Voy a votar por Fajardo. Si el sistema me permitiera votar, además, por otro candidato, lo haría, sin vacilar, por De la Calle. No es solo por lo que proponen, por el papel que la educación debe jugar en las sociedades en el implacable mundo globalizado, por su compromiso con una Colombia diversa en paz, por el respeto a la diferencia.
Me agradan porque no son Iluminados o dioses, o auspiciados por los dioses, o Dios, porque el monoteísmo también existe. Porque hay suficiente ilustración acerca de cómo han actuado en su vida pública.
No gritan, no señalan. No usan el dedo índice extendido para amenazar. Simplemente, respetan. No tienen estrategias de mercadeo político al acecho de oportunidades para tirarse al adversario con verdades a medias o simples calumnias, ni equipos de sabotaje en las redes sociales para sofocar las opiniones diferentes con insultos y amenazas.
No están preparando el terreno para invalidar el resultado electoral en caso de perder. Aunque distintas formas de fraude y corrupción han estado a la orden del día en toda la historia electoral colombiana, no caen en el cuento, a priori, de si no gano yo es porque el otro ganó comprando votos o manipulando resultados.
De la misma manera, no excomulgan, porque no son dioses, si algún periodista opina de forma crítica acerca de sus ejecutorias.
No los he visto procurando trepar invirtiendo en la siembra del miedo, en magnificar el peligro que representa el triunfo de uno u otro: Yo o el Apocalipsis. En realidad, el país es suficientemente complejo para que alguno, dios o delegado de Él, en caso de triunfar, haga lo que le venga en gana. En el fondo, a pesar de sus deseos, no son, tampoco, tan temibles. Lo verdaderamente asustador es su poder de influir en más polarización en un país sufrido y hastiado de violencia que necesita reconciliación.
Fajardo y De la Calle están en desacuerdo, en aspectos cruciales para el país, con las propuestas de sus competidores y procuran discutirlas con argumentos. Sus diferencias programáticas no los ha llevado a denigrar de los seguidores, millones, de uno u otro, porque todos son acreedores de respeto. Se diferencian, así, de los Iluminados, que construyen enemigos a partir de una premisa conocida: no está conmigo, está contra mí, son el enemigo.
En un terreno en el que es más fácil y rentable políticamente
promover el fanatismo,
le apuesto al camino difícil de la moderación y la conciliación
Sí, la moderación es, para muchos, aburrida, inoportuna, impertinente, porque en el mundo de fanatismo de los Iluminados el ánimo conciliador es de los cobardes, de los que, supuestamente, no ponen la cara, de los que no señalan en blanco y negro, de los que son incapaces de llamar a las cosas por su nombre. De los que, qué vergüenza, no se preparan para la revancha. ¡Qué flojos!
Es probable que el éxito electoral le sea esquivo a los moderados. Parece ser la tónica, como en el eterno retorno, de quienes son diestros en el arte de la polarización.
Sin embargo, no pierdo la esperanza de que, en un mundo en el que el viento sopla a favor de los que prometen despedazar al rival y lo que éste representa, gane la moderación. Será un sueño, quizás.
En un terreno en el que es más fácil y rentable políticamente promover el fanatismo, le apuesto al camino difícil de la moderación y la conciliación.
Voto por Fajardo.