El día martes 2 de septiembre del 2014, será una fecha memorable para la historia de la justicia en Colombia. Ese día, para el júbilo del pueblo colombiano, la Corte Constitucional falló acerca de uno de los temas más polémicos del país: la legalidad y legitimidad de la tauromaquia. El fallo, no menos polémico que el tema mismo, tiene que ver con el sí de la Corte a la realización de espectáculos taurinos en la capital del país. De esta forma, se le está poniendo punto final a una serie de injusticias que se dieron en el seno de la administración Petro para con una minoría, yendo en contra de todo concepto de justicia en un país democrático como el nuestro.
La decisión de la Corte de "ordenar a las autoridades distritales competentes disponer lo necesario para la reanudación del espectáculo taurino en la Plaza de Toros de Santa María de Bogotá, mediante la adopción de mecanismos contractuales u otros administrativos que garanticen la continuidad de la expresión artística de la tauromaquia y su difusión." Se basó en las sentencias C-666 de 2010 y C-889 de 2012 del alto tribunal. Aunque, lamentablemente, muchos sectores no han podido entender la importancia de este, más allá de que seamos o no seguidores de la fiesta brava.
El manejo mediático, morboso y poco objetivo que le dan algunos al tema, lamentablemente, es un golpe a la razón. No importa si usted, respetado lector, apoya o no a la fiesta brava. Todos en Colombia, de una u otra forma, pertenecemos a una minoría. Desde la comunidad LGBTI hasta las víctimas del paramilitarismo, todos hacemos parte de una de ellas. Por eso mismo, la trascendencia del apoyo de la Corte a un grupo de personas reducido como nosotros los amantes del toro de lidia.
El problema con el tema, es que estamos evaluando algo legal desde lo moral. Parece ser que a los antitaurinos no les importa que la Alcaldía de Bogotá, en el 2012, haya violado el debido proceso al culminar de forma unilateral el contrato para el préstamo de la plaza que estaba firmado hasta el 2015. Lo único que les importa, a la mayoría de ellos, es tildar de asesinos a una población que vivió dos años de exilio. Sería injusto, por ejemplo, que en unos años el señor Marco Fidel Ramírez, llegara a ser alcalde mayor de la capital y, por su manera de concebir el mundo desde las páginas de un evangelio, decidiera terminar con un evento como Rock al Parque. También sería injusto que, por ejemplo, un Senador como Gerlein, por su imposibilidad de respetar la diferencia, quisiera excluir de la Universidad Pública a todos los estudiantes con con tendencias homosexuales.
Es el momento de dejar de ser "mamertos" y ver el histórico fallo con otros ojos. Esto es un triunfo de la libertad, la justicia, la legitimidad y la democracia. Que estemos a favor o en contra de la fiesta más culta del planeta, como dijo alguna vez García Lorca, es diferente a no querer que las injusticias de Colombia se sigan llevando a cabo por las personas vinculadas con el poder.
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