuda.

Que Trump cumpla cada promesa, o que la paz y otras causas globales enfrenten obstáculos, serán pues golpes que despiertan, y que conectan a la gente con las causas y las luchas. Pues no hay otra forma de salir del letargo. Quizá sean motivos de transcender la individualidad de la vida moderna y nos arroje a la búsqueda del sentido colectivo. A los jóvenes más que a ningún otro sector de la sociedad nos debe quedar prohibida la depresión y el pesimismo frente a lo que pasa en el mundo. De nosotros depende la emergencia de nuevas respuestas creativas, poderosas, precisas y sensibles. Necesitamos fuerza y atención. No fragilidad. Somos historia en movimiento. Y de su reconocimiento construimos un nuevo sentido.

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