"Cuando ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, también bebes para que pase algo".
Charles Bukowsky
El cine club Al Filo del Tiempo inicia el año 2022 con el Ciclo 'Cine & Alcohol' y los filmes: Vodka-Limón (2003), del armenio Hiner Saleem; Leaving Las Vegas (1995), de Mike Figgis; First Reformed (2017), de Paul Schrader; y Druk (2020), de Thomas Vinterberg. El cine no es solo visible sino sensible, dice Rancière (1), y eso lo prueba Vodka-Limón. Lo que no es apología del alcohol, ya que es una droga como el café o cualquier droga blanda o dura: se trata del alcohol en su relación con el cine y como motivo de celebración, pugna o duelo, etcétera.
Historia que pasa en una de las tantas aldeas kurdas del Cáucaso en la empobrecida/devastada Armenia pos-URSS. Allí, damnificados de todas las pelambres, intentan sobrevivir entre la dignidad, un pasado de genocidio y el futuro anclado en la ilusión o los giros de algún familiar que emigró. En medio de un frío de muerte y al calor artificial del vodka, también cabe el amor, así no sea a primera vista, ni tan tórrido, ni en condiciones socio/económicas/políticas deseadas. }
Pero, también cabe el desamor producto de la nefasta influencia del capitalismo (que lleva a la explotación de una artista por un pedófilo), la que arranca desde el primer Plan Quinquenal de posguerra de Stalin; desde la Triple Alianza tras las palabras de Churchill sobre ‘la expansión comunista’ con que advertía a Estados Unidos; desde la declaración, 12.mar.1947, de Harry Truman que se convertiría en el texto de la Doctrina homónima: o sea, la apertura unilateral de la llamada ‘Guerra Fría’, a la postre más caliente/brutal que la I y la II GM. (2)
El plano/secuencia inicial, además de surrealista, parece una metáfora de la avalancha de desgracias que ocurren al interior del filme, todo de alguna forma alumbrado/iluminado por el alcohol, la fiesta, el humor (entre negro y áspero), el conflicto inter/extra/familiar, las secuelas de la guerra, el (mal llamado) fin del socialismo: a la postre, lo que se acabó fue cada uno de los gobiernos socialistas o comunistas (con excepción de Cuba, NorCorea, Nicaragua, por nombrar solo tres) arruinados, por un lado, a causa de pésimos gobiernos y, por otro, a causa del intervencionismo descarado o velado de Estados Unidos e Inglaterra desde la Era Stalin.
A quien, si bien no podría nadie defender del todo, tampoco es el único ni el principal responsable de la debacle soviética tras la II GM, como quiera que también incidió la hipocresía política de Francia e Italia, cuyos respectivos PC fueron al inicio socios y luego traidores a la causa soviética por voltearse a favor de la injerencia gringa en asuntos internos. Y el plano/secuencia deja ver una cama que desciende por la nieve a alta velocidad, al parecer por inercia, hasta que se ve que está siendo tirada por una camioneta. El viejo músico, que viene a acompañar un entierro, se quita las prótesis dentales, coge su flauta y se pone a tocar.
Plano/secuencia metáfora de la vertiginosa caída de la URSS en distintas épocas: protagonizadas por Kruschev, Gorbachov, Yeltsin, los tres alegres compadres del alcohol, pero antes, borrachos consuetudinarios (como en Fosa Común lo fueron José Manuel Marroquín, Guillermo León Valencia, Virgilio Barco y quién sabe cuántos más no reportados como tales). Quizás esta no sea la intención primigenia de Hiner Saleem, pero cabe recordar que el arte no obedece a intenciones, sino que produce efectos. Y los efectos son más producto de las afinidades electivas del espectador y de su inconsciente, de su relación con el mundo, que de una racional/consciente elaboración mental y/o artística del cineasta kurdo.
Una de las primeras muestras de lo visible asociado a lo sensible la da un personaje secundario: el chofer de bus que, siendo armenio, canta en lengua francesa. Como quien recuerda a Charles Aznavour, célebre cantante galo de origen armenio y llamado en realidad Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdasarian, el ‘Embajador de la Chanson Française’. Tal chofer da los primeros indicios diegéticos, propios del filme, sobre la presencia del amor a fin de disipar la ausencia humana. En efecto, quizás él sí se haya enamorado a primera vista de Nina, la mujer que administra el expendio de vodka-limón, a la vez restaurante, que regenta un vulgar mercachifle. Por eso, cada vez que sube al bus, no le importa que ella le diga que pagará ‘la próxima vez’, hasta que ya no haya próxima vez y, entonces, en su favor acuda el chapulín más blanco que colorado de nombre Kamo, quien le paga cinco dólares por la deuda de Nina.
Cuando ya es evidente el acercamiento de ambos, el chofer tira por la ventana el casete cuya cinta, por efecto del aire, se destroza. Así ha terminado un amor que fue urdido de forma unilateral, alimentado por el platonismo, sin asidero real y cuyo desencanto viene a ser el resultado de la imposibilidad de programar los sentimientos ajenos. Tal como lo plantea A. Kluge en su cuento sobre el nazismo, Un experimento amoroso. (3) La cantante del grupo ABBA, Anni-Frid ‘Frida’ Lyngstad fue producto del experimento nazi Lebensborn, creado por el líder de las SS, Heinrich Himmler, a fin de expandir por vía de la eugenesia el ideario nazi que impelía a los soldados a tener hijos arios únicamente con mujeres aptas desde la óptica racial tanto en Alemania como en las zonas ocupadas, como es el caso del pueblo noruego Bjørkåsen, donde el 15.nov.1945, nació la hija de Synni Lyngstad.
Frente a la foto de su mujer, muerta, le cuenta que ‘están todos bien’ (4); más tarde, la imagina que lo mira mal cuando Nina le dice ‘Merci’: al recobrar su gesto habitual, Kamo deja ver que para todo se necesita dinero hoy, máxime si se ha pasado del socialismo al capitalismo: para pagar gas, luz, agua. ‘Ya no es la URSS’, dice. Detrás de ese otro signo de surrealismo, Saleem permite comprobar el empobrecimiento del Kurdistán y la pérdida de horizontes del pueblo tras doce años de independencia y capitalismo.
Lo mismo que pasa en Kazajistán, país que hoy vive un golpe, una dudosa ‘revolución de colores’ aupada por los gringos (5): como la húngara de 1956, la del Mayo/68 francés, la checa de 1989, la polaca del sindicato ‘Solidaridad’, 1980, la china de la Plaza Celestial, también del 89, la Perestroika, reforma para liberalizar la economía, potenciar el desarrollo del país y ‘su democratización’ tipo occidental, y la Glásnost, ‘apertura’ o ‘transparencia’ para generar polémicas internas libres y abiertas entre ciudadanos sobre temas socio/políticos: en suma, el nocaut inicial para el fin de la URSS, 1991.
Y, cómo no, la ‘Primavera Árabe’ del Egipto de Mubarak, el 25.ene.2011, ‘revolución’ que hoy el régimen de Abdelfatá Al Sisi se empeña en no recordar (6) y ahora quiere armar a Egipto hasta los dientes, con sus compras a Italia, Alemania y Rusia. Aun así, el presupuesto militar egipcio, el 1,2 % de su PIB, se queda corto frente al PIB de los países que le compran sus armas a los EEUU: Arabia Saudita, 8 %; Irán, 2,3 %; Turquía, 2,7 %. (7)
Luego, Kamo le pide perdón a su difunta mujer porque necesita vender la TV. Ya ha vendido su armario, así como su ropa de ex soldado. Por el mueble pidió 30 dólares y le dieron diez. Por el TV, luego del cantaleteo del cliente, le dice: ‘una ganga, 150 dólares’. ‘No, muy caro. 100 dólares’. Más tarde, le dan ‘no más de 80 dólares’. Y por su uniforme, a los clientes de siempre, les pide 20 dólares: recibe 8 dólares. El esposo de Nina murió en 1994. Ella, mujer madura, no vieja, tiene dos hijas: la mayor, vive en Kazajistán. Zine, la más joven, es su compañía y consuelo, así ignore de qué vive fuera de lo sabido: es artista/pianista, toca en un restaurante, sin salario, por propinas. Como en cualquier Carulla de Fosa Común.
‘Tengo tres hijos’, dice Kamo, ser con simpatía y carisma muy evidentes: Guje, vive en Samarcanda. Kamo hijo, en Alfaville, Francia; (8) y Dilovan vive en Kurdistán, pero sin trabajar. Los personajes del filme exhortan en silencio a Proust: “Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás”. (9) Los personajes ficticios, dejan de serlo por el grado de verosimilitud alcanzado en su factura, proceso y desarrollo narrativo, hasta tornarse casi de carne y hueso, en tanto cargan una verdad. Pero, no una verdad objetiva ni objetivable, sino una perceptible, la de artistas, poetas y escritores, antes que otra demostrable, la de jueces, abogados y políticos.
En una secuencia posterior, el dueño del negocio llega donde Nina y le pregunta sobre las botellas vendidas: ‘17’, dice ella. ‘Ah, ese es un buen comienzo’, señala la hipocresía del comerciante. Y le suelta enseguida la estocada final: el negocio no está dando lo que se espera y, además, hay que cerrar el restaurante. Alrededor de esta situación, hay que decir que el alcohol sirve para cuasi paliar un intento de homicidio. Mientras tanto, el viejo Kamo mastica su amargura cuando va al correo, luego de un difícil viaje en el que él y su acompañante, terminan por perder sus ‘tapetes’ que simulan cojines cuando la moto se va sola, y ve cómo su hijo, de quien espera un hipotético giro, antes, le pide dinero.
El desencanto tiene cara de discreción. La vida te da sorpresas, siempre te dará sorpresas la vida, máxime si estás dentro del capitalismo. El que, como en el caso de Zine, cobra dividendos dramáticos pero que, gracias al cineasta y al manejo actoral, logra tomar distancia, de cierta forma brechtiana, para que tanto ella, su querida madre, el espectador, no salgan por completo desinflados ni, mucho menos, abatidos o consternados. Aunque en breve se pase del humor ácido al patetismo triste.
En efecto, la joven artista/pianista Zine, solo recibe del pedófilo que la explota diez dólares, mientras ella le ha pedido, por sus travesuras, nada jocosas sino jodidas, 40 dólares. Él, con un descaro que raya en el (mal) cinismo, le dice que le dio comida y chocolates y que, además, ‘hasta tu ropa interior es mía’: sin que esto necesariamente implique que el viejo obsceno sea travesti o ‘cross-dresser’, como se dice ahora del que se viste/porta en el género contrario al que nació.
(10) Lo que no admite duda: es un cabronazi. Después de zarandearla y escupirle sandeces, se sube a su carro, lo prende y arranca a toda velocidad. La pianista y prostituta, esto por falta de un trabajo digno, víctima de la humillación y la ofensa, mientras regresa a casa, se acicala un poco para no llegar adonde su madre tan desastrada. El paisaje, sin embargo, no puede ser más desolador/demoledor, ejemplo triste de la condición humana sometida al ejercicio quizás más antiguo, pero el más renovado por efecto del capitalismo.
El mismo que degrada al máximo por vía de la explotación sin freno ni ética y en el que, claro, la nada gratificante actividad prostitucional no tiene posibilidad de emancipación. Y es que de todos los ‘trabajos humanos’ referidos por Marx es el único en el que lo que se vende es justo lo que no se vende en ningún otro trabajo. La prostitución es el único oficio en el que el alquilar una o varias partes del cuerpo se prohíbe en todos los demás. Así, se separa del resto de ‘trabajos humanos’ de los que habla Marx en el Tomo I de El Capital. (11)
Y esos ‘trabajos humanos’ fueron los que dejaron de realizarse en la URSS, durante la época de Stalin, y, por injerencia gringa, pero también de Inglaterra, pasaron a normalizarse con la llegada de la ‘apertura’ (como la de Fosa Común con Gaviria) y la ‘transparencia’, de la era Gorbachov, hasta quedarse a partir del fin de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, cuando luego de que en septiembre se reconociera la independencia de Estonia, Letonia y Lituania y las de otras repúblicas se fueran dando, Gorbachov, primero reclamara autoridad, es decir, fascismo disfrazado de buenas intenciones, y luego, el 8.dic.1991, proclamara a los cuatro vientos la disolución de la URSS. Todo ello, en realidad arranca desde Stalin y sus salidas y reacciones poco lúcidas, pese a su apariencia de gran ‘estratega militar’, referido por Isaac Deutscher en su biografía política de quien fue líder desde 1924, a la muerte de Lenin, hasta su propio deceso en 1953: Josef Stalin o Iósif Vissariónovich Dzhugashvili.
En ese lapso, no era nada fácil establecer cómo respondía el pueblo soviético a las exigencias, mezcladas no pocas veces con arbitrariedades, del político nativo de Gori, Georgia, ni cuáles de ellas respondían a las necesidades de la mayor nación de la Tierra o tantas otras apenas a las imposiciones del régimen estalinista. Quienes sobrevivieron a la batalla de Moscú y a la ocupación nazi de Leningrado, así como los ganadores en Stalingrado y Berlín, luego de matar a siete millones de alemanes (mientras estos habían liquidado ya a 23 millones de rusos), eran presas del optimismo hacia el futuro al volver a sus hogares.
Al ver las ciudades en ruinas y las aldeas en brasas, eran conscientes de la miseria de sus vidas, el empobrecimiento y la represión que debieron aguantar en épocas de paz y debido a ello, habían tomado la decisión de buscar un país más libre, menos infeliz. Pero, ante la evidencia, entendieron que solo gracias al esfuerzo, la lucha, el agotamiento, podrían reconstruir los cimientos de la vida en común y pocas veces podían reconocer cuáles decretos favorecían al ‘bien común’ y cuáles apenas iban a favor de su buro/auto/cracia. Stalin, por ejemplo, escondía la cuenta real de muertos en la guerra y la cifraba en tan solo siete millones. Así, de paso, impidió al pueblo hacer el recuento de las bajas pues intuyó en ello un peligro para él mismo: si hubiera permitido saber la verdad, aquel habría insistido en descubrir las razones de los hechos, incluyendo las fallas y cagadas y los (malos) cálculos del propio líder ruso.
Aun así, hay que decir que no todo el drama lo protagonizó él solo: en auxilio del recurrente ‘divide y vencerás’ gringo, vinieron en tropel hechos como los castigos a civiles que el enemigo, la Alemania nazi, había obligado a trabajo forzado; luego, los soldados acusados de traidores por desobedecer a Stalin: jamás debieron dejarse coger vivos por los nazis; otra vez los civiles por colaboracionistas. Lo que recuerda las reyertas entre fosacomunianos, guerrillas y paras.
Ahora bien, Stalin ya había ordenado deportar a diversas nacionalidades por ‘traición’: a los tártaros de Crimea, a los chechenos/ingush, a los alemanes del Volga, obligados a dejar su suelo natal para terminar en los desiertos/estepas siberianos, y (no) por último a los ucranianos que corrieron con ‘mejor suerte’ pues como eran demasiados se les cambió el destierro y la cárcel por servidumbre. Los castigos sin límite, obedecían a controlar la audacia de quienes habían vuelto de la guerra con ideas de cambio y reformas para la URSS.
Para terminar, se incluyen dos hechos claves, en esta columna de La fábrica de sueños: 1. El Plan Marshall ofreció ayudar a los gobiernos que luchaban ‘contra la pobreza y el caos legados por la guerra’, lo que resultaba muy atractivo incluso para los comunistas eurorientales. 2. Los gringos querían ‘rehabilitar’ la economía germana y desechar los reclamos de la URSS, Checoslovaquia y Polonia contra Alemania ‘por daños de guerra’, como ya lo habían hecho tras el Tratado de Versalles. (12) Ya vendría el (sucio) Plan Dawes.
A propósito de Stalin, se refieren aquí dos hechos vinculados con su desprestigio, el causado, ya se dijo, por Churchill, es decir, Inglaterra, y luego por los distintos gobiernos de EEUU: 1. El filme La muerte de Stalin (2017, Netflix), de Armando Iannucci, basado en el cómic The Death of Stalin, de Fabien Nury y Thierry Robin, con guion original del primero. 2. El filme (de moda) Don’t Look Up (2021, Netflix), de Adam McKay, con Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence en los roles principales, que todo el tiempo alude al peligro ‘comunista’.
El de Iannucci, muestra la excelente memoria de los gringos para enrostrarle los defectos, daños y monstruosidades al ‘enemigo’, pero una absoluta amnesia para hallar los suyos y hablar de forma abierta y autocrítica. No saben, por fortuna, que el día que hagan un filme similar van a hacer la taquilla nunca soñada. No solo desvirtúan/estigmatizan a quien se les ocurre, Stalin, Beria, Malenkov, Kruschev, Molotov, etc., sino que además se lucran con ellos y alteran el statu quo orbital, sin que ningún otro país diga nada sobre su ‘Industria Cultural y del Entretenimiento’, su corrupta e interesada propaganda mediática heredada de los nazis (“miente, miente, que algo queda”); esta, la misma que, en palabras del libertario Julian Assange es la que desde hace más de 50 años, con sus mentiras pasadas por verdades irrefutables (Fake-News) produjo todas las guerras.
Entre Estados Unidos e Israel y el judío/alemán Jacob Rothschild, ‘dueño’ del 96 % de la información que, en un 80 %, se da sin estar confirmada. Dicha especulación es la que alimenta esa otra especulación que genera el capitalismo con su ‘sociedad de mercado’, su Bolsa de NY, su Wall Street, lo que de suyo lleva la explotación de la mayoría por unos pocos cabronazis: ‘filántropos’, banqueros, políticos de todas las calañas, que provocan división, protestas y guerras por doquier, para luego obtener las mayores utilidades a costillas de los pueblos. Por fortuna, contra el engaño ianucciano (o contra el hoy fauciano sobre la vacuna separatista del virus/negocio gatesiano) está el libro del profesor Grover Furr Kruschev mintió, en el que destapa la olla podrida del informe que con solo el caso Kírov dio origen a los Juicios de Moscú (1936/38), organizado por traidores a Stalin, estuvo guardado 50 años y reveló su traición al pueblo ruso y a la vez su alianza oscura con los distintos gobiernos de EEUU para mentirle al mundo entero. (13)
No mires arriba, es en verdad Mira hacia abajo y obedece, si se considera que esta comedia es más bien una parodia: imitación de algo que no se concreta o es vaga en exceso; y bufa: busca ser graciosa, pero resulta grotesca por ridícula e inspira más desprecio que risa. La recurrencia obsesiva del cine gringo a tramas apocalípticas, solo muestra su incapacidad para enfrentar con ética política y responsabilidad histórica el presente. Eso lo reflejan dos filmes de McKay: The Big Short (2015), afán por explicar el crack financiero, causado por la burbuja inmobiliaria, de 2007, y Don’t Look Up, con la misma fórmula: que la miseria ética de los descarados es lo que lleva a desastres por superar. Así, si ellos murieran, los demás podrían salvarse y retornar a su existencia dichosa. Error de cálculo pues los problemas colectivos no surgen por la estulticia individual en un sistema económico tan plagado de contradicciones. No, una sociedad, capitalista, necesita de los tontos para sobrevivir y prolongar su vigencia.
No hay otro Sistema que se alimente tanto de las crisis. El cretinismo de burgueses y élites, supeditados a la obediencia incondicional, es la única razón aceptable por dicho Sistema y la hecatombe su único efecto digno de elogio. Por ello, aunque sus fines parezcan nobles, No mires arriba deviene caricatura vuelta contra sus creadores, dado el carácter de pastiche, panfleto, ardid grotesco del material y de sus ataques explícitos: el identitarismo con el que Janie Orlean parece burlarse de Trump, termina siendo una burla patriarcal/machista para demeritar a la mujer como dirigente. Como le pasó al plutócrata (sin plata) llevado al poder por el sistema financiero (hoy elegido por la Big-Pharma, caso Biden) bajo el mote del ‘primer presidente negro de EEUU’: el que más bombas soltó en un solo año contra siete países invadidos.
Para terminar, no hay ni habrá capitalismo ético ni político por democrático, mientras siga apelando al miedo, al fascismo, a la violencia, en el cotidiano de los pueblos. No habrá paz ni sosiego en un mundo donde el que trabaja la tierra es el que menos recibe; donde la protesta es criminalizada y la obediencia premiada; donde se maltrata/descuida a niños, se mata a jóvenes y se ignora a viejos; donde el aparato de muerte, no sistema de salud, no cumple ni con la fórmula de los ancianos; donde la educación dejó de ser pública para tornarse la más débil fortaleza de poderosos e ignorantes; donde solo hay división de clases y/o exterminio de población; donde la riqueza que produce la mayoría la monopolizan unas pocas familias.
El meteoro que está por caer sobre la Tierra, ya llegó y se llama capitalismo. La hecatombe está a las puertas de los ricos de Hollywood, lo cual hace que sus filmes apunten a que todos miren hacia abajo y obedezcan sin chistar a riesgo de ser detenidos, desaparecidos o exterminados, sin consideraciones, por los dueños de las vidas de los demás.
La madre, Nina, en un ambiente algo distinto, al menos desde la apariencia, más cálido, espera frente a una ventana a su hija Zine. Un travelling (“Todo travelling es una cuestión de moral”, recuerda el nonagenario Godard), lento, de izquierda a derecha, desemboca en ella. Esa artista que por su ayuno obligado podría ser una ‘artista del hambre’ kafkiana (14), termina por mostrar que, pese a la proximidad, dos seres apenas reproducen al infinito la extraña paradoja existencial: tan lejos, tan cerca.
Una persona lejos de otra puede estar muy cerca, más cerca de lo previsto por la convención, mientras la que está más cerca puede estar tan lejos como el más soñado tesoro por el empobrecido o el más grande sueño para el enamorado. Quizás el propio cineasta kurdo iraquí no sea consciente de ello, pero el cine aparte de ser el arte de lo visible es el arte de lo sensible; por otro lado, en el arte nada resulta como se ha planeado y las verdades no son más que ilusiones, ejércitos móviles de metáforas, monedas ya no consideradas eso, sino metal. (Nietzsche) (15) Así que nadie se sorprenda por lo que el espectador perciba de los personajes o hechos narrados por Saleem: al cabo, ellos se identifican en mayor o menor grado según sean las experiencias vitales o culturales de uno y otros; o la empatía sensorial, v. gr., con el chofer que canta Tombe la neige, de Salvatore Adamo (16), o con los músicos que tocan aires tradicionales kurdos o con los habitantes de la ciudad de Rya Taza, en Avehen, y de la región de Aparan. La percepción puede ser inmediata.
Ante la delicada situación de empobrecimiento, hambre y penurias, personales, familiares, ambientales, lo último por vender: el piano. Kamo: “Hermano, no lo venderemos”. Y el posible comprador: “Entiendo, adiós” (17). E
l piano arranca cual carro con timón, sus dueños de espaldas al espectador, y no por groseros, como no era grosero Miles Davis cuando tocaba así frente al público, quizá diciendo que lo importante era/es la música y no sus intérpretes, como aquí en Vodka-Limón lo son Kamo y Nina y Zine; se reitera, con sus dueños tocándolo mientras parece haber adquirido ruedas y los lleva con seguridad hacia otro destino. El que han tratado de construir sobre un amor no inmediato sino pausado, el de dos adultos que ya han vivido suficientes experiencias, unas paralelas, otras por completo ajenas e individuales, y que ahora avanzan en equipo, como quienes saben que la soledad no es una buena compañía o que esa compañía ideal llamada soledad va mejor de la mano con una pareja que se respeta.
El vodka-limón se ha acabado, no sin antes recordar que el alcohol sirve para todo, según los usos que le confiera el ser humano: para enaltecerse, para maltratarse, para envilecerse. Como en la secuencia de la boda, en cuyos extremos están Hamo, el padre de Avin, y Giano, al que aquél hiere, por maltrato hacia su hija, asuntos de dinero sobre ovejas y más tarde se despiden como si nada hubiera pasado, al atravesar el riachuelo que divide a los pobladores del lugar.
El filme Vodka-Limón ha concluido, pero el sabor de la vida, pese a todo, ahora es agradable. Y lo es tanto más porque la vulgar necesidad se ha quebrado el espinazo ante la noble dignidad. En medio de la muerte, el hambre y las vicisitudes, ha prosperado un amor genuino. Quizás no el más abundante en términos de pasión, en todo caso uno muy generoso en términos de sensibilidad/audiencia y desde luego visibilidad: el propio de todo gran cine.
El que se hace primero como arte y luego se verá si resulta como industria; pero, no al revés, como el que hoy pasa como aceptable, normal, digno de Netflix, HBO o cualquier otra plataforma virtual creada por la ‘Industria Cultural’ y mediática hegemónica y, obvio, por el capitalismo, al decir del Che, “el genocida más respetado del mundo”. El causante principal de las debacles del planeta, pero que muchos, en su desidia frente al destino de los demás, pretenden ignorar o se hacen los orates, los ‘filántropos’, los ‘perfeccionistas’ y no son más que sanguijuelas del fisco local/regional/nacional u orbital: los que beben para celebrar las desgracias del Otro.
A Santiago, con quien si bien no he tomado Vodka-Limón, espero un día tomar Absenta, para celebrar sus luchas contra la adversidad, aunque más que nada sus logros en pro de la vida.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) RANCIÈRE, Jacques. Béla Tarr. Después del final. El cuenco de plata, Bs. Aires, 2013, 85 pp.: 11.
(2) DEUTSCHER, Isaac. Stalin – Biografía política. Ediciones Era, México, 1976, 579 pp.: 516 a 571.
(3) HERRERO, F. / HINA, H. Narrativa alemana de hoy. Plaza & Janés, Barcelona, 1975, 146 pp.: 41/44.
(5) Guiño al italiano Giuseppe Tornatore por su filme Stanno Tutti Bene (2009) o Están todos bien.
(6) https://rebelion.org/kazajstan-bajo-fuego-desestabilizador/
(9) Otro guiño, esta vez de Saleem a Godard por su filme de ciencia-ficción Alphaville (1965), en b/n.
(10) PROUST, Marcel. Por el camino de Swann. Santiago Rueda Ed., Bs. Aires, 1927, PDF, 393 pp.: 18.
(11) https://elpais.com/ccaa/2018/04/30/catalunya/1525110452_040639.html
(12) Íbidem, 1976: 516 a 571. De 1919. Y en 1924, el Plan Dawes gringo que arruinaría a los alemanes.
(13) https://www.youtube.com/watch?v=lAVreGb40Js
(15) NIETZSCHE, Friedrich (1988): Nietzsche, J. B. Llinares (Ed.) Barcelona, Península, en p. 14: https://docplayer.es/4426598-El-analisis-de-textos-audiovisuales-significacion-y-sentido.html
(16) https://www.youtube.com/watch?v=CUJ2NijL-As
(17) El posible ‘comprador’ no es otro que el propio director del filme: Hiner Saleem.
FICHA TÉCNICA: Título original: Vodka Lemon. Español: Vodka-Limón. País: Francia / Italia / Suiza / Armenia. Año: 2003. Formato: 35 mm.; color, 86 min. Dir.: Hiner Saleem. Guion: Lei Dinety / Pauline Gouzenne / H. S. Prod.: Fabrice Guez. Prod. Ejecutivo: Michel Loro. Mús.: Michel Korb. Int.: Kamo (Romen Avinian); Nina (Lala Sarkissian); Dilovan (Ivan Franěk); Zine (Ronzanna-Vite Merropian); Giano (Zahal Karielachvili); Avin (Astrik Avaguian); Romik (Armen Maronthian); Chofer bus / cantante (Armen Sarkissian). Premios: 60° Festival Int. de Cine de Venecia: Premio San Marco al Mejor Filme (2003). Festival de Cine de Newport Beach: Premio del Jurado a Mejor Filme /Mejor actor (2004). Festival Int. de Cine de Amor (Mons, 2004): Gran Premio /Premio del Jurado / Mejor Fotografía (2004).
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por la UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]