La creación artística, que siempre ha tenido un complejo y polémico ámbito de intocable dimensión individual, porque toca esa velada esfera del prurito autoral que ha dominado siempre el concepto de la “originalidad” en la tradición de la cultura occidental, de vez en cuando y de tiempo en tiempo se ve replanteada y asumida a través de algunos ejercicios de creación colectiva, del que ya hay muchos y extraordinarios ejemplos a través de la experiencia del arte contemporáneo en muy diversas expresiones, especialmente en el campo de lo progresivo y experimental. Pero también es cierto que este concepto de la autoría compartida de una obra de arte sigue siendo más o menos desacostumbrado en el campo de las expresiones, digamos, convencionales; quiero decir en casos como el de la pintura y la escultura.
Pero hablando de Carla Celia y de Joaquín Botero, artistas que vienen de carreras individuales consolidadas, han logrado ya experimentar este modelo de creación compartida en tres trabajos notables con indiscutible fortuna. Tres trabajos en los que este servidor ha sido de una forma u otra un testigo de excepción. Me refiero en primer término a un trabajo de objetos escultóricos y pictóricos titulado En – Caja – 2, expuesto hace algunos años en la Galería de la Aduana de Barranquilla, el que, juntos en la misma sala y sintonizados por un mismo elemento común que eran las cajas, mantenían aún cada cual su burbuja personal de creador individual.
Hace un par de años apenas, trabajaron también juntos, esta vez sí rompiendo y borrando mucho más los límites de lo autoral pero conservando todavía las particularidades de los ámbitos creativos, es decir, Botero aplicado a las formas escultóricas, y Celia en el empeño de darle matices y atmósferas colorísticas a cada pieza. Era un hermoso proyecto escultórico titulada Deidades/Leyendas, sobre 10 personajes femeninos míticos de la música vallenata, sobre el que escribí entonces una breve nota de presentación, y sobre el que me permitía decir que “aquí lo importante lo constituye la asunción del desafío que comporta darle forma visualmente perceptible a una imagen que ya millones de personas tienen fijada en su mente de una manera personal, determinada por el poder comunicador de la música popular. Es decir, ahora estas piezas artísticas proponen una imagen nueva que desde luego amplia el horizonte de significación que hasta este momento evocaban las letras y la músicas de estas canciones.”
Y ahora los ocupa otro proyecto escultórico y colorístico, que ellos llaman esculturas intervenidas, que han querido titular Volare, aludiendo, claro, al emblemático tema musical italiano de los 60 que popularizó el cantante Doménico Modugno, pero que le sirve de marco nostálgico a esta propuesta plástica que nos interpela desde cierta estética vintage para presentarnos un “coro” de ángeles adoloridas y desaladas que parecieran querernos contar las razones de su dignidad a pesar de la caída.
Uno pensaría en un grupo de ángeles femeninos que han sido encontrados y rescatados de quién sabe qué atropello terrenal pero que por virtud de esta muestra vuelven a volar con su ala rota. Gracias al arte.
El resultado es esta muestra que en estos momentos acaba de ser inaugurada en el Museo de Arte Contemporáneo de Santa Marta y que el próximo agosto pasará a la Galería Virtual de la Aduana de Barranquilla. La exposición consta de una serie de once piezas con las que sus creadores han querido referenciar temas como la libertad y la caída desde una visión poética que alude y evoca en sus formas y en su técnica a una atmósfera que nos remite a una iconografía religiosa y profana al mismo tiempo, en cuya historia están íntimamente relacionados, en la memoria de los secretos del taller barroco, la escultura y el color y nos recuerdan también ciertos momentos relacionados con el origen mismo de la escultura.