Las redes sociales han constituido un gran avance para todo el mundo. Gente que no tenía voz y voto ha convertido sus trinos o sus post de Facebook en pequeños e individuales medios de comunicación propios. El gran problema es la perrateada que se ha pegado el análisis político. Es que ya atrás quedaron los tiempos de los grandes columnistas de opinión, los que vertían su talento para defender una idea o un partido. A finales del Siglo XX el más destacado pudo ser Roberto Posada García-Peña, mejor conocido como D'artagnan quien defendió, como todo un mosquetero, el cuestionado gobierno de Ernesto Samper. Klim, el genial y anárquico humorista, convirtió su columna en un cadalso a donde subían y eran ejecutados los poderosos. Ya de eso no quedan ni las ruinas.
Ahora vemos un penoso mano a mano entre un muchacho humilde de Tolú, quien se ufana entre otras cosas de ser amigo de poderosos congresistas como Maria Fernanda Cabal y quien se cree un genio de la Economía porque se aprendió de memoria tres tutoriales para Dummies en Youtube, y Wally, el popular youtuber que trata de emular -sin gracia y penosamente- a los Late Show como los de John Oliver. Ambos están entrelazados en una pelea personal que despierta lo peor de las dos barras bravas de moda en el país, Petristas y Uribistas y cuyos planteamientos, más que polarizar, lo que hace es confundirnos aún más a los votantes que antes veíamos en los columnistas políticos los puentes que nos llevaban a conocer las propuestas de los candidatos.
Así de triste se ha convertido la política en nuestro país. Insulto viene e insulto va. Hasta el mismo Daniel Coronell, el mejor de todos, parece haber caído en la estigmatización baja de reducir a sus rivales periodísticos a estereotipos. Así de solos y de desprotegidos estamos en la Colombia de la pandemia.