Dicha iniciativa, a mi juicio, entraña al menos tres problemas.
Primero: situémonos en el hipotético escenario de que el voto en blanco triunfe tanto en las elecciones legislativas como en las presidenciales, esto es, que obtenga mayoría absoluta (“mitad más uno”). Con esto sin duda habremos sentado un valioso precedente para nuestra democracia, sin embargo se precisa de ingenuidad u optimismo en demasía para pensar que con esto habremos llevado a efecto una verdadera “revolución pacífica”, como afirman los líderes de esta iniciativa. Las elecciones parlamentarias, por mandato constitucional –véase Articulo 258 parágrafo 1 (modificado mediante Acto Legislativo 01/2009, art. 9)-, serían repetidas por una sola vez, y no se podrían presentar a estas las listas que no hayan alcanzado el umbral electoral (3% -alrededor de 450.000 votos-). Esto barrería con las minorías políticas y con los partidos de izquierda, pues, sin duda los partidos tradicionales y el recién constituido “Centro Democrático” no tendrían problemas en superar el umbral y podrían presentarse nuevamente con idénticas listas. De tal suerte que tendríamos un congreso constituido por los representantes más arcaicos de la política (Gerlein, por ejemplo, es cabeza del conservatismo), menos comprometidos con las transformaciones estructurales y excluiríamos a líderes progresistas de sectores minoritarios. Eso, por el lado de las elecciones legislativas. De otro lado, en las nuevas elecciones presidenciales si bien deberán presentarse candidatos distintos, concurrirán las mismas motivaciones de fondo, es decir, girarán en torno al mismo eje: la solución política o militar al conflicto armado colombiano. El tomar partido con una u otra opción moldeará el resto del discurso del candidato, es decir, quien se la juegue por la paz deberá incluir en su programa políticas económicas y sociales que vayan de conformidad con esa lógica, a su tiempo, el que no tome partido por la paz también deberá moldear su proyecto político en consonancia con eso. Así, convocar nuevamente al electorado sería más bien superfluo, pues entre la gama de posibilidades actuales, que aún no termina de consolidarse, están representadas ambas posibilidades.
Segundo: votar en blanco es fiel reflejo de que dentro de los aspirantes a las distintas dignidades, no existe un liderazgo merecedor de la confianza del electorado y esto es totalmente válido (quiero recordar al 15M español y su “no nos representan”), no obstante, ¿no sería más prudente llevar a las urnas a aquellos nuevos, no tan nuevos y viejos liderazgos que realmente nos representan? Estos líderes, por muy escasos que sean, sin duda existen. Que nos sirvan de ejemplo los cuatro líderes estudiantiles chilenos, todos menores de 27 años, que fueron elegidos a la Cámara de Diputados con votaciones abrumadoras y sin necesidad de recurrir a iniciativas como las del voto en blanco. Para luchar contra la corrupción, las élites políticas tradicionales, el clientelismo, los monopolios –bien mediáticos, bien económicos- y toda suerte de matices odiosos de nuestro sistema político, no basta con indignarse, se precisa comprometerse fervientemente, desde cualquier frente, con esta lucha. La sola derrota electoral, sí es que así se puede llamar al proceso arriba analizado, no significará nada, es decir, ¿en serio creen que nuestra oligarquía y nuestra clase política, las más recalcitrantes del continente, han declinar sus intenciones o han de amedrentarse por un resultado adverso? Sin duda que no. Maravilloso que nos indignemos, pero cuanto más maravilloso que nos comprometamos.
Tercero y, creo, más importante: el país atraviesa un momento singularísimo de su historia, una coyuntura política muy particular. Estamos ad portas de poner fin a un conflicto de casi 50 años, la posibilidad es real, más real que nunca. Las jornadas electorales próximas a realizarse girarán, como ya se dijo, en torno a una paz negociada o a la perpetuación del conflicto, desconocer este inusual contexto sería un error garrafal, tanto como para los que desean la paz, como para los que no. Estoy del lado de los que abogamos por una salida negociada, por tanto, votaré, en las presidenciales, por quien garantice la continuidad del proceso y, en las legislativas, por una lista que este comprometida con transformaciones estructurales en el pos-conflicto. Votar en blanco sería sumamente impertinente ante tal escenario. Convencido de que quienes me leen están igualmente comprometidos con la paz, restaría decirles que el pos-conflicto debe suscitar en los tres poderes una fortísima convicción hacia la paz y las transformaciones sociales. Sin embargo todos estos esfuerzos serían insuficientes si la sociedad civil en su totalidad no se vuelca a favor de un porvenir más justo y en paz. La verdadera revolución que debemos hacer los colombianos no es la de votar en blanco, debemos reconsiderar la forma en que vemos y participamos en la política (repensarnos políticamente), estoy plenamente seguro que así las cosas mejorarán.
NOTA: El Partido del Tomate ha publicado un video titulado “La verdad sobre el voto en blanco – El punto 8”, este es un recurso sumamente útil para hacer pedagogía sobre las verdaderas implicaciones del voto en blanco en las elecciones legislativas. Está disponible en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=rwQ8SpAmaCg&feature=youtube_gdata_player.
En Twitter: @Daniel_Diaz_F