Votaré por el SÍ en el plebiscito de la paz porque su derrota sería una demencial regresión histórica que destruiría la esperanza de una nación.
No me digo mentiras. Sé muy bien qué cosas se lograran con el Plebiscito de la paz que se convocará próximamente para refrendar un Acuerdo final del gobierno con las Farc para poner fin al conflicto armado. No se acabara el neoliberalismo, ni se hará una reforma agraria completa, ni se hará una revolución socialista, ni se nacionalizarán los bancos, menos se expropiará a los grandes cacaos del capital. Tampoco se establecerá un gobierno de los trabajadores; menos se establecerá una democracia popular o se la dará empleo a todo el mundo; ni siquiera se podrá parar el calentamiento global y obviamente no se acabará la maldad humana ni con los borrachos responsables de los tremendos accidentes en la vía publica. Aunque muchas de esas cosas me parecen urgentes, no voy a votar por el SI en el Plebiscito para que se den acciones que no se pueden tomar en estos momentos y con la actual correlación de fuerzas; pero tampoco voy a dejar de votar SI porque no se vayan a lograr; o porque no se alcancen todas ni siquiera en el caso de una correlación de fuerzas mas favorable.
Voy a votar por el SI a la paz y la vida en el Plebiscito porque es la salida más adecuada de la violencia y la guerra.
Lo más radical que se puede hacer con el lenguaje es mentir. Lo más radical que se puede hacer con los recursos públicos es robar. Lo más radical que se puede hacer con un ser humano es quitarle la vida. Lo más radical que se puede hacer con una nación es destruir su salud y educación. Lo más radical que se puede hacer con los principios es pronunciar su nombre en vano. Uribe Vélez y la ultraderecha que representa ha sido el autor de los falsos positivos, ha mentido, ha robado, ha desahuciado y ha pronunciado en vano no sólo el nombre de su propio dios, que no es el mío, sino también los nombres de la Democracia, la Justicia, los Derechos Humanos, el Bien Común y Colombia, que sí son de todos.
Los acuerdos de paz logrados en materia agraria, sobre democracia ampliada, víctimas, justicia, sobre las mujeres y los niños y sobre el desminado, es lo menos radical y lo más ajustado a la defensa de los bienes colectivos de 50 millones de seres humanos diezmados por la guerra y la violencia. Es lo único que puede parar la radicalidad rampante, política y económica, que se quiere imponer como regla en el mundo y en nuestra nación.
Voy a votar por el SÍ a la paz y a la vida en el Plebiscito porque defiendo la democracia y el Estado de Derecho, la división de poderes, la libertad de expresión y de prensa, la libertad sexual, la igualdad de género, el derecho al voto para todos, el imperio de la ley, el orden frente al mercado, la estabilidad frente a las reformas laborales, la normalidad frente a los recortes, la seguridad frente al ESMAD, la belleza frente a la corrupción de la mermelada y la Guajira, el realismo de Santos frente a la violencia de Uribe, el pragmatismo frente a la utopía de los ricos, la vida frente al gamonal, el error y la vacilación frente al tino infame de los mercados financieros.
Voy a votar Sí a la paz y a la vida en agradecimiento. En agradecimiento por los consensos conseguidos entre el gobierno y las Farc, que no son de “izquierda” ni de “derecha”; en agradecimiento por parar la feroz violencia entre guerrilleros y soldados; en agradecimiento por la esperanza dada a los campesinos; en agradecimiento por los derechos reconocidos a los movimientos sociales; en agradecimiento por las víctimas, las mujeres y los niños; en agradecimiento por la esperanza suscitada en millones; en agradecimiento, en definitiva, por haber regresado la historia al tiempo.
Voy a votar Sí a la paz por equilibrio, por democracia y por gratitud. Voy a votar el SÍ, con ilusión, a sabiendas de que, como mucho de lo acordado no se va a cumplir, me desilusionare. Me desilusionare seguro y, cuando ocurra lo diré. Pero ese es el orden: primero ilusionarse, luego desilusionarse. Habrá que desilusionarse. Pero para desilusionarse primero hay que ilusionarse. Quiero votar el SI ilusionado; tontamente, ridículamente ilusionado. Una victoria vencerá muy poco pero derrotará tanto que habrá que echar las campanas al vuelo y los sombreros al aire y el núcleo irradiador al viento. Ilusionémonos. No me gustan los ilusos. Pero tampoco me gustan los vivos que se reservan siempre un as negro en la manga, los que se avergüenzan de compartir pasiones y miran la fiesta por la cerradura o los que, conscientes de que acabarán desilusionándose, se ponen ya a cubierto, solemnes y autorizados, del inevitable, oracular y cuñadísimo “ya te lo decía yo”. Respetemos la secuencia. Votemos con ilusión y luego negociemos, razonemos, vigilemos y critiquemos con la cabeza fría y los principios enhiestos.
Votemos el SÍ a la paz y la vida. Votemos por moderación, democracia y gratitud. Votemos la paz con ilusión porque es, de hecho, lo único que todavía pueden desilusionarnos.
Lo que significaría el triunfo del NO uribista.
No nos engañemos. Sin reservas, sin matices, sin paliativos, un triunfo del No uribista a la paz en el Plebiscito sería una catástrofe. No es una catástrofe para Santos o las Farc que han realizado un trabajo encomiable en La Mesa de diálogos en los últimos 60 meses.
Sería una catástrofe para Colombia, para América Latina y –no exageramos– para el mundo entero. Lo diré muchas veces y no lo hago porque me haya vuelto de derechas o moderado. Nada de eso. Es doloroso realismo. La historia no es siempre más larga que la vida; hay veces en que la escala histórica es más corta que el curso de una biografía; más corta que un curso escolar; más corta que una primavera.