La paz en Colombia ha sido siempre esquiva porque la guerra no es nunca la misma. Las palomas, que algunos llaman las ratas del aire porque son una fuente de difusión de enfermedades, han sido siempre el símbolo de esos procesos quizás por sus connotaciones eclesiásticas que la identifican con el Espíritu Santo. Pero blancas y puras, o contaminantes, como símbolo de paz reflejan ambas características. Y es que en Colombia se hace una paz y sobre sus acuerdos nace otra guerra. Los procesos de paz están entre los temas que la gente ve con desconfianza, porque pocos creen en la sinceridad de quienes los firman, y porque mal hechos, o sin voluntad de cumplirse, o sin capacidad para generar reconciliación, dejan siempre tras de sí una estela de sangre.
En tiempos de Belisario Betancur, que fue un apóstol de la paz a quien todo le salió mal, doña Berta de Ospina, esposa del expresidente Mariano Ospina Pérez, quien representaba el más extremo conservatismo antioqueño, decía frente a las concesiones que se estaban haciendo a los guerrilleros (las Farc, el M-19, el EPL, el ELN), que cada vez que veía una paloma le provocaba sacar una escopeta. Las bellas e inolvidables palabras del discurso de posesión de Belisario quedaron escritas: “Levanto ante el pueblo de Colombia, una alta y blanca bandera de paz: la levanto ante los oprimidos, la levanto ante los perseguidos, la levanto ante los alzados en armas, ante mis compatriotas de todos los partidos y de los sin partido. No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana. Ni una gota más de sangre hermana. ¡Ni una sola gota más!”.
Pero lo de Belisario fue solo un capítulo más de una historia de nunca acabar, que podríamos resumir a grandes rasgos así: en el siglo XIX el enfrentamiento fue entre las regiones y el poder central, en la primera mitad del siglo XX entre los partidos Liberal y Conservador, en la segunda mitad del siglo XX entre la guerrilla campesina y los terratenientes organizados en milicias, y en el Siglo XXI entre el Estado y las mafias del narcotráfico. De cada uno nació el siguiente. Y en esas estamos. Llega ahora el planteamiento de la Paz Total, en un escenario donde, exceptuando al recalcitrante ELN, prácticamente ninguno de los demás Grupos Armados Organizados, GAO, incluyendo las disidencias de las Farc que perdieron su estatus político al romper el acuerdo del Teatro Colón, pueden reclamar el derecho a ser tratados como grupos en rebelión.
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Se trata de sentar a la mesa por séptima vez al ELN, antes de que desaparezca por puras razones cronológicas
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El mensaje del presidente Gustavo Petro es tan amplio y generoso como el de Belisario Betancur, pero su alcance es muy distinto. Se trata de sentar a la mesa por séptima vez al ELN, antes de que desaparezca por puras razones cronológicas, habida cuenta de la agenda progresista y popular que ha planteado el gobierno de izquierda, que no tendría razón para rechazar. Y encontrar mecanismos para desarmar los GAO, que no es una negociación política sino judicial. Para lo primero mucho serviría la experiencia del gobierno Santos en Cuba y para lo segundo la de Álvaro Uribe con la Ley de Justicia y Paz, que se aplicó a los grupos paramilitares, que para entonces mucho se parecían a los GAO de hoy.
Lo que se denomina la degradación del conflicto colombiano no es solo la brutalidad sin límites de la guerra, su carácter sanguinario contra la población civil que ha sido de lejos su principal víctima, sino el hecho de que la presencia agobiante del narcotráfico haya convertido el asunto en una descomunal lucha mafiosa por territorios de cultivo, rutas de distribución y ajuste de cuentas, donde el Estado decide actuar ahora como componedor, entre severo y laxo, para el desmonte de esas maquinarias.
O sea, vuelven las palomas, pero como las golondrinas de Bécquer, “aquellas que el vuelo refrenaba tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres… ¡esas no volverán!” Las de ahora se parecen mucho más a las ratas del aire que al Espíritu Santo. Y en pico no traen una rama de olivo sino de coca.