Pasan los años y sigue en lo alto del candelero, generando ideas, olfateando nuevas inversiones y sin parar de crecer en su fortuna. Su vida ha sido una persecución encarnizada del dólar. Desde su infancia empezó esa carrera, que ha sido guiada por una idea central: ahorrar, ganar dinero y mantener una hucha robusta. Su estrategia está en el lado opuesto del péndulo de su país: que vive por encima de sus posibilidades. La deuda nacional de EE.UU. supera la cifra récord de $ 22 billones de dólares, que amenaza el futuro económico de todos los estadounidenses.
Lo de Warren Buffett es un caso especial. Apetito espeluznante lo tiene. Por ello está entre los hombres que más dinero tienen en el mundo. Mas no pareciera tan ostentoso, como es la pasión que posee a los adinerados. En su palacio, el sultán Ibrahim Ismail, guarda una colección de más de 300 coches y motos donde se cuentan por decenas los Rolls-Royce, Bentleys, Aston Martin, BMW y Mercedes, tanto nuevos como antiguos. Warren permanece fiel a un Cadillac que maneja el mismo, que compró de segunda mano. ¿No es codicioso? Vive para invertir. “Sea temoroso cuando otros son codiciosos y codicioso cuando otros son temerosos”, dice y juega y compite con esa regla. Él es como esos guepardos que sin afán, en medio de la espesa canícula, espera que su presa se debilite.
Es selectivo en su codicia. Al estallar la crisis financiera de 2008, todos los bancos quedaron desnudos. Él mismo lo dijo, solo se descubre quién está nadando desnudo cuando baja la marea. Y la bajamar llegó, dejó ver a miles y miles de clientes bancarios en bancarrota. Bancos que se fueron a pique. Warren vio el cataclismo y emergió sólido. Rescató a Goldman Sachs con 5.000 millones de dólares, pasando a ser uno de sus mayores accionistas. Tres años después, 2011, repitió su actuación, sacó de su bolsillo otros 5.000 millones de dólares para rescatar Bank of America, que atravesaba su calvario. Se convirtió en un salvavidas de un puñado de empresas en dificultades.
No por un sentimiento filantrópico, sino respondiendo al más puro espíritu capitalista que asegura que solo los más fuertes resisten. Lo que Thomas Hobbes llamaba en 1647, la guerra de todos contra todos. En esa guerra quedan tres o cuatro en pie. Warren mismo lo dijo, entre sincero y cínico, “hubo una guerra de clases y la ganamos nosotros, los ricos”, refiriéndose a la criba que dejó la crisis de las hipotecas subprime. Sí, aunque fue una victoria inmoral, a mansalva, donde se cortó la yugular a millones de seres que quedaron en el foso de la desesperación. Cuyas consecuencias siguen vivas diez años después.
Buffett pasó de los 6.000 dólares que dicen había ahorrado a los 15 años, a los 89.000 millones de dólares de hoy. Con tenacidad sí, no sé si con sacrificio. Él es él. No digo que sea original, ni que sea digno de ser imitado. Lo que parece claro es que vive su vida como a él le gusta; “durante 60 años he hecho lo que me encanta” dijo en un documental de HBO. Que podría ser un tic de longevidad, al cual podríamos sumar que no lleva una vida estrafalaria. Como la de los famosos, a quienes por lo general devora la angustia. Qué vida tan difícil, extenuante y exaltada vivió la célebre vocalista The Cranberries, Dolores O’Riordan: En tu cabeza/ en tu cabeza/zombie/zombie; cantaba ella atormentada por su mundo mental y por el destino que la rodeaba. Ser rico y ser famoso son dos órdenes diferentes. Warren lleva los dos encima y los conjuga diestro. Sin buscar la vanidad del oropel, que es algo propiamente humano. Ken Griffin, otro adineradito, se dedica a comprar casas costosas, tiene decenas, la última la compró en Central Park, NY, en $238 millones de dólares. El príncipe Salman -todo a costillas del petróleo- compró un chateau cerca a París en $275 millones de euros, la casa más cara del mundo. Pero miren, Warren no ha cambiado de casa. Sigue hoy viviendo en la misma casa que compró en 1959 en Omaha por 31.000 dólares. No digo que esto sea virtuoso, son estilos de vida distintos.
Lo que sí se ha ganado en franca lid es su título de ‘oráculo de Omaha’. Omaha es una mediana ciudad de Nebraska, la misma donde nació ese monstruo del baile, Fred Astaire, nacido el mismo año de Jorge Luis Borges; el poeta de la danza, el uno, el poeta de la palabra, el otro. Omaha, por la magia de Warren Buffett, se convierte cada año, un fin de semana, en el ‘Woodstock del capitalismo’. Allí se celebra la asamblea de Berkshire Hathaway, la empresa de Warren, que él lleva hace más de 50 años a cuestas. Le acompaña como su vicepresidente, Charlie Munger, cuya edad admirable es de, agárrate, 95 años. El pasado fin de semana se celebró la reunión anual de Berkshire. Miles y miles de accionistas se desplazan hasta Omaha. Todos esperanzados en sus patrimonios. A escuchar a los dos gurús, que a sus 88 y 95 años responden con aplomo, serenidad y sin parpadear, las miles de preguntas que salen de todos los costados.
Estados Unidos libra una batalla ideológica hoy, entre capitalismo y socialismo. ¿Usted hacia dónde se va a inclinar?, le preguntan.
Mi posición en Berkshire —plantea Buffett— no es promover mis creencias políticas. Mire, soy un capitalista con carnet. No tienes que preocuparte que yo cambie en ese asunto. Pero también creo que el capitalismo implica regulación. También se debe cuidar a las personas que no tienen las mismas oportunidades.
Desde hace unos 15 años siempre le hacen la misma pregunta: ¿Quién lo va a suceder en la presidencia? No da ninguna pista. Charlie y yo seguimos adelante, dice. En una entrevista al Financial Times habló de su secreto para mantenerse juvenil, activo, pletórico de ánimo, lleno de entusiasmo, sin bajar la guardia: “¿Por qué me levanto todos los días y salto de la cama y estoy emocionado a los 88 años? Es porque amo lo que hago y amo a la gente con que lo hago”.
El que quiera imitar a Warren Buffett debe saber que: “No me gusta una comida de 100 dólares, me la paso redondo con una hamburguesa”. Su amigo, Bill Gates, lo dijo en su blog: “Me sorprendió saber que Warren se limita a comer lo que le gustaba cuando tenía seis años”.
Hamburguesa, helado y Coca-Cola. Aunque, como buen pescador que sabe usar la carnada apropiada, Warren es el mayor accionista de Coca-Cola.