Crecimos teniéndole miedo a Waldo Urrego. Lo recuerdo cuando era Cuellar, el más malo de Amar y Vivir. Nos creíamos todo, su tono amenazante, su cara cortada como con una cuchilla. En esa época eramos niños y no sabíamos que Waldo era uno de los actores más destacados del país. Era 1989 y la televisión nacional sólo tenía dos canales. Si uno ve las producciones de esa época uno puede ver que han envejecido, que se notaba la influencia del teatro aunque hay joyas que sólo han ganado con los años como Cuando quiero llorar no lloro donde también trabajaba Urrego. Fue con Carlos Duplat que este portento de la actuación dio sus mejores pinceladas.
A diferencia de tantos otros actores Waldo Urrego supo ahorrar y eso que no la tuvo fácil, hace una década un mal negocio le quitó su casa, sus tres carros y lo dejó en la calle. Supo volver a aparecer en la televisión y en el cine gracias a amigos como Dago García quien siempre lo ha tenido en cuenta para protagonizar las secuelas de El paseo. Pero desde el 2016 ha desaparecido de la TV. Su última gran intervención fue en Bazurto, después apareció algunos capítulos de Garzón y ya se le acabaron los proyectos.
Una pena que perdamos la oportunidad de ver continuamente a un talento de estos. Waldo tiene el carácter, la presencia para llenar cualquier pantalla. El único pecado por el que no convence a los grandes canales para que lo contraten es su edad, 74 años y su fealdad. En este mundo postapocalíptico lo único que importa para aparecer en una pantalla chica es la pinta y la juventud. Para recordarlo siempre está la maravillosa entrevista que le hicieron en el 2015 los de Claro Oscuro: