¿Volver, o no volver a Colombia?

¿Volver, o no volver a Colombia?

Por: Ana Henao
marzo 09, 2015
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¿Volver, o no volver a Colombia?

¿Volver, o no volver? Esa es la cuestión, porque fueron muchos los motivos por los cuales me fui de Colombia, pero uno de los más fuertes, fue escapar.

Deseaba con vehemencia absoluta huir del peligro que hoy representan las calles de Colombia. Quería, por fin, sentirme segura caminando por las calles, no sentirme paranoica en mi carro al sentir una moto aproximarse a mi ventana. Quería salir a trotar en la noche sola con la cabeza hacia el frente, y no hacia los lados o mirando constantemente hacia atrás para ver si alguien estaba al acecho. Quería escapar de ver indigentes en cada esquina, de los niños pidiendo limosna en cada semáforo, de leer las noticias de los políticos delincuentes perseguidos por la ley, condenados, y liberados en un santiamén. Ya no quería vivir con miedo, con ira hacia el sistema político y judicial de nuestro país.

Buscaba escapar de las casas de pique, de la guerrilla en el monte y en la Habana, de las peleas de perros y gatos del ex presidente y su sucesor. De los combos, de las barras bravas matándose por el color de la casaca, de la prostitución infantil en el Centro de Medellín, de las vacunas a los buses, los negocios, las residencias.

Necesitaba respirar un aire menos colombiano, con menos plomo, con menos odio, con más libertad. Estaba ahogada y lo que hacía por intentar mejorar esa sociedad que me vio crecer, como un mercado aquí, una donación allá, unas medicinas por un lado, unos exámenes médicos por otro… no eran sino pañitos de agua tibia que a la larga no cambiaban nada.

Tomada la decisión y adquirida la deuda, ahora estoy en un país de primer mundo contrario a lo que es Colombia: puedo caminar en la noche sola, completamente a oscuras, con mi celular en mano, y ni me preocupo de a quién tengo alrededor. Estoy en uno de los países más seguros del mundo y un atraco acá, se ve cada mil años. Lo mismo una violación. Acá se respeta la vida, la diferencia, la multiculturalidad. Acá se ve lo mismo a un homosexual que a un hetero; usted ve al hombre de negocios con tatuajes hasta en la cara y es igual de respetado que aquel que no los porta. Ve usted mujeres de todas las edades vestidas como se les da la gana, sin que se rían de ellas en murmullos, sin que las tilden de putas, sin que los hombres sientan que pueden aprovecharse de ellas por “provocativas”. Acá, los policías andan sin pistola. La gente entiende quién es la autoridad y ni en sueños un tipejo les va a decir “usted no sabe quién soy yo”. Acá la ley es para todos, y quienes trabajan en la fuerza policial, trabajan por vocación y no se los verá nunca haciendo lo que el ESMAD.

Me transporto en bicicleta y puedo dejarla estacionada amarrada a un árbol durante todo el día sin el temor de encontrarla deshuesada. Puedo ir a donde quiera en ella sin temor de que me bajen a cuchillo, sin importar la hora o el lugar. Los carros no me pitan si estoy estorbando un poco en las calles sin ciclo rutas, sino que me dan mi espacio y pasan por un ladito. Acá los hombres lo piropean a uno con respeto, nada que ver con las porquerías que le gritan a uno en la calle en Colombia. Acá los impuestos son altísimos y nadie se queja: el desarrollo constante es evidente y aquí nadie se roba un peso del erario público. La salud y la educación son de primera calidad, lo mismo para el pobre, lo mismo para el rico. Usted no ve acá gente durmiendo bajo los puentes. No ve el desfile de indigentes en las calles. Acá el pobre tiene una casa muy modesta, pero tiene casa. Para un colombiano, esto es surreal.

¿Por qué entonces, me llama la tierrita? Me vine para uno de los destinos con mayores atracciones naturales, pero hasta ahora no he visto nada que supere la fauna y belleza natural de Colombia. La diferencia es que usted acá, en los parques o atracciones naturales, no ve basura, y no le da miedo viajar. El dolor que uno siente al ver estos paisajes y saber que en Colombia son tres veces más hermosos, pero cien veces más peligrosos, es punzante, profundo, agónico.

No sé por qué quiero volver. La familia jala mucho, pero no es solo eso. Colombia es mía. En Colombia nací. Aunque soy más consciente que nadie del mierdero en el que estamos y sé que me fui para escapar, a veces me encuentro defendiendo mi tierra frente a los extranjeros que antes de mi nombre, quieren saber por Pablo Escobar. Esos que antes de querer saber cómo ha sido mi viaje, me preguntan si traje cocaína conmigo.

Tal vez no haya un motivo más para volver que el simple hecho de que amo a Colombia, lo cual es una suerte de masoquismo, pues también pienso que en el futuro cercano, el país no tiene cómo mejorar. Ni los hijos ni los nietos que aún no tengo verán una Colombia próspera y segura, de eso tengo certeza. Lo único que me queda claro es que la corrupción colombiana ha hecho de un paraíso, un infierno. Después de vivir en este país surreal enmarcado en el respeto (al otro, al erario público, a la individualidad, a la vida), me atrevería a decir que el único motivo por el cual Colombia está sumida en el caos, es por la corrupción: sin corrupción, no existirían las guerrillas. Sin las guerrillas, no existirían los paramilitares ni las bacrim. Sin corrupción, la plata de la salud iría a la salud, y la de educación lo mismo. Más muchachos en las aulas y menos delinquiendo en las calles. Sin corrupción, los mafiosos de ayer y de hoy no podrían comprar a la clase dirigente. Sin corrupción… Colombia sería el mejor país del planeta Tierra.

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