Que Europa se está desmoronando es lo que muelen los medios de comunicación en todas partes. Que el desempleo, la economía, la inflación, la inmigración y el terrorismo, entre otros problemas, están llevando la UE a la disolución…
El profesor F. Manfred Peter dice en su blog: “Los costos de la división de la zona Euro son imprevisibles, elevadísimos (…) Debido a su debilidad, Europa está siendo dirigida desde los EE. UU. La disolución de la UE favorece los intereses americanos que el presidente Trump antepone a todo…
Pero yo he vuelto a Europa. Desde julio de 2005 no había regresado al Viejo Continente. Antes había estado ya en 2001 y la primera vez fue en 1999 cuando tuve la oportunidad de estar en Italia, en la región de Umbría, donde tiene lugar cada año, desde hace más de medio siglo, el gran Festival Internacional de Jazz de Perugia.
Y fue un gran impacto caminar por las antiguas calles medievales de esa ciudad, y tocar la piedra tallada por el tiempo de sus viejos monumentos y recorrer sus campos amarillos sembrados de girasoles o llenos de bultos redondos de heno que se repetían sin número en amplias extensiones de su planicie.
De esa primera vez todavía resuenan en mi mente los conciertos de Chucho Valdés & Michel Camilo a dos pianos; el de Thelonius Monk Jr.; el de Tito Puente; el de Brad Mehldau; el de Richard Galeano y la orquesta de cámara de la región Toscana, entre otros.
Rescato de la segunda vez la cordial invitación de dos buenos amigos: el guitarrista uruguayo Gonzalo Solari y el pianista italiano Carlo Alberto Neri para hacer parte del proyecto Del Mediterráneo al Caribe que consistía en un recital de poesía y música con mis poemas y mi voz recitante y las participaciones a su turno de la guitarra de Solari; el piano de Neri; la flauta de Roberto Fabriciani; y la voz de la soprano Gabriella Zanchi. Todo aquello escenificado en una antigua plaza romana de la ciudad de Montevarchi, en el marco del Festival de Música de Verano, cuyo director musical en ese momento era Solari.
La tercera ocasión fue una visita a esa pequeña joya de ciudad a orillas del Lago Lemán, en los Alpes suizos, en donde desde hace también más de 50 años se realiza el Festival Internacional de Jazz de Montreux.
Todas mis impresiones de esa experiencia están contenidas en una larga crónica de seis partes, publicada inicialmente por entregas en el periódico El Heraldo de Barranquilla y luego en una edición de la revista Herencia Latina de Puerto Rico.
Pero lo que no menciona esa crónica es el hondo impacto personal que tuvo esa ciudad en mí, con su apacible transcurrir a orillas de aquel inmenso lago y sus estatuas de músicos y escritores pastando bucólicamente en los prados de sus jardines públicos; y la visita a la celda misteriosa del poeta Lord Byron presidiario en el Castillo Chillán, a las afueras de Montreux. Así como grata fue también la rápida visita que, de regreso de Montreux, pude hacer a Ginebra para saludar a Borges en su pequeño local del cementerio de Plainpalais, a lado del crítico de jazz francés Ernest Ansermet (uno de los grandes responsables de la consolidación del jazz en el gusto francés) y de su colega argentino Manuel Mujica Lainez, el autor de la novela Bomarzo que luego el gran Alberto Ginastera convirtió en ópera.
Vuelvo ahora a Europa, por cuarta vez, con las ganas de hallar en pocos días (vana pretensión) la crispación y desconfianza, la paranoia de las invasiones bárbaras, la tan cacareada vejez y cansancio del viejo continente en comparación a la “pujante dinámica vital” de estos países nuestros latinoamericanos portadores de la savia fundamental de un nuevo mundo, etc., etc., pero en los que padecemos la más ramplona premodernidad en las ciudades, en la política, en la educación y en las ideas. Y en los que no alcanza a salvarnos la cultura porque ésta no sube en la escala institucional como debiera; allí predominan la corrupción y los privilegios no merecidos.
Aunque la realidad verdadera no está en los museos ni los hitos turísticos,
siento que nos queda aún mucho por aprender
de esa vieja y decadente Europa
Sin embargo, aunque la realidad verdadera no está en los museos ni en los hitos turísticos, siento que nos queda aún mucho por aprender de esa vieja y decadente Europa. De esa vaca vieja de la que todavía nos queda mucho que mamar. De su anquilosamiento y de su crisis hay todavía muchas más lecciones en muchos temas que marcan la diferencia en eso de hacer ciudad y de hacer ciudadanía. A nosotros nos hace falta civilización para eso.
Es cierto que se ve asustada rodeada de pobres por todos lados; pero si los que ven en el futuro su derrumbe, se equivocan, sabrá dar la cátedra de sabiduría política que Estados Unidos y el animal de Trump están necesitando.