La primera consideración para escoger presidente de la República debería ser la calidad humana del candidato. Esta es una característica que salta a la vista en Sergio Fajardo e Iván Duque. Lo anterior cobra actualidad porque frente a la coyuntura electoral los amigos de Gustavo Petro se han empeñado en sacarle unos parecidos con Fajardo que en realidad no existen. Incluso, siguiendo aquella lógica peculiar, le enrostran a Sergio una supuesta deslealtad por preferir el voto en blanco, y desde ya lo responsabilizan de un resultado adverso en las urnas.
La realidad sin embargo es otra: entre el modo de ser de Fajardo y el de Gustavo Petro hay diferencias profundas. Estas se vuelven abismales cuando se trata de opiniones referidas a la organización del Estado, el modelo económico, y las relaciones sociales exentas de odio y resentimiento. Sobre este último aspecto el contraste es notorio, tanto que durante la campaña Fajardo dijo: “Gustavo Petro está en la polarización, ¿que quiere decir eso?, quiere decir que esa indignación que hay en nuestro país la quiere traducir en rabia, en odio… y nosotros no queremos esa Colombia. Queremos una muy diferente…”
Mientras Fajardo siempre demostró ser confiable, lo único cierto en Gustavo Petro es la incertidumbre. Cada intervención suya deja la idea de que durante su mandato nunca sabremos a qué atenernos. Para su ideario la administración pública eficiente es una caricatura en la que se perdonan el desgreño y las promesas incumplidas. La lucha contra la corrupción es un concepto vacío. Que publiquen la declaración de renta los otros candidatos; que se contrate a dedo sin límite usando al efecto las rendijas de una ley laxa. La paz se reduce a un instrumento utilizable a conveniencia. De dientes para afuera hay declaraciones de apoyo al Acuerdo Final, pero se recorren las plazas públicas incendiando los ánimos, destapando esa caja de pandora impredecible y madre potencial de todas las violencias que es la lucha de clases. La democracia es escalera de una sola vía: sirve para subirse al poder pero jamás será el medio de abandonarlo.
Y la semana pasada fuimos testigos de la vuelta canela final. Atendiendo las condiciones impuestas por el Partido Verde para concretar su adhesión, el candidato cambió de máscara y aceptó modificar planteamientos esenciales de su campaña. Ahora dice que no convocará la Constituyente, respetará la propiedad privada, obrará con responsabilidad fiscal y aplicará la meritocracia. Tenemos pues un Petro Pre y un Petro Pos; un Petro con máscara y otro sin máscara. El electorado nunca sabrá por cual está votando y el candidato fresco, impasible, reirá sabiendo que sus viejas ideas totalitarias no se negocian.
Peor aún, sin apartarse de aquel acuerdo exótico con los verdes, existen métodos alternativos para que el voluntarioso aspirante pueda someter la nación a sus caprichos. Le basta convocar un referendo sustentado en las pasiones manipuladas del pueblo, asunto en el que es especialista, para echar al tacho lo pactado y acomodar a su gusto la institucionalidad.
Petro de verdad, el de la primera vuelta,
ya anunció que su programa requiere
de varios períodos presidenciales consecutivos
En este probable contexto los fajardistas, especialmente los jóvenes, tendrán que olvidarse de llegar al poder en un plazo razonable. No se sabe hasta cuando quedarán rezagados sus ideales en materia de educación, equidad, transparencia, decencia. Y es que el Petro de verdad, el de la primera vuelta, ya anunció que su programa requiere de varios períodos presidenciales consecutivos.
La artillería petrista le ha formulado a Iván Duque toda suerte de cargos. El más sonado es el de los apoyos que ha recibido. Se les olvida que Duque jamás depuso sus convicciones ni aceptó acuerdos en materia programática o de cuotas políticas. Ocultan que alrededor de Petro también existe una variopinta colección de movimientos y sujetos cuestionables, siendo el común denominador en muchos de ellos su aversión a la democracia. Varios maquinaron para acabarla en Venezuela, otros como el partido Farc intentaron hacer lo propio en nuestro territorio.
Lo verdaderamente importante de Iván Duque es que se trata de un buen ser humano, en cuya trayectoria no hay visos de incoherencia. Además, es abierto, dialogante y exhibe una mirada amplia sobre los problemas de la nación, libre de prejuicios y de sectarismo ideológico. A lo anterior se suma un carácter definido, lo cual lleva a pensar que jamás negociará sus convicciones ni los altos intereses de Colombia.
La fórmula de Duque se complementa con Martha Lucía Ramírez a quien conozco bien desde los días de la universidad. Su vida en una parábola de servicio a la sociedad. Conoce el país y el complejo mundo de la administración pública como muy pocas personas. Tiene claridad conceptual, firmeza y experiencia que serán indispensables para culminar con éxito un período de gobierno que enfrentará grandes desafíos.
Nuestra nación reclama cambios profundos. La pobreza tiene que ser derrotada con medidas eficaces y la corrupción en la política debe desterrarse para siempre. Coherencia, claridad, carácter, receptividad es lo que nos ofrecen Iván Duque y Martha Lucía para hacer viable ese sueño común. Ellos representan la democracia y la esperanza, por eso tendrán mi voto.