Más allá de las sospechas y los pronósticos que han suscitado la aprobación del voto obligatorio – en primer debate- en el Congreso, quiero abordar la discusión desde la raíz; es decir, el significado de la transición de dos conceptos totalmente opuestos en el escenario electoral.
En una democracia el método de participación política más importante es el voto, representa la oportunidad de ser protagonista en las decisiones y el rumbo del Estado. En la actualidad el voto es de carácter obligante, no sólo representa un derecho sino un compromiso, es “libre”, no existe ningún tipo de coerción “directa”; por lo tanto, tenemos la obligación moral de actuar conforme al deber y elegir con responsabilidad. Romántico, pero cierto. En detrimento, está la enorme indiferencia frente a las instituciones, y el tedio que produce la corrupción en todos los rincones del país. El resultado, una profunda polarización en la sociedad.
¿Entonces?
Claramente la solución no es obligar al ciudadano a sufragar, mucho menos, cuando cada elección sentimos que tenemos que votar por el candidato menos malo. Estoy convencido que la abstención, pese a no estar contemplada en la constitución, es otro método de participación –discutible-, es la manifestación expresa de una total ausencia de representatividad política. Más que tomar medidas represivas en favor de unos pocos, deberíamos diseñar modelos para fortalecer el establecimiento y devolver, si es que algún día la tuvimos, la confianza en un sistema democrático en el que mi decisión es tan importante como la de los demás.
Me uno a todos aquellos que no están de acuerdo con que el voto sea obligatorio, más bien propongo que no ahorremos esfuerzos para enseñar a las actuales y futuras generaciones que es obligante, no hacerlo puede conducirnos al peor de los mundos. El que estamos viviendo.
@zamivar