Hace unos días, en esta misma semana que termina, tuvo lugar en Barranquilla una tertulia (dedicada al maestro Benjamín Puche Villadiego), que invitaba a una revisión de la idea de la Región Caribe, el proyecto que desde hace algunos años empezó a remover una vieja idea, no regionalista ni separatista, pero sí de ambición autonómica, que se enmarca en el concepto de Colombia un país de regiones que alcanzó a bocetarse de alguna manera en la Constitución del 91, pero que infortunadamente quedó allí mismo sepultada con una tímida y simple constancia histórica.
La revisión que proponía la tertulia se pretendió hacer en tres aspectos fundamentales: simbólica, política y pedagógica, a cargo, en su orden, de la poeta y periodista Patricia Iriarte, el periodista y experto en marketing político Victor Herrera y el catedrático e investigador Jorge Senior, quienes indagaron críticamente, con las naturales limitaciones del ejercicio, los antecedentes que en diversos sentidos respaldan este proceso que rescata una dignidad regional que la voracidad centralista ha estado sofocando e impidiendo desde siempre. Y plantearon la necesidad de darle músculo y dinámica a los propósitos y líneas de trabajo definidas ya en un ejercicio que reúne una importante experiencia de análisis, pensamiento y prospectiva ya documentada.
No hay duda que las más profundas raíces de esta pretensión regional del Caribe contemporáneo están conectadas con la significación histórica de Juan José Nieto, primer presidente costeño y primer negro en ocupar la presidencia de la república. Pero el universo conceptual más amplio y más complejo que sirve de basamento a la idea de una región Caribe autónoma está contenido en la obra monumental del científico social colombiano de mayor significación en la Colombia contemporánea. Me refiero a la Historia Doble de la Costa del sociólogo barranquillero Orlando Fals Borda.
Pero en años más recientes, con el impulso tutelar de personalidades del Caribe colombiano como Gustavo Bell Lemus, Eduardo Verano, Adolfo Meisel, Antonio Hernández Gamarra, entre otros, el ejercicio de pensar la región en el marco de una idea de equidad nacional, ha tenido dos importantes experiencias que han dado como resultado dos breves documentos en los que se propone un horizonte claro de lo que podría llamarse un proyecto político de región con una visión aterrizada de sus fortalezas, debilidades y oportunidades.
Esos dos documentos son, por una parte, el denominado Compromiso Caribe, una declaración de once puntos que sale del Taller del Caribe colombiano, realizado en noviembre de 2007, a instancias del Centro de Estudios Regionales del Banco de la República, el Observatorio del Caribe Colombiano y Fundesarrollo, que deja clara la importancia definitiva del aporte del Caribe colombiano en la estructura misma de nuestra nacionalidad y de la cultura del país, y la urgente necesidad que hay de corregir las graves desigualdades de un orden social inaceptable que “no garantiza el ejercicio real de los derechos ciudadanos, debilita la democracia, genera violencia y debilita el crecimiento económico”.
Once puntos que plantean en ambición contenida líneas de trabajo en materias de política social, económica, científica, cultural, educativa, administrativa, medioambiental, entre otras, que son la más clara carta de navegación de una visión contemporánea del Caribe colombiano de cara a los nuevos desafíos del país.
El otro documento es el titulado Manifiesto Caribe Siglo XXI, de diciembre del mismo año, que ratifica el Compromiso Caribe y propone sintonizarlo con el fortalecimiento de la democracia como objetivo del milenio, sostenido en cuatro soportes: ética, porque es sabido que la corrupción compromete el respeto a lo público, la solidaridad y la equidad; eficiencia, porque la dilapidación irracional de los recursos arruina el presente y amenaza el futuro; empoderamiento, porque el nivel de la participación ciudadana en los procesos democráticos es precaria y mediocre; y sostenibilidad social y ambiental porque sin una noción clara de futuro de la sociedad y el territorio, y sin una proyección estratégica de largo plazo, la complejidad social y cultural de la región corre peligro de sucumbir en la miseria y la disgregación.
Así las cosas, de cara a la necesidad de un proceso de paz como el que se adelanta y con los nuevos elementos de participación política que reclama una modernización de la democracia en nuestro país, hace falta retomar las banderas de un fortalecimiento regional conforme a las propuestas que están en la mesa y en los documentos, pero que no en la mente ni en el corazón de los ciudadanos del Caribe colombiano, que no saben aún cuál es la verdadera significación de un proyecto de región que tiene que poder encarnar en el espíritu de su gente a través de la educación y la cultura para que pueda tener una real posibilidad política de representación.
Si no, nada dicen los votos, como sucedió con los 2.502.726 del Voto Caribe de 2010.